Un Oscar Wilde
recostado en un sofá, que es reproducido en espejo y profundidad, de manera
barroca hacia el foro del espacio escénico recibe al espectador. La imagen
reproduce a su vez la que aparece en una fotografía de 1882 en Nueva York,
tomada por el fotógrafo Napoleón Sarony al autor, posando con su libro de Poemas. El personaje unificará objeto y
lente, cuando desarrolle en escena las acciones de un fotógrafo muy peculiar:
testigo reflexivo de la vida de todos los demás; que siguiendo un plano que
también aparece en la cortina – pantalla, va ubicando según las secuencias los
puffs, módulos que van componiendo la sala de recibimiento de una casa burguesa
en la época victoriana en Inglaterra. Atemporales, las piezas móviles no dan
cuenta del marco histórico, como si lo hacen las intervenciones del personaje
narrador, Coco Kusznir, el vestuario, realizado por Victoria Chacón y los
diálogos que respetan el tiempo de la textualidad dramática. La pantalla
también produce los cambios necesarios de espacio, para el desarrollo de la
acción, y permite la ilusión en su perspectiva de una profundidad en la
extraescena, por donde acceden los personajes. Wilde con fina ironía reproduce
en una anécdota toda una forma de vida y de proceder que obedece a la ambición
desmedida y a la hipocresía tanto en el mundo de lo público como en el de lo
privado. El humor, atraviesa el discurso, y la seriedad del asunto es resuelta
por aquel que parece el más banal de los personajes, Lord Goring, otro alter
ego del propio escritor. Las actuaciones por momentos brillantes tienen una
buena armonización de la dirección a cargo de Eduardo Lamoglia y María Eugenia
Heyaca, y un nivel en el que sobresalen Chevely (Flavia Vitale), el juego de
sus miradas en complicidad con el personaje fotógrafo construye una segunda
textualidad, Lord Goring seguro en su papel de cínico desencantado del amor
(Eugenio Geraci), Lady Marky (María Barrena) que compone de forma excelente una
típica corre ve y dile victoriana que goza con los enredos de los demás, cuando
no los provoca, y obtiene un aplauso cerrado a media pieza, algo que ya rara
vez sucede en el teatro independiente. La iluminación con su intermitencia
entre claro / oscuro, permite al personaje narrador, modificar la escena y
anticiparnos algunos de los acontecimientos mientras nos ayuda a reflexionar
sobre la situación de una sociedad y su hacer político, en una época que se
cruza con el presente. Una feliz
recuperación de un autor y una pieza que tiene todavía mucho para decirnos cien
años después, sobre la apariencia y la hipocresía, el amor y el matrimonio, en
ciertos círculos sociales donde la pátina de una conducta ideal es un recurso
más para obtener fructíferas ganancias y éxitos en el camino del poder. Pero
también, en la pieza de Wilde hay una interrogación sobre la piedad sobre el
prójimo, ¿quién es el prójimo? ¿Cuáles son las medidas de valor con que debemos
mirar nuestra vida y la de los demás? El personaje de Gertrudis en su dureza es
un interrogante dirigido al espectador, y cuál lábiles son las conclusiones que
podemos sacar sobre el comportamiento de los otros. Porque el autor también se
pregunta sobre el amor, y las relaciones entre los sexos, en una sociedad donde
primaba lo material por sobre todas las cosas. El arte entonces, el teatro en
particular, es el espacio ideal para que nos encontremos con nosotros mismos, y
al reírnos de las vicisitudes de los personajes, nos podamos mirar en un espejo
que aparece no siempre cristalino, no siempre puro. Porque como afirma el
dramaturgo: “Ningún gran artista ve las cosas como son en realidad. Si lo
hiciera dejaría de ser un gran artista”, pero en esa concavidad de su mirada
nos aparece centellante un posible acercamiento a la verdad. Por eso, es una
buena nueva que este Festival1 sobre los
clásicos se haya llevado a cabo, y nos aúna el deseo que la labor emprendida
continúe con el mismo fervor.
Un marido ideal de Oscar Wilde. Elenco:
Fernando Rodríguez, Natalia De Cicco, Flavia Vitale, Eugenio Geraci, Alejandro
Hodara, María Barrena, Natalia Santiago, Lisa Caligaris, Cynthia Att, Coco
Kusznir. Escenografía y vestuario: Victoria Chacón. Asistencia y gestión de
vestuario Teatro Cervantes: Carolina Pairola. Asistentes de escenario y sonido:
Mauro Pérez, Mailén López y Nahir Pérez. Música José Paéz. Dirección: Eduardo
Lamoglia y María Eugenia Heyaca. Coordinación de Producción: Natalia De Cicco.
Producción ejecutiva: Daniel Dee y Eduardo Lamoglia. Teatro: El Tinglado.
1 (…) nuestra intención es rescatar
autores populares que han perdurado a lo largo del tiempo, y que por diversos
motivos se fueron alejando del público en general. Es nuestro compromiso como
artistas y / o personas vinculadas al arte, volver a las fuentes y así poder
recapacitar entre todos y ubicar a estos textos en el lugar donde siempre
debieron estar: “El lugar de las emociones y el intelecto” (Editorial de la
primera edición de la revista El
Tinglado)
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