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miércoles, diciembre 26, 2012

La cadena Invisible de Carlos Ferrera





El Unipersonal (Cuba) se ha presentando en distintos Festivales Internacionales y en diferentes provincias argentinas. En esta oportunidad, el encuentro se desarrolló dentro del marco de reflexión sobre la violencia de género y su visibilización. El 25 de Noviembre es el Día Internacional por la No Violencia hacia las mujeres; la fecha no es azarosa, por el contrario, fue elegida mediante resolución aprobada por las Naciones Unidas en conmemoración del brutal asesinato de las tres hermanas Mirabal (activistas políticas dominicanas) en 1960, bajo la orden del dictador Rafael Trujillo. La cadena Invisible es la última obra del ciclo que se inició en agosto, en el Museo de la Mujer, y cuyo eje fue la preocupación sobre la violencia ejercida sobre las mujeres, en sus distintas etapas de crecimiento. Un espacio íntimo y familiar donde la cercanía con la actriz nos envuelve a partir del texto dramático en una atmósfera casi chejoviana en una superposición de tres relatos, en principio simples pero de una profundidad in crescendo, que deja al espectador con una actitud crítica. En el espacio ficcional se encuentran muy pocos elementos: una pantalla donde se proyectan distintas imágenes – como las tres pequeñas morenitas, una fuente a modo de pila bautismal - el agua con la virtud regenerativa o el agua con el poder del olvido completo o el agua simplemente para lavar las culpas ajenas,… Tres féminas aparentemente simples y cotidianas sin embargo de un espesor que sólo el profesionalismo de Alejandra Egido puede materializar en el espacio lúdico. Tres mujeres que nacieron con diferencias de minutos pero que cada una sufre el mote discriminatorio de ser “La mayor”, “La del medio” o “La más chica”. Lo que aparenta ser una sencilla rivalidad entre hermanas oculta el núcleo duro de la historia: el secreto constitutivo de la falsa unión familiar, secreto compartido en un cruel silencio sobre la violencia sufrida en la tierna infancia. Cada personaje ha encontrado su forma de evasión para sostener el “aquí no ha pasado nada”. Así “La hermana mayor” se refugia en el viejo televisor, entre las películas del cine de Hollywood en su época dorada y sus divas como Ava Gardner; mientras que “La hermana del medio” se entretiene con el mundo del chat y sus salidas virtuales, las radionovelas y el amor de color rosa, evitando todo contacto físico con alguien real; por último, “La hermana menor” quién por rebeldía o como única posibilidad de adaptarse a un mundo concreto reparte sus caricias y sus besos por doquier, desde temprana edad, para evitar gritar la verdad que las paredes de la vieja casona han silenciado. El hilo conductor de los tres monólogos parece ser una simple tortilla que “La mayor” prepara, “La del medio” cocina y “La menor” come mientras a nosotros, como espectadores, se nos ha cerrado la garganta a pesar de la pura teatralidad del evento. Con ductilidad la actriz le da cuerpo a cada una de estas trillizas, por un lado, con pequeños cambios en su vestuario y en su peinado – un pañuelo, el cabello recogido o suelto. Pero, por otro, con la intensidad de los tonos y de su gestualidad, de sus prolijos desplazamientos, construye una corporalidad femenina a partir de las distintas perspectivas. Corporalidad fragmentada que por cada pequeño intersticio emergen, como el magna cuando asciende a la superficie - la masa ígnea en fusión, las distintas formas de violencias ejercidas sobre cada una de ellas que se ha ido solidificando tratando de invisibilizar tanto dolor y tanta humillación. El debate posterior al hecho teatral es una de las formas para que el tema de la No violencia de género esté en la agenda de todos, por y para todas. Desde este espacio le decimos gracias a: Alejandra Egido, Carlos Ferrera y al Museo de la Mujer.
 










La cadena Invisible de Carlos Ferrera. Intérprete: Alejandra Egido
Directora sustituta: Natalia Morales. Dirección: Alejandra Egido. Museo de la Mujer




















lunes, octubre 29, 2012

Coatlicue 2.0 de Daniel Loyola por La Quinta Teatro




Haciendo círculos de jade está tendida la ciudad,
Irradiando rayos de luz cual pluma de quetzal está aquí México:
Junto a ella son llevados en barcas los príncipes;
Sobre ellos se extiende una florida niebla. 
(Canto a Huitzilopochtli)



En los textos precolombinos podemos encontrar la leyenda de las cuatro edades anteriores a esta, y la de los soles que forman parte de la narración que da origen a la vida1: “Luego deliberaron los dioses, dijeron: -¿Quién habrá de morar? / Consolidóse el cielo, se consolidó la Señora Tierra, ¿quién habrá de morar en ella, oh dioses? / Todos ellos se preocuparon. Pera ya va Quetzalcôatl, llega al Reino de la Muerte, al lado del Señor y de la Señora del Reino de la Muerte.” (1981, 68) Relatos constitutivos de una estirpe que aún conserva en la memoria la fuerza de sus palabras. La creación de un mundo, su origen narrado desde una concepción distinta que será luego atravesada por el discurso del conquistador, que tratara por todos los medios borrar de la faz de la tierra su historia y su valor, pero que a pesar del esfuerzo y la lucha mortal contra los hijos del sol, estos guardan como un tesoro inacabado y eterno aquel punto originario que les dio la luz y la vida: “Nacieron los merecidos de los dioses, pues por nosotros hicieron penitencia meritoria.” (1981, 69). La Quinta teatro en la figura del actor Daniel Loyola presenta en el Museo de la Mujer y en un ciclo que involucró temáticas diversas relacionadas con la discriminación, en estructuras teatrales diferentes, una performance que nos traslada a una cultura que parece tan distante y que sin embargo es constitutiva de nuestra identidad latinoamericana. El cuerpo del actor transformado en la Diosa Madre, surge en las calles del Pasaje Rivarola para inundar el aire de sones originarios y construir a partir de la palabra, el gesto, el movimiento, un relato único ante los espectadores habitualmente sentados en sus sillas, y los que oportunamente transitaban por ese espacio de la ciudad. Todos nos trasladamos a un tiempo donde las diosas eran las creadoras de una vida que partía de la fecundidad de su propio cuerpo. Diosas madres, altivas y dadoras de estirpes que poblarían los caminos dibujados con sus manos. Un tiempo arcaico que se manifiesta en la expectativa creada por la diosa Madre (Daniel Loyola) al sólo escuchar su voz, como si el tiempo y el espacio no nos perteneciera, una diosa que tienen el poder de surgir de la nada, pues no fue vedado su ingreso al espacio ficcional y en su desplazamiento fue envolviendo a más de un transeúnte desprevenido. Esta performace pone entre paréntesis de la cotidianidad del Pasaje y siglos de historia se condensan haciendo con su ingreso que el reducido espacio escénico del Museo adquiera un volumen, una densidad muy especial, para dar cuenta que “la miseria sigue viva en este mundo”. En la construcción de este personaje hay una perfecta fusión de varias miradas, tanto desde el vestuario y la fuerza de su máscara como desde la dirección. Además, con profesionalismo el actor pone en escena una corporalidad difícil de definir, ni humana ni animal, con diferentes tonos de voz, ni masculina ni femenina, y, en especial, con la expresividad de sus manos que no solo subraya el discurso verbal sino que responde, también, a su propio discurso gestual. Produciendo en su conjunto un fuerte impacto visual y junto a la música en vivo aportan el lamento arcaico que se actualiza ante la mirada atenta del público. La danza, la canción, la risa, el llanto y la furia en el relato mítico de la diosa Madre, que pare y devora la carne de sus hijos que han muerto, para dar cuenta que la historia se repite una y otra vez. El unipersonal Coatlicue 2.0 tiene un claro color local pero más allá de que podemos desconocer la connotación de algún término esto no es un límite para la experiencia expectatorial sino, por el contrario, produce en cada espectador una identificación hispanoamericana, histórica y social, imposible de ignorar. Los discursos del origen nos pertenecen, nos constituyen, son nuestra raíz y nuestro legado, renunciar a ellas es olvidarnos de nosotros mismos. 


 







Coatlicue 2.0 Dramaturgia y actuación: Daniel Loyola. Dirección: Salomón Santiago. Diseño y realización de vestuario: Julio Sánchez. Composición electroacústica: Alexandra Cárdenas. Museo de la Mujer










Freidemberg, Daniel, (Estudio Preliminar) 1981. Gilgamesh, Chilar Balam y otros textos antiguos.  Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.










1
Por lo que se conoce, las principales divinidades toltecas fueron Tlaloc y Quetzalcôatl, ambas expresivas del mismo principio: el origen de la vida a partir de la unidad de elementos opuestos. Quetzalcôatl es el creador del hombre: expresa, según algunas interpretaciones, la dualidad espíritu – cuerpo, que se resuelve a través del sacrificio, para así unirse a la divinidad. La victoria del espíritu sobre la materia logra que el cuerpo: “brote y florezca” y la guerra florida tan mencionada por la literatura de estos pueblos es un modo de nombrar esa lucha.  (1981, VII)

















miércoles, septiembre 26, 2012

Afrolatinoamericanas. De voces, susurros, gritos y silencios de Lea Geler y Alejandra Egido


En el espacio de El Museo de las Mujeres, se presentó en tres funciones, una para  público invitado, y dos para público en general una puesta que trabaja sobre dos categorías, género y etnia, unidas en una misma problemática: la discriminación. En un planteo de encrucijada histórica, desde la Colonia hasta nuestros días, el tema de la violencia sobre los cuerpos femeninos, la fuerza sobre la razón y la justicia, el cuerpo convertido en objeto, en mercancía; tierra fértil para el deseo y el lucro, son las temáticas puestas en acto en la sala que albergaba a un público ansioso por el discurso escénico que desde el relato y la danza, daban cuenta del proceso inacabado de la recuperación de la palabra, para dar cuenta de una narración oculta no dicha por el discurso oficial. Las querellas familiares que encerraban dos tipos de abusos sobre los cuerpos, el primero sobre las esclavas negras compradas en la feria de novedades, y luego convertidas en mancebas de sus amos, madres de sus hijos naturales; y el producido sobre las mujeres en general en una época donde sus derechos no existían porque su calidad de sujetos históricos tampoco estaba reconocida, da pie para el inicio, para la llegada de las actrices a la arena de esa plaza – circo donde desde una voz en off se nos invita a presenciar un espectáculo único. Cubiertos los rostros de las esclavas con velos negros, sin velo la mujer del amo que reclama un trato justo para sí, y que solicita la complicidad de la palabra de aquellas que si bien están en registro inferior de clase, son compañeras de abusos e infortunios en una tierra donde la ley patriarcal es el universo conocido. La iglesia y su aceptación del statu quo, cuando no la incitadora al mismo, está también presente en el relato, cómo no podría estarlo, cuando en la intervención de la defensa de los derechos de la mujer se trata para imponer un criterio autoritario y restrictivo. La puesta acierta cuando pone en evidencia como ese discurso distorsiona la mirada de todas, y provoca el enfrentamiento de quienes deberían estar unidas por el dolor y la necesidad de justicia. El rol de la mujer en las luchas de Independencia, y sobre todo de la mujer negra, que busca en una geografía distinta, su hogar, su patria y su destino, acallando muchas veces la voz de los ancestros que sin embargo emerge con fuerza en la canción y en la danza, donde el cuerpo por fin expresa en libertad su propia historia. La performance propuesta por Lea Geler y Alejandra Egido es la puesta en escena de diferentes textos escritos por mujeres afrolatinoamericas, tanto textos históricos como poéticos[1] que nos llevan por un recorrido vivencial desde el siglo XVIII al presente. La puesta in situ en el espacio del Museo de la Mujer, lugar de mil y una historias vivas, desborda de público que intenta ingresar para poder atrapar un retazo de esos crueles relatos. Mientras el espacio del público se amplia, por dicho motivo, se reduce el espacio escénico, y en ambos se contaminan lo histórico, lo social y lo privado, de las pequeñas narraciones compartidas. El clima, entre lo ritual y lo real, se va construyendo a partir de la intensidad del discurso en primera persona de cada performer. Relatos que tienen su núcleo duro en la problemática de género, que tienen que ver con el lugar que estas distintas mujeres han ocupado a lo largo de la historia,  como también el lugar que cada una de las actrices ocupa hoy en nuestra sociedad. La fuerte impronta femenina que se genera, en los 45 minutos que dura la performance, permite que nosotros como receptores confirmemos que “la vida real ha invadido al teatro”. Siguiendo a Schechner:

Se ha escrito mucho sobre la performatividad creciente de la vida cotidiana, sobre los modos en que el teatro ha influido y se ha infiltrado en religión, política, medicina, profesionales, deportes y casi cualquier otra cosa que se nos pueda ocurrir. Aquí hablo de un movimiento en la dirección opuesta. Los modos en que la autenticidad, real o supuesta, de la religión, el compromiso, la creencia, etcétera, han contribuido a formar un teatro que se cree, un tipo de teatro donde actores y receptores (“espectadores” o públicos” son palabras demasiado pasivas) están completamente comprometidos en lo que están haciendo. Son suyas las historias, los personajes son ellos mismos o personas que ellos conocen, las situaciones son específicamente pertinentes a sus vidas, los lugares donde actúan son parte específica de su comunidad; a menudo, sus acciones tienen consecuencias. En el teatro que se cree, la vida real ha invadido al teatro (2000: 149)

Especialmente, en las cuatro actrices que ingresan con sus rostros tapados, vedados, como si negando sus facciones pudiéramos ver en ellas a aquellas tantas mujeres afrolatinoamericanas, mujeres que a pesar de ser sometidas y ultrajadas tuvieron el coraje y la dignidad para engrandecer su condición de mujer, en primer lugar, y de latinoamericanas, y de su ascendente africano. Si la población negra, en general, fue silenciada, la mujer en especial, fue animalizada. Cincos personajes que exigen, entre el llanto y el grito mudo, ante una sociedad que las ha invisibilizado, personajes que se construyen a partir de la fuerza interior de cada actriz, explicitando una corporalidad femenina. Tristes huellas en nuestra memoria, cicatrices que aún sangran, pero que son necesarias para la construcción de nuestra identidad, individual y social, para terminar de una vez y para siempre con aquel circo –que se menciona al inicio y al cierre del hecho teatral- que invitaba, “pasen y vean”, a observar a ese “otro” considerado diferente. El planteo de esta performance es una experiencia casi religiosa, en su sentido más laico, en tanto que es una experiencia en comunidad, donde todas y todos tenemos un punto de encuentro con estos testimonios de vida que desde el espacio lúdico nos interpelan y nos hace tomar consciencia de todo lo que falta por hacer. Por último queríamos destacar que a partir del 5 de octubre, Afrolatinoamericanas se presentará todos lo viernes de octubre y de noviembre  a las 20: 30 en el Centro Cultural Raíces que está en Agrelo 3045.





Afrolatinoamericanas. De voces, susurros, gritos y silencios. Guión y selección de textos: Lea Geler y Alejandra Egido. Elenco: Carmen Yannone, Irene Gaulli, Silvia Balbuena, Anastasia Jiménez, Natalia Morales. Voz en off: Derli Prada. Coreografía: María Zegna. Diseño Luces y Equipo Técnico: Leandra Rodríguez, Santiago Schaerer. Diseño Escenográfico: Adrián Levy. Vestuario: María Ontiveros. Dirección: Alejandra Egido. Museo de la Mujer.
Y queríamos destacar que a partir del 5 de octubre, Afrolatinoamericanas se presentará todos lo viernes de octubre y de noviembre a las 20: 30 en el Centro Cultural Raíces que está en Agrelo 3045 CABA




http://www.museodelamujer.org.ar/index.html







Schechner, Richard, 2000. “Teatro que se cree” en Performance. Teoría y Prácticas Interculturales. Libros del Rojas: Universidad de Buenos Aires. 231-152.








[1]
Piezas adaptadas [según la gacetilla entregada antes de la función] de:

Siglo XVIII:
- Declaración en Buenos Aires de Paula Gorman, negra esclava del Dr. Don Miguel Gorman, en 1789, para ser separada de su amo.

Siglo XIX:
- Carta escrita en 1821 por la esclava Josefa Tenorio a San Martín, Monteagudo y Guido, en la que pide su libertad después de haber servido a la patria en sucesivas batallas.
- Recreación del juicio de divorcio ocurrido en la ciudad de Córdoba (Argentina) entre 1805 y 1841.
- Poema afrofemenino anónimo titulado “El aire y el agua”. Reproducido en el periódico afroporteño La Perla, 1878.
- Pieza de Eduardo Gutiérrez sobre Mamá Carmen (ca. 1879), escrita durante la Campaña al Desierto.

Siglo XX y XXI:
- Poema “Porque me da la gana”, de Shirley Campbell Barr (Costa Rica.)
- Poema “Elogio para las negras viejas de antes”, de Georgina Herrera (Cuba)
- Diario del Carolina María de Jesus (Brasil)



A partir del 5 de octubre todos los viernes
de octubre y de noviembre a las 20:30 hs

en el Centro Cultural Raíces que está en Agrelo 3045.


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