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jueves, octubre 17, 2013

Vivo de Marcelo Savignone


Si hay algo que con el tiempo he comprendido de este arte es que el teatro se hace, que es un hecho simple y concreto y que por sobre todas las cosas proyecta vida a través de la poesía del movimiento.
(M. Savignone)


El ciclo compuesto por las cuatro últimas creaciones de Savignone[1] se presenta en La Carpintería Teatro, desde setiembre hasta fines de noviembre, y está formado por: Vivo, H x H – Hamlet por Hamlet, En sincro y Suerte. Vivo, la primera obra de esta propuesta teatral, es un unipersonal construido, a partir de la improvisación y de la constante indagación sobre la cual el artista crea sus espectáculos y sus personajes. Al ingresar a la Sala, en un costado del espacio escénico, el actor recibe al público mientras toca alguna melodía (seguramente nada preparado de antemano). En el centro del mismo, un pequeño cubículo cuidadosamente iluminado donde están ordenadas las 25 máscaras de las cuales sólo usará 7 u 8 según sean las respuestas del público. A partir de simples preguntas Savignone irá estructurando el espectáculo con pequeñas escenas, en alguna playa de la isla Margarita o en un avión hacia algún país europeo o bien en cualquier lugar y situación que sugiera el espectador. Es interesante como su discurso corporal y discurso verbal se van modificando según la máscara que haya decidido utilizar. Un soporte que tiene mucho de mágico, de ritual y que el actor incrementa con su profesionalismo. En unos pocos minutos, según la elección que realiza sentado en la silla y frente al espejo, nos encontramos en una nueva ficción, la cual será atravesada por algún elemento de las escenas anteriores otorgándole un ritmo dinámico a la primera parte del espectáculo. En la segunda, quizá porque la iluminación es muy tenue, pareciera que se pierde algo de la intensidad, aunque adquiere un dramatismo diferente por los distintos registros con los que va entrecruzando a los personajes que se han materializado en la primera parte. Siempre teniendo en cuenta que el punto de partida en cada situación son las intervenciones de los presentes. Azarosa creación, que confluye en un relato único e irrepetible, efímero al extremo pero del que cada uno de nosotros se llevará imágenes visuales y auditivas en la memoria, debido a la pasión con la que se construyó cada uno de los diferentes personajes - entre lo cómico, lo grotesco y lo trágico. Si bien las máscaras son sumamente expresivas - por sus cejas y sus ojos exagerados, su nariz algo grande y sus pómulos sobresalientes, por sus labios generosos- la pregnancia de cada una requiere del talento, de la ductilidad y de la espontaneidad, de la energía particular que Savignone ha demostrado a lo largo de toda su trayectoria artística. Vivo es un desafío no sólo para el intérprete sino también para cada espectador. La propuesta es clara y aceptamos el juego ficcional, pues nosotros también somos partes de un relato en pequeños fragmentos y de la multiplicidad de voces y de personajes que le otorgan al espectáculo un estilo particular pues “más que ocultar, la máscara genera una ampliación”[2] que excede a la instancia de creación y abarca a nuestra experiencia expectatorial.





Vivo de concepción, dirección e interpretación: Marcelo Savignone. Asistente de dirección: Luciano Cohen, Federico Costa, Pedro Risi. Entrenamiento en máscara: Deby Low. Entrenamiento físico: Juan Martin Fernández. Diseño de Iluminación: Ignacio Riveros. Diseño de escenografía: Lina Boselli. Realización: Federico Villarino. Música: Andy Menutti. Asesoramiento vestuario: Mercedes Colombo. Asesoramiento en máscara: Alfredo Iriarte. Fotografía: Vivian Galban. Diseño gráfico: Edgardo Carosia. Producción: Producciones Belisarias. La Carpintería Teatro.








http://www.marcelosavignone.com


https://www.facebook.com/lacarpinteria.teatro









[1]
Marcelo Savignone es actor, director y docente teatral. En 1996 funda la compañía Sucesos Argentinos y en 2001 toma la dirección artística del Teatro Belisario, convirtiéndolo en un espacio polifuncional que adquiere una línea de opinión y desarrollo singular. Estrenó las siguientes obras como actor y director: La esperata, Mojiganga, El Comeclavos, Felis, El vuelo, Brazos quiebran, En sincro, Suerte, Vivo, o HxH Hamlet por Hamlet, entre otras. Realizó el entrenamiento actoral de la obra Sanos y salvos de Gerardo Hochman y el entrenamiento en Commedia dell’Arte para la obra Arlequino servidor de dos patrones, presentada en el Complejo Teatral de Buenos Aires, donde interpretó a Pantaleón. Participó de la obra La vuelta al mundo interpretando a Passepartout siendo finalista como mejor actor de reparto en los premios Florencio Sánchez y de la obra La cocina en el Teatro Regio. Dirigió obras nacidas de sus alumnos avanzados: De noche, El deseado, El Palmar y Tape. En 2010 estrenó Hamlet en el Centro Cultural de la Cooperación, donde realizó la dirección de los cómicos e interpreta a Laertes. Dirigió proyectos de graduación del Instituto Universitario Nacional del Arte: Detrás, en 2010 y Matrioska, mientras se pueda en 2011. Actualmente dirige y protagoniza Un Vania en La carpintería teatro y se desempeña como tutor y jurado de artes escénicas de la Bienal de Arte Joven de Buenos Aires. En primavera se estrenará la película Caídos del mapa, en la que también participa.










miércoles, mayo 08, 2013

Un Vania | Una interpretación de Marcelo Savignone


Antón Chejov escribe Tio Vania (1896)1 luego del estreno de La Gaviota,  preocupado por la denominación de su dramaturgia; -comedia, drama-, es así, que para no entrar en conflicto decide quitarle el rótulo de “comedia” que subrayaba su anterior obra, y sólo agregarle a ésta “escenas de vida de campo, en cuatro actos”, denominación que nos sugiere situaciones que en realidad no se acercan al fondo de la cuestión que le preocupaba al autor: llevar a la escena no la fotografía de la vida sino su clima más íntimo; construyendo con su escritura los vaivenes de las pequeñeces cotidianas en cuya suma catastrófica se teje la tragedia o la comedia más grotesca. Sus personajes sin heroísmos, en la consecución de una abulia destructora, ven degradarse su vida, con indiferencia o con el dolor de la comprensión de la necesidad de un cambio que siempre se perderá en la víspera. En una Rusia que busca el equilibrio luego de la emancipación de los siervos de la gleba, los hombres ven como su existencia cambia de raíz sin atinar a encontrar la fórmula que los lleve a ocupar su lugar en el nuevo estado de situación.2
La puesta de Marcelo Savignone deja en el suspenso de un cotilleo inaudible todo diálogo trivial y centra su dirección en la figura de Vania y el drama que lo lleva a un planteo sobre estética y ética en el enfrentamiento con su mentor y profesor, Serebriakóv; además, profundiza en la soledad del personaje, y sus carencias afectivas. Vania se rebela contra las condiciones de servilismo y humillación que lo ponen por debajo de la figura del profesor y esa lucha para lograr una identidad, hasta entonces sumida en el anonimato, es central en la puesta de Un Vania. El pronombre que antecede al personaje universaliza la problemática, “un” Vania iguala a todos los que no pueden expresar su voz, a todos los que trabajan para dar luz a la voz de los otros. Las acciones se desenvuelven en un espacio dividido en dos habitaciones de una casa de campo: su sala – comedor donde transcurren la mayoría de las secuencias, y el dormitorio de Elena y el profesor donde finalmente ocurre la acción que producirá el desenlace. Ambos ámbitos unidos o separados por una puerta, que es el paso obligado de la escena a la extraescena, de lo percibido y lo sugerido. En ellas se desenvuelve con soltura el espíritu chejoviano, pero con la impronta de un tempo alejado del realismo naturalista de una propuesta tradicional. Los juegos coreográficos de los actores, el trabajo con el cuerpo de Savignone, su gestualidad, la neutralidad del vestuario, la teatralidad que profundiza la presencia del maniquí, el humor irónico exacerbado que trasciende toda la pieza, acentuando la ironía del texto dramático, difieren para bien de puestas anteriores que ante un clásico buscan producir una puesta casi arqueológica; sin ser ésta una crítica descalificadora para quien elige ese camino, si el producto resultante es de excelencia. La frescura que el trabajo corporal, en que se basa la dirección, aporta a las palabras del autor, agregan un plus que  consigue el goce del espectador. Savignone tiene un reconocido lugar en el hacer teatral y en esta propuesta, en especial, logra a través de los intersticios del texto: primero un texto segundo que se distancia hasta los límites pero sin romper el núcleo de la historia: segundo: un relato donde los seis personajes y los diferentes objetos parecen estar movidos por un gran titiritero: las imágenes visuales y auditivas tienen un ritmo sostenido, intrínseco, interno que necesariamente involucra a la platea. Así cada espectador puede sentir la fluidez y la ensoñación que desde el espacio lúdico se materializa como en un cuento infantil. Los distintos sistemas significantes confluyen con precisión en el amplio espacio escénico donde estallan las diferentes escenas. El humor, la creatividad y el profesionalismo de todos los integrantes para deconstruir y volver a construir la otra cara de estos personajes grises, deprimidos y encerrados en la atmósfera chejoviana. El devenir mágico y constante tiene el ritmo de un carrusel: podemos observar indiferentes o bien podemos disfrutar como niños del juego teatral, y aquellos que decimos subirnos lo pasamos muy bien.








Un Vania de Marcelo Savignone, concepción y dirección. Elenco: Paulina Torres, María Florencia Álvarez, Merceditas Elordi, Marcelo Savignone, Luciano Cohen, Pedro Risi. Dirección de textos y colaboración artística: Eva Rodríguez. Asistencia y colaboración artística: Nela Fortunato y Andrea Guerrieri. Escenografía: Lina Boselli. Realización maniquí: Flavio Pagola. Vestuario: Mercedes Colombo. Iluminación: Ignacio Riveros. Técnico: Daniel Schabert. Gráfica y diseño: Ed Carosia. Fotografía: Cristian Holzmann. Video: Belén Robaina. Producción ejecutiva: Silvia Barona.











Lo Gatto, Ettore, 1972. La literatura rusa moderna. Buenos Aires: Editorial Losada.









1
“Cuando en 1896 Chéjov concluyó Tío Vania, estaba todavía en el ambiente de La gaviota y probablemente si no se hubiera referido a la comedia que había ya preparado con el título El espíritu de los bosques, cuyos dos actos centrales ofrecía en la nueva obra, el conflicto dramático hubiera quedado más esfumado aún. En cuanto a la denominación, había llamado “escenas de vida provinciana” a la obra. Pero había denominado comedia a El espíritu de los bosques, de la que derivaba Tío Vania;(…)” (Lo Gatto, 421) La obra fue representada en el “Teatro de arte” el 26 de octubre de 1899 y tuvo un éxito aún mayor que La Gaviota. (422) Por Olga Knipper, esposa del autor y el propio Stanislavski.




2 “Chéjov mismo narró qué había sido su infancia, su adolescencia y su primera juventud, en una página de 1889 que no llamó autobiográfica pero que lo era, donde sugería a su amigo escritor Suvórin un tema para un cuento: ‘Escribid el cuento de cómo un joven, hijo de un siervo de la gleba, cantor de un coro en una iglesia, estudiante de gimnasia y universitario, enseñado a respetar los grados, a besar la mano a los sacerdotes, a someterse al pensamiento ajeno, a dar las gracias por cada trozo de pan, muchas veces azotado, obligado a ir a la escuela sin chanclos, después de tantos sufrimientos, elimina, gota por gota, al esclavo que hay en él mismo, y un buen día siente que por sus venas ya no corre sangre de esclavo, sino sangre verdadera, sangre humana’” (Lo Gatto, 406) Este espíritu que se rebela al status quo es el que invade el corazón de Vania.
 
 












viernes, junio 29, 2012

Piedras dentro de la piedra de Mariana Mazover


Fogwill1 escribe los Pichiciegos en 1983, un año después del conflicto de Malvinas, cuando todavía todo estaba envuelto en una gran confusión, por ignorancia colectiva o por ocultamiento culposo. Un año paradigmático porque además las próximas elecciones ponían un signo de interrogación hacia el futuro que de alguna manera también ocultaba  lo ocurrido un año antes. En una entrevista para el diario El País el escritor expresaba:

La leyenda rodea a Los Pichiciegos, una novela sobre la guerra de las Malvinas que Fogwill escribió casi en estado de trance en tres días y cuya gestación el escritor accede hoy a recordar. "Pasaba por la casa de mi madre cuando la escuché gritar: '¡Hundimos un barco!'. Yo volví entonces a mi estudio y escribí una frase: 'Mamá hundió hoy un barco'. A las ocho horas del hundimiento del barco de mi madre yo ya estaba escribiendo aquel libro”. (…) “La leyenda no le da más valor, pero a mí me da orgullo. El valor literario se puede malversar, es cuestionable. Pero hay un valor ético, que es el de haberla hecho y haberla hecho como la hice. Aunque la ética no hace un buen relato". (Elsa Fernández Santos, 20/3/10)

La novela leída desde el 2012 resulta, por lo tanto, inquietante, ya que el imaginario colectivo no incorpora, evita, las situaciones en las cuales algunos de sus protagonistas actuaron a contrapelo de lo exigido y expresado desde el discurso oficial y desde una Plaza de Mayo colmada de habitantes, y no decimos ciudadanos, porque teníamos negado el ejercicio de la ciudadanía. El filicidio, una vez más en manos del Estado, sobre cuerpos cada vez más jóvenes, cada vez más desinformados, no entrenados para llevar adelante una tarea, la recuperación del territorio de las Islas Malvinas; acicateados por el uso del concepto patriotismo, que nadie se atrevía a discutir, en la voz de quienes se consideraban los depositarios de la verdad absoluta, dueños de cuerpos y haciendas, produjo en algunos de ellos la sensación de que la conservación de la propia vida era un destino superior, o que aquél que se les imponía no tenía para ellos ningún sentido. Mariana Mazover retoma a treinta años de los sucesos la temática Malvinas, no desde la reivindicación nacional sino desde el punto de vista de las víctimas producidas no sólo por el fuego inglés sino por la inoperancia argentina. La puesta deja en claro a través de los diálogos que tejen los personajes que nada está adecuado a las circunstancias de la guerra, y que en todo se ve la famosa improvisación criolla; el relato del soldado del armado de la trampa para ovejas, que resulta una trampa para ellos mismos, es un claro ejemplo de lo que expresamos anteriormente. Situación que surge de la improvisación y oportunismo de quienes debían haber pensado la logística y las consecuencias de sus actos. Piedras dentro de la piedra, si bien tiene como relación la petrificación que el salitre produce en los cuerpos refugiados dentro de la piedra, es como una analogía de la puesta en abismo de los desaciertos para protegerse que producen los personajes dentro del desacierto general de un país entero. Presentado luego de un trabajo de investigación colectiva inspirado en la novela de Fogwill, la directora y los actores buscan encontrar ese punto en el que el afuera y el adentro de ese refugio se convierten casi en la misma cosa. Enemigos internos que reproducen la amenaza siempre latente del enemigo con mayúscula que tiene todos los recursos que otorga la disciplina y la tecnología, y que acecha en un entorno donde la naturaleza también es hostil. El espacio real representado está recortado, saturado, y apenas iluminado, mientras el espacio virtual representando es inmenso y en constante ebullición. Los efectos sonoros y lumínicos que interrumpen constantemente desde el afuera producen una tensión que va acrecentándose constantemente. Pero, en “la cueva”, gracias a la escenografía (Cecilia Zuvialde[2]), hay un cierto equilibrio en relación con el exterior amenazante: las “rocas laterales” están realizadas con materiales suaves y sin líneas duras – acolchados o almohadones – para contener al grupo de desertores en sus últimas horas, el “piso” tampoco parece muy sólido – cajones, tirantes, pallets de madera. Crear el clima de esta pequeña guerra dentro de la Guerra entre el humor, lo absurdo y la tensión ficcionalizando algunos datos históricos no es tarea fácil. El texto espectáculo lo logra no sólo a partir del discurso verbal sino además por medio del discurso visual y de la incorporación de los dos personajes femeninos, Olga y Mabel, quizá figuras necesarias como otra forma de contener a aquellos jóvenes soldados, hoy hombres desgarrados. Para el espectador, desde esta mirada ficcionalizada, es una forma de soportar el duro y gélido recuerdo que se escurre en los pequeños pliegues de lo no dicho. Mariana Mazaver con relación a esta obra ha comentado:
   
Nuestros pichis son otros pichis: seis soldaditos perdidos en el fondo de la Tierra, que vinieron de Cuyo, Corrientes, Chubut, Santiago, Suipacha y Carlos Berg al fin del mundo a defender una Patria descuajeringada y filicida. Cuerpos-objeto de una planificación táctica y estratégica pasada de copas, pertrechados con fusiles sulfatados y miras infrarrojas hechas de papel celofán que se hartaron de andar boyando por la nieve como bola sin manija y se atrincheraron en el mismísimo centro de la Tierra.[3]

Todo una metáfora de un país que veía en los jóvenes no el futuro posible y deseable sino por el contrario una amenaza lista para ser neutralizada y destruida, y una juventud cuyo único escape era el exilio interno o externo como lo demostraron años después los suicidios que producía un dolor irreparable o las largas colas en los consulados de España e Italia buscando en el afuera el sentido que se les negaba en el país.




Piedras dentro de la piedra versión libre de Mariana Mazover. Elenco: Alejandra Carpineti, Mariano Falcón, Laura Lértora, Hernán Lewkowicz, Alejandro Lifschitz, Sebastián Romero. Diseño de Escenografía y Vestuario: Cecilia Zuvialde. Diseño de Iluminación: Alfonsina Stivelman. Diseño de Maquillaje: Ana Pepe. Música Original: Mariano Pirato. Fotografía: Malena Figó, Claudio Da Paisano. Audiovisual: Pablo Bellocchio. Diseño Gráfico: Dalmiro.com. Prensa: Marisol Cambre. Producción ejecutiva y Asistente de Dirección: Natalia Slovendiansky. Dramaturgia y Dirección: Mariana Mazover. Teatro La Carpintería.






http://lacarpinteriateatro.wordpress.com/









Fernández Santos, Elsa, 2010. “La ética no es hacer o no hacer, sino decidir” en El País de Madrid, (archivo) 20/3.











1 Rodolfo Enrique Fogwill, (Quilmes, Buenos Aires, 15 de julio de 1941 – 21 de agosto de 2010) fue un escritor y sociólogo, profesor titular de la Universidad de Buenos Aires, editor de una legendaria colección de libros de poesía, ensayista y columnista especializado en temas de comunicación, literatura y política cultural. Algunos de sus textos integran diversas antologías publicadas en Estados Unidos, Cuba, México y España. En 2003 ganó la beca Guggenheim y, al año siguiente, el Premio Nacional de Literatura por su libro Vivir afuera.

[2] Escenógrafa y Vestuarista que se ha formado en el Instituto de Diseño Escénico Saulo Benavente y ha realizado numerosas puestas en escena, entre ellas Yocasta de Hector Levy (2012).

[3] Extraído del Anexo Prensa: El proceso creativo de Piedras dentro de las piedras, entregado a LunaTeatral en la función especial del 15/06/2012.







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