Hernán Grinstein es
el autor, actor y director de una textualidad inquietante sobre una
territorialidad conocida. El texto dramático surge como afirma el programa de
mano: “de las semillas inspiradoras de De
antes de un final (2008), montaje de Claudio Tolcachir y Pase lo que pase (2005) creación
colectiva coordinada por Miguel Cavia. El campo, un granero y una pulpería,
escenarios conocidos pero donde se llevan adelante situaciones, si bien
posibles, no tan transitadas por el teatro nacional. La lucha por la vida se
cruza en el cuadrilátero con la lucha por sobrevivir, dentro y fuera de él.
Tres personajes que llevan adelante una relación sado – masoquista en lo
cotidiano, sin búsqueda de placer, aunque el deseo siempre está presente, sino
de obtener un trozo más de vida, un día más a la suma de un universo siempre a
punto de desvanecerse. Para que ese mundo exista, es necesario el otro, el de
la pulpería, donde se llevan a cabo las apuestas, las que van a concretar el
sueño y la realidad de la miseria de un juego macabro, donde la vida tiene el
valor del dinero. En un diseño de espacialización inteligente, dividido en dos
bien delimitados por el mostrador, para la pulpería; por la tranquera, para el
rancho; el relato se lleva adelante entre la fragmentación y la reconstrucción
a través de pequeños datos que van tejiendo la memoria de los personajes. Dos
palabras inician y cierran ese cuento de fidelidad y muerte: perro y
resurrección; porque la vida sigue y en su giros todo puede volver a comenzar,
aunque otro sea el Perro y otro el Tony. El alambrado que luego devendrá
espacio de lucha, es un recurso de exacta funcionalidad, que también produce el
efecto de una cuarta pared, que luego será atravesada por la narración de la
lucha. El jergón de paja, la palangana que sirve para el baño purificador y
para la tortura, el rebenque siempre en actitud de amenaza, la soga que
mantiene a Perro sujeto a su amo, son elementos que junto al vestuario no
ilustran sino que conforman una línea de textualidad ajena a las palabras. Lo
dicho es sólo una manera de armar la historia, los cuerpos y sus vestiduras,
otra que dicen sobre esos cuerpos humillados mucho más que cualquier discurso. La
iluminación es fundamental en el momento que se desatan las pasiones, allí
entre las líneas de fuego de la lucha, entre el animal humanizado, el oso, y el
hombre animalizado, el perro. Sin aviso previo, todo sin embargo, va
construyendo la tragedia, a través de la violencia física, verbal, y aquella
que produce el silencio. La extraescena, que trae los sonidos de la llanura, y
que permite la entrada y salida a ese espacio jaula y refugio, es el devenir de
una extensión narrativa que comienza con el altar al Gauchito Gil que preside
la entrada. Su presencia es junto a la mención del Moreira, un homenaje a una
tradición de género donde el héroe es un perseguido por la justicia, que luego
devendrá leyenda, mito y es también, un acercamiento a una sabiduría que hace
sincretismo con la religión y se cruza en la ruta de los desamparados: el
Perro, la Leyla. El
conocimiento letrado ausente se reemplaza por los misterios de una tradición
que la intuición transmite: el ruego al santo o a la virgen, la cura del
empacho, el tratamiento que el personaje de Ricardo propone para el pupilo de
Tony. El mundo del boxeo en una versión degradada, donde cinco personajes, que
tienen cada uno una construcción y una conformación bien delineada de
comportamiento y destino, expone la miserabilidad y el desencanto que produce
la diferencia entre lo que se desea y lo que se obtiene. Como metáfora de la
vida y la lucha por ella, el entrenamiento del Perro, es el esfuerzo de
conseguir un lugar en un mundo que a ciertos seres parece negárseles desde el
comienzo. En medio, una historia de amor, cruzada por el sexo que se compra y que
se vende, consecuencia del desamparo más absoluto. Los espacios dialogan entre
sí, a partir de los apagones y una iluminación que construye ámbito y ambiente;
y de los personajes que circulan en uno u otro provocando los pasos necesarios
para un final anunciado. Las actuaciones son excelentes y no dejan fisuras en
el relato, que va volviéndose cada vez más intenso y atrapante para un
espectador al que no se le da tregua en el presente de sensaciones que
producen. La unificación entre la actuación, la dramaturgia y la dirección, que
en muchos casos produce desinteligencias que se notan en el resultado, por el
contrario, en este caso son una conjunción de propósitos que logran expresar
aquello que se quiere transmitir, dentro y fuera de la escena. La pieza de
Grinstein al igual que Cachetazo de campo
(1997) de Federico León y Rancho
(una historia aparte) (2004) de Julio Chavez, trasgrede el paisaje bucólico
del género costumbrista donde el campo al revés de la ciudad era el reservorio
de todos los valores morales perdidos en la gran urbe y pone en abismo la vida
de los personajes, y a las relaciones que llevan adelante. De universo de paz y
conciliación con la naturaleza, la textualidad dramática de Perro un cuento rural propone una lucha
sin cuartel en el camino de las emociones que se cierran en el espesor de un
cuadrilátero.
Perro un cuento rural de Hernán
Grinstein. Elenco: Perro (Hernán Grinstein), José María Marcos (Tony), Maday
Méndez (Leyla), Francisco Franco (Ricardo Verde), Tulio Gómez Álzaga (Tuerto).
Colaboración artística: Fernando Gabriel Rodil. Iluminación: Lucí Feijoó y
Christian Gadea. Diseño de espacio: Hernán Gristein. Realización de
escenografía: Fabricio Mercado. Asesora escenográfica y de vestuario: Macarena
García. Fotografía: Gustavo Pascaner. Diseño gráfico: Martín Armentano.
Realización de video: Lucas García. Producción Ejecutiva: Natalia Slovediansky.
Dirección: Hernán Grinstein. Prensa:
Marisol Cambre. Espacio Polonia.
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