Hijos del monte, una obra de teatro basada en la novela Monte madre de Jorge Miceli
y los testimonios de los protagonistas de la historia real, la familia Vénica.
y los testimonios de los protagonistas de la historia real, la familia Vénica.
La transposición de un género, la novela, a otro como el drama, siempre
implica un riesgo que está marcado, entre otras cuestiones, por las elipsis
necesarias que una obra de teatro y una puesta en escena debe hacer para dar
cuenta del tiempo en extensión que la novela despliega; junto a la suma de
personajes que propone y la ramificación de historias. El drama es un género de
síntesis, que concentra con todos los procedimientos posibles, desde las
poéticas más variadas, un relato o la fragmentación del mismo, que va hacia un
sentido único o a multiplicar como un cristal roto, la proliferación de
miradas, y de lecturas. Por eso, cuando de la intimidad de una historia que se
propone abarcar todos los detalles posibles, se pasa a una narración que en
escenas y acciones debe dar cuenta de de un proceso que abarca la zaga de una
familia, el resultado no siempre es del todo satisfactorio. Hijos del monte, pierde por momentos
tensión dramática cuando procede en dar cuenta del detalle, y gana en
profundidad y sensibilidad cuando centra su punto de vista en los encuentros
que llevan adelante los personajes en una antinomia, que es además ideológica.
Las escenas entre Benito y el comisario, entre este y sus amigos, y la que
mantiene Norma con la campesina cuando debe ceder su hija, nos atraviesan como
espectadores, por su muy buena resolución, mientras en otros momentos los
diálogos que quieren dar cuenta de las dificultades de esconderse en plena
naturaleza, asediados por la cultura del miedo, detienen no sólo la acción sino
la tensión dramática. Hasta allí, la narración de un pasado que se necesita
reconstruir para entender un presente, que también es nuestro pasado reciente,
el 2001. Los monólogos de los hijos de aquella cruzada perdida, América o
Estela, y Manuel, son también dos puntos de vista, dos maneras de interpretar
la historia, las acciones que sus padres, en un universo muy diferente,
llevaron adelante. Y son también dos discursos que hoy todavía nos atraviesan
como sociedad1. Adolescentes que sólo se
miraban a sí mismos, que se la creyeron que podían enfrentarse a todos,
ejército argentino incluido, a los poderes que los sustentaban y a la guerra
fría internacional, delirantes que incluyeron en su locura a su descendencia,
sus hijos, que no midieron riesgos ni consecuencias, héroes de pies de barro, o
sólo humanos como se afirma en un libro de reciente edición2
Uno podría afirmar que allí está su mérito mayor, en que no eran héroes con
superpoderes sino hombres y mujeres con voluntad, quebrada muchas veces por el
miedo y el desconcierto, por las intrigas y las traiciones, pero de carne y
hueso, y por eso, tal vez por eso, tan, pero tan peligrosos. Por otro lado,
Manuel que recuerda, que busca construir su identidad a partir del juego con el
padre y los play móviles, que comprende y se pone en su lugar, que necesita la
reconstrucción de una secuencia para no perderse en la vorágine de la ciudad
ciega que niega; pero que al mismo tiempo no quiere que América se erija en
juez de aquellos acontecimientos y prefiere el silencio. El relato es por otra
parte, extraído de la historia real de aquellos años terribles; como figura en
el programa de mano:
Esta es una obra de teatro inspirada en una historia
real que sucedió en Argentina entre 1974 y 1978. Remo Vénica e Irmina Kleiner
sobrevivieron escondidos en el monte chaqueño durante cuatro años a la
persecución militar de la última dictadura argentina. Allí cobijados por el
amor de la madre tierra y la solidaridad de los más humildes, tuvieron que dar
a luz una hija en un pozo que cavaron en la tierra y un hijo en un cañaveral.
El presente de la obra es la crisis del 2001, cuyo vacío de poder nos permite
pensar y actuar libremente. Nuestra obra cuenta la historia de estos dos
hermanos, América y Manuel quienes recuerdan la increíble historia de sus vidas
la noche de Navidad de 2001. América quiere discutir con su familia sobre un
pasado doloroso, el prefiere el silencio. Dos formas de ver los últimos 40 años
de historia Argentina.
La sala del Payró cuenta con un amplio espacio escénico y permite la
construcción de los distintos espacios – el departamento / el pueblo y el
monte- y de los diferentes tiempos – 1974/75 / 2001- en los que el hecho
teatral se desdobla: pliegues que se resquebrajan y emerge sin permiso nuestro triste
y funesto pasado. Un acierto de la puesta en escena es la construcción de las
imágenes auditivas, tanto desde el discurso verbal que nos lleva por un
recorrido laberíntico que si inicia en la cena de Navidad en el 2001, con pocos
brindis y muchos cacerolazos. Un recorrido con numerosos flash back que
van modificando el tiempo lineal de la historia, que regresa a distintos
momentos en los años 74/75 y vuelve necesariamente a anclarse en el 2001. Como
también, los sonidos y las voces en off -de la Rúa, Evita, Isabel,…-
testimonios que permiten al espacio virtual representado imponerse más allá de
la focalización que intente cualquier espectador en el espacio lúdico. Además, la
fuerte presencia de la música, por un lado, al ingresar a la sala y al dejarla
escuchamos canciones que refuerzan esta historia de vida, y lamentablemente de
tantas otras vidas. Mientras que los músicos en vivo funcionarían como
contrapunto, tratando de buscar un equilibro ante una memoria colectiva que nos
unifica y que estalla dolorosamente a pesar de los años transcurridos.
Cano, Luis, 2003. Los Murmullos. Buenos Aires: Editorial Nueva Generación.
1 El discurso de la hija que le reclama a su padre el no haber pensado en ellos, estaba ya presente también en la textualidad dramática de Los murmullos (2001) de Luis Cano. “Rosario- No te alcanzaba con unas cuantas medallas padre tremendo ambicioso.” (36)
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