Cuando uno toma conciencia de que lleva su árbol
genealógico en el cuerpo
y que puede expulsar el sufrimiento que esto conlleva
igual que se expulsan los demonios, todo puede cambiar de golpe.
(Alejandro
Jodorowsky)
Jugar, el teatro es
saber jugar sabiendo que ya no es una actividad íntima entre pares solamente,
sino una exposición donde lo divertido está precisamente en saber que las
miradas de los otros están allí, a veces como mudos testigos de nuestro juego,
otras como participes necesarios. Jugar recordando, o recordar jugando; en un
doble salto mortal hacia atrás, es lo que propone la puesta que dirige Adrián
Canale, que nos lleva por un laberinto de secuencias que se repiten como si
perdiéramos la pista a seguir y volviéramos sobre nuestros pasos para que la
memoria sea más fiel, más verdadera. La familia, la propia, la real, o aquella
que la vida nos ofrece para compartirla en algunos momentos peculiares, aparece
desde ese juego de la interpretación, de ser otro, o los otros, modificando los
recuerdos, que se hacen presentes en pequeños signos, en referencias fragmentadas.
Tres personajes, cuyas relaciones se entrecruzan, niñas observando las acciones
de los adultos; adultos que aparecen en actitudes que lastiman; la infancia que
juega con la memoria que a veces demistifica una edad que la mayoría recuerda
como el paraíso perdido, y donde las relaciones de poder en asimetría ponen a
sus participantes infantes en calidad de víctimas de los actos de sus mayores.
Un teatro que exorciza la memoria, que en la repetición de la palabra y la
gestualidad va disminuyendo el poder de una constelación familiar1 que inevitablemente nos lleva a repetir
viejos errores. Y el anís como el sabor de la infancia, que como la magdalena
de Proust, es el sentido que agudiza los recuerdos. Los ochenta y sus neurosis
producto de una década anterior con profundos agujeros negros, y ausencias
inexplicables, están presentes en el vestuario, la música, y una manera de
mirar el mundo desde los ojos asombrados de la niñez, que a través de lo lúdico
intenta recomponer una historia familiar donde sus integrantes no están unidos
sólo por lazos de sangre, sino por una comunión que se establece en la misa
ritual de compartir un espacio. Un espacio que materializa el dispositivo
escénico y lumínico con acierto. Espacio y tiempo inestable pero no caótico con
fragmentos de realidad, de sueños y de borracheras, mientras cada actriz con
profesionalismo construye la inestabilidad de su personaje. Personaje que a su
vez se desdobla en varios y se vuelve a contrae con el recuerdo infantil, por
momentos angustiante y en otro risueño. Inocencia que permite la discontinuidad
del discurso a nivel verbal / corporal y la instauración de distintos puntos de
vista desde del mundo infantil. Dinamismo visual en espacio lúdico con pocos
elementos, algunos concretos – como las sillas, la lámpara,… y otros irreales -
como la puerta y el perchero amorfo de color blanco y de material inflable. Las
tres niñas / jóvenes a partir de sus desplazamientos constantes, de las
repeticiones gestuales y verbales generan un “modo de vincular la discontinuidad
del tiempo de la narración con la continuidad del tiempo narrado de la serie”[2].
Recurso del relato para ordenar y desordenar la historia creando la atmósfera
laberíntica, efímera y onírica de Anís. Esta puesta en escena, en
particular, teatralizar la memoria infantil en un sólido canevas dramático, una
ficción construida a partir de retazos y un hecho escénico sin fisuras, posible
gracias a un grupo de profesionales del hacer teatral.
Anís de Marina Fantini, Irene Goldszer,
Cecilia Meijide. Elenco: Marina Fantini, Irene Goldszer, Cecilia Meijide.
Coreografía: Paola Belfiore. Música original: Irene Goldszer. Escenografía y
vestuario: Laura Poletti. Fotografía: Cecilia Lohrmann. Asistente de escenografía y vestuario: Tatu Ravotti.
Asistencia: Jimena Ducci. Dirección: Adrián Canale. Teatro: El extranjero.
Calabrese, Omar,
1999. La era neobarroca. Madrid: Cátedra
Maillard, Catherine; Van Eersel, Patrice, 2010.
Mis antepasados me
duelen. Psicogenealogía y Constelaciones familiares. España:
Ediciones Obelisco.


1 “Reconstruir un árbol genealógico
puede empezar de la manera más sencilla. Como explica la página web psychogéné .com: ‘En general, para
trabajar sobre una historia familia, no es necesario haber realizado
investigaciones genealógicas. Cada uno empieza con lo que tiene. Las pocas
informaciones recopiladas bastan para situarse y empezar a trabajar. En la
mayor parte de los casos, los demás datos irán apareciendo, algunos incluso de
forma sorprendente. Lo importante es entender que, a partir del momento en que
uno empieza el camino psicogenealógico, activa una memoria que atraviesa el
tiempo, las épocas, los acontecimientos y que puede surgir de un recuerdo hasta
que la conciencia le dé sentido.’ (Van EErsel, Maillard, 2010, 9)
[2] Calabrese propone que al gusto predominante de nuestro tiempo aparentemente
confuso, fragmentado e indescifrable, sea llamado neobarroco. Y dentro de
los conceptos que desarrolla el autor se encuentran “la repetición” y “la
inestabilidad”.
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