Luz
ciega del sol / Raíz oscura de la
Higuera.
De
verde oliva, sin Dios/ En una tarde cualquiera/
El
diablo se disfrazó/ y pudo entrar en la escuela.
Dos tiempos se
conjugan en la puesta que dirige Fabio Tiberi, el presente y el pasado en La Higuera, pero para uno de
los personajes, el de oscuro nombre, aquel acontecimiento que lo incluiría en la Historia, sigue su curso
de presente continúo. Tiempo detenido, que como la marea en sus flujos y
reflujos retorna a la playa de la memoria para recordarle un hecho que fue por
siempre un error en su vida. Los hechos de La Higuera darían un vuelco a
la historia del mundo, pero sobre todo, a la de Bolivia, y a aquellos que
fueron testigos y actores del acontecimiento: La muerte del “Che”. La ceguera
como símbolo es mucho más que el deterioro de una edad, es la manera de
defenderse a sí mismo para no ver, para no verse ni en el espejo, ni en los
ojos de su hijo. Cuando ingresamos a la
sala como espectadores no desprevenidos, nos reciben los soldados que custodian
la puerta por donde todos entraremos y saldremos en algún momento. Los paneles
que la sostienen, son a la vez pantalla que
exhibirá junto al hecho teatral la documentalidad del registro de la
época. La música del altiplano nos recibe y va construyendo el clima necesario
para evadirnos de nuestro presente inmediato, y ubicarnos en el pasado y el
presente de la enunciación. Tres dimensiones que se cruzaran en la categoría de
la memoria colectiva, ya que el suceso nos involucra a todos. A los que tenemos
edad para recordar el momento exacto de su muerte, y para aquellos que desde el
discurso de la historia y del arte, El Che, es el perfecto conocido. Pero el
punto de vista, no pasa por esa muerte archi conocida, sino por las
consecuencias de no haber interpretado el acontecimiento en toda su magnitud.
En el pasado, sólo la maestra, tras el temblor de la impotencia, es la que
entiende a ese hombre enorme y desaliñado que la mira y le conversa sobre sus
compañeras. Es la única que se anima a preguntarle al coronel sobre lo sucedido
e intentar una discusión sobre que va a pasar luego en ese lugar. En el presente,
los herederos de aquella revolución fallida en tierra boliviana, los médicos
cubanos que llevan adelante la operación que recupera la visión de Mario Terán, el asesino del Che, tardan tras el
estupor de lo realizado, de darse cuenta que su acción es otra batalla ganada
por su víctima. La revolución abortada, exige desde el pasado su lugar en el
presente de La Higuera;
trayendo a ese lugar la posibilidad de una forma más digna de vivir. En el
presente de los personajes, se esconde una realidad que no quiere ser revelada,
pero que todos conocen y guardan en silencio. Personajes que a través de sus
acentos dan cuenta de su origen, más allá de sus acciones, polifonía que el
texto destaca. Los cambios de espacio en una semipenumbra permiten por momentos
la simultaneidad. Para dar cuenta que el pasado nunca se ha ido del todo. Las
actuaciones resuelven bien los encuentros personales, que a veces se dilatan en
un tempo detenido que hace perder la tensión dramática, pero en otras ocasiones
la fuerza de sus contradicciones exponen con crudeza, las que también los
atraviesan en el afuera. La de Terán con la maestra, la de ésta con el coronel,
la que sostiene con el Che. Una puesta que bucea en los recovecos de la
historia menos conocida, que nos presenta un Ernesto Guevara humano, a la
altura de los acontecimientos, pero un hombre, sólo eso, cuya valor intrínseco
fue saberlo hasta las últimas consecuencias, aceptando su condición de
vulnerabilidad y siendo responsable de sus actos. La pipa, el pañuelo de gasa,
la comida para sus compañeros, el ponerse de pie para no terminar como un perro
apaleado, sino para dar cuenta de su cualidad vertical, humana. Los hombres no
hacen cosas heroicas porque nacen héroes, las realizan con la fuerza de su
voluntad y los demás los convierten en bronce para neutralizarlos. Pero un
hombre es un hombre y su voluntad es infinita, si se lo propone.
Mi único muerto… El Che. Idea original:
Darío Odriozola y Fabio Tiberi. Dramaturgia: María Verónica Arroyo Goyoaga y
Fabio Tiberi. Colaboración autoral: Dario Odriozola. Elenco: Edwin Berzain,
Tito Cancino, Lucrecia Carrillo, Héctor Díaz, María Verónica Arroyo Goyoaga,
Marcelo Lazarte, Christian Petersen, Norberto Portal, Fabio Tiberi. Diseñador
Escenotécnico: Ricardo Sassone. Realizador Escenotécnico: Dario Odriozola.
Música original y efectos de sonido: Diego Dzikovski. Vestuario: María Verónica
Arroyo Goyoaga. Operación audiovisual: Isarel Izquierdo. Realizado audiovisual:
Sol Ticera. Coordinación de puesta en escena: Norberto Portal. Autor de Vidala
“Mi único muerto”: Darío Odriozola. Cantante de vidala “Mi único muerto” Lucía
Carabajal. Música de Vidala: “Mi único muerto”: Diego Dzikovski. Diseño de
programa y folleteria: Darío Odriozola. Prensa: AYNI Comunicación. Dirección general:
Fabio Tiberi.
http://www.teatrodelartefacto.com.ar/documents/nuestros_espectculos.php?entry_id=1373680999
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