jueves, noviembre 14, 2013

Perro un cuento rural de Hernán Grinstein


Hernán Grinstein es el autor, actor y director de una textualidad inquietante sobre una territorialidad conocida. El texto dramático surge como afirma el programa de mano: “de las semillas inspiradoras de De antes de un final (2008), montaje de Claudio Tolcachir y Pase lo que pase (2005) creación colectiva coordinada por Miguel Cavia. El campo, un granero y una pulpería, escenarios conocidos pero donde se llevan adelante situaciones, si bien posibles, no tan transitadas por el teatro nacional. La lucha por la vida se cruza en el cuadrilátero con la lucha por sobrevivir, dentro y fuera de él. Tres personajes que llevan adelante una relación sado – masoquista en lo cotidiano, sin búsqueda de placer, aunque el deseo siempre está presente, sino de obtener un trozo más de vida, un día más a la suma de un universo siempre a punto de desvanecerse. Para que ese mundo exista, es necesario el otro, el de la pulpería, donde se llevan a cabo las apuestas, las que van a concretar el sueño y la realidad de la miseria de un juego macabro, donde la vida tiene el valor del dinero. En un diseño de espacialización inteligente, dividido en dos bien delimitados por el mostrador, para la pulpería; por la tranquera, para el rancho; el relato se lleva adelante entre la fragmentación y la reconstrucción a través de pequeños datos que van tejiendo la memoria de los personajes. Dos palabras inician y cierran ese cuento de fidelidad y muerte: perro y resurrección; porque la vida sigue y en su giros todo puede volver a comenzar, aunque otro sea el Perro y otro el Tony. El alambrado que luego devendrá espacio de lucha, es un recurso de exacta funcionalidad, que también produce el efecto de una cuarta pared, que luego será atravesada por la narración de la lucha. El jergón de paja, la palangana que sirve para el baño purificador y para la tortura, el rebenque siempre en actitud de amenaza, la soga que mantiene a Perro sujeto a su amo, son elementos que junto al vestuario no ilustran sino que conforman una línea de textualidad ajena a las palabras. Lo dicho es sólo una manera de armar la historia, los cuerpos y sus vestiduras, otra que dicen sobre esos cuerpos humillados mucho más que cualquier discurso. La iluminación es fundamental en el momento que se desatan las pasiones, allí entre las líneas de fuego de la lucha, entre el animal humanizado, el oso, y el hombre animalizado, el perro. Sin aviso previo, todo sin embargo, va construyendo la tragedia, a través de la violencia física, verbal, y aquella que produce el silencio. La extraescena, que trae los sonidos de la llanura, y que permite la entrada y salida a ese espacio jaula y refugio, es el devenir de una extensión narrativa que comienza con el altar al Gauchito Gil que preside la entrada. Su presencia es junto a la mención del Moreira, un homenaje a una tradición de género donde el héroe es un perseguido por la justicia, que luego devendrá leyenda, mito y es también, un acercamiento a una sabiduría que hace sincretismo con la religión y se cruza en la ruta de los desamparados: el Perro, la Leyla. El conocimiento letrado ausente se reemplaza por los misterios de una tradición que la intuición transmite: el ruego al santo o a la virgen, la cura del empacho, el tratamiento que el personaje de Ricardo propone para el pupilo de Tony. El mundo del boxeo en una versión degradada, donde cinco personajes, que tienen cada uno una construcción y una conformación bien delineada de comportamiento y destino, expone la miserabilidad y el desencanto que produce la diferencia entre lo que se desea y lo que se obtiene. Como metáfora de la vida y la lucha por ella, el entrenamiento del Perro, es el esfuerzo de conseguir un lugar en un mundo que a ciertos seres parece negárseles desde el comienzo. En medio, una historia de amor, cruzada por el sexo que se compra y que se vende, consecuencia del desamparo más absoluto. Los espacios dialogan entre sí, a partir de los apagones y una iluminación que construye ámbito y ambiente; y de los personajes que circulan en uno u otro provocando los pasos necesarios para un final anunciado. Las actuaciones son excelentes y no dejan fisuras en el relato, que va volviéndose cada vez más intenso y atrapante para un espectador al que no se le da tregua en el presente de sensaciones que producen. La unificación entre la actuación, la dramaturgia y la dirección, que en muchos casos produce desinteligencias que se notan en el resultado, por el contrario, en este caso son una conjunción de propósitos que logran expresar aquello que se quiere transmitir, dentro y fuera de la escena. La pieza de Grinstein al igual que Cachetazo de campo (1997) de Federico León  y Rancho (una historia aparte) (2004) de Julio Chavez, trasgrede el paisaje bucólico del género costumbrista donde el campo al revés de la ciudad era el reservorio de todos los valores morales perdidos en la gran urbe y pone en abismo la vida de los personajes, y a las relaciones que llevan adelante. De universo de paz y conciliación con la naturaleza, la textualidad dramática de Perro un cuento rural propone una lucha sin cuartel en el camino de las emociones que se cierran en el espesor de un cuadrilátero.






Perro un cuento rural de Hernán Grinstein. Elenco: Perro (Hernán Grinstein), José María Marcos (Tony), Maday Méndez (Leyla), Francisco Franco (Ricardo Verde), Tulio Gómez Álzaga (Tuerto). Colaboración artística: Fernando Gabriel Rodil. Iluminación: Lucí Feijoó y Christian Gadea. Diseño de espacio: Hernán Gristein. Realización de escenografía: Fabricio Mercado. Asesora escenográfica y de vestuario: Macarena García. Fotografía: Gustavo Pascaner. Diseño gráfico: Martín Armentano. Realización de video: Lucas García. Producción Ejecutiva: Natalia Slovediansky. Dirección: Hernán Grinstein.  Prensa: Marisol Cambre. Espacio Polonia.


















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