Fogwill1 escribe los Pichiciegos en 1983, un año después del conflicto de Malvinas,
cuando todavía todo estaba envuelto en una gran confusión, por ignorancia
colectiva o por ocultamiento culposo. Un año paradigmático porque además las
próximas elecciones ponían un signo de interrogación hacia el futuro que de
alguna manera también ocultaba lo
ocurrido un año antes. En una entrevista para el diario El País el escritor expresaba:
La leyenda rodea a Los Pichiciegos, una
novela sobre la guerra de las Malvinas que Fogwill escribió casi en estado de
trance en tres días y cuya gestación el escritor accede hoy a recordar.
"Pasaba por la casa de mi madre cuando la escuché gritar: '¡Hundimos un
barco!'. Yo volví entonces a mi estudio y escribí una frase: 'Mamá hundió hoy
un barco'. A las ocho horas del hundimiento del barco de mi madre yo ya estaba
escribiendo aquel libro”. (…) “La leyenda no le da más valor, pero a mí me da
orgullo. El valor literario se puede malversar, es cuestionable. Pero hay un
valor ético, que es el de haberla hecho y haberla hecho como la hice. Aunque la
ética no hace un buen relato". (Elsa Fernández Santos, 20/3/10)
La novela leída
desde el 2012 resulta, por lo tanto, inquietante, ya que el imaginario
colectivo no incorpora, evita, las situaciones en las cuales algunos de sus
protagonistas actuaron a contrapelo de lo exigido y expresado desde el discurso
oficial y desde una Plaza de Mayo colmada de habitantes, y no decimos
ciudadanos, porque teníamos negado el ejercicio de la ciudadanía. El filicidio,
una vez más en manos del Estado, sobre cuerpos cada vez más jóvenes, cada vez
más desinformados, no entrenados para llevar adelante una tarea, la
recuperación del territorio de las Islas Malvinas; acicateados por el uso del
concepto patriotismo, que nadie se atrevía a discutir, en la voz de quienes se
consideraban los depositarios de la verdad absoluta, dueños de cuerpos y haciendas,
produjo en algunos de ellos la sensación de que la conservación de la propia
vida era un destino superior, o que aquél que se les imponía no tenía para
ellos ningún sentido. Mariana Mazover retoma a treinta años de los sucesos la
temática Malvinas, no desde la reivindicación nacional sino desde el punto de
vista de las víctimas producidas no sólo por el fuego inglés sino por la
inoperancia argentina. La puesta deja en claro a través de los diálogos que
tejen los personajes que nada está adecuado a las circunstancias de la guerra,
y que en todo se ve la famosa improvisación criolla; el relato del soldado del
armado de la trampa para ovejas, que resulta una trampa para ellos mismos, es
un claro ejemplo de lo que expresamos anteriormente. Situación que surge de la
improvisación y oportunismo de quienes debían haber pensado la logística y las
consecuencias de sus actos. Piedras
dentro de la piedra, si bien tiene como relación la petrificación que el
salitre produce en los cuerpos refugiados dentro de la piedra, es como una
analogía de la puesta en abismo de los desaciertos para protegerse que producen
los personajes dentro del desacierto general de un país entero. Presentado
luego de un trabajo de investigación colectiva inspirado en la novela de
Fogwill, la directora y los actores buscan encontrar ese punto en el que el
afuera y el adentro de ese refugio se convierten casi en la misma cosa.
Enemigos internos que reproducen la amenaza siempre latente del enemigo con
mayúscula que tiene todos los recursos que otorga la disciplina y la
tecnología, y que acecha en un entorno donde la naturaleza también es hostil. El
espacio real representado está recortado, saturado, y apenas iluminado,
mientras el espacio virtual representando es inmenso y en constante ebullición.
Los efectos sonoros y lumínicos que interrumpen constantemente desde el afuera producen
una tensión que va acrecentándose constantemente. Pero, en “la cueva”, gracias
a la escenografía (Cecilia Zuvialde[2]),
hay un cierto equilibrio en relación con el exterior amenazante: las “rocas laterales”
están realizadas con materiales suaves y sin líneas duras – acolchados o almohadones
– para contener al grupo de desertores en sus últimas horas, el “piso” tampoco
parece muy sólido – cajones, tirantes, pallets de madera. Crear el clima de
esta pequeña guerra dentro de la
Guerra entre el humor, lo absurdo y la tensión
ficcionalizando algunos datos históricos no es tarea fácil. El texto
espectáculo lo logra no sólo a partir del discurso verbal sino además por medio
del discurso visual y de la incorporación de los dos personajes femeninos, Olga
y Mabel, quizá figuras necesarias como otra forma de contener a aquellos
jóvenes soldados, hoy hombres desgarrados. Para el espectador, desde esta
mirada ficcionalizada, es una forma de soportar el duro y gélido recuerdo que
se escurre en los pequeños pliegues de lo no dicho. Mariana Mazaver con
relación a esta obra ha comentado:
Nuestros pichis son otros pichis: seis soldaditos
perdidos en el fondo de la
Tierra, que vinieron de Cuyo, Corrientes, Chubut, Santiago,
Suipacha y Carlos Berg al fin del mundo a defender una Patria descuajeringada y
filicida. Cuerpos-objeto de una planificación táctica y estratégica pasada de
copas, pertrechados con fusiles sulfatados y miras infrarrojas hechas de papel
celofán que se hartaron de andar boyando por la nieve como bola sin manija y se
atrincheraron en el mismísimo centro de la Tierra.[3]
Todo una metáfora
de un país que veía en los jóvenes no el futuro posible y deseable sino por el
contrario una amenaza lista para ser neutralizada y destruida, y una juventud
cuyo único escape era el exilio interno o externo como lo demostraron años
después los suicidios que producía un dolor irreparable o las largas colas en
los consulados de España e Italia buscando en el afuera el sentido que se les
negaba en el país.
Piedras dentro de la piedra versión libre
de Mariana Mazover. Elenco: Alejandra Carpineti, Mariano Falcón, Laura Lértora,
Hernán Lewkowicz, Alejandro Lifschitz, Sebastián Romero. Diseño de Escenografía y
Vestuario: Cecilia Zuvialde. Diseño de Iluminación:
Alfonsina Stivelman. Diseño de Maquillaje: Ana Pepe. Música Original:
Mariano Pirato. Fotografía: Malena Figó, Claudio Da Paisano. Audiovisual:
Pablo Bellocchio. Diseño Gráfico: Dalmiro.com. Prensa: Marisol
Cambre. Producción
ejecutiva y Asistente de Dirección: Natalia Slovendiansky. Dramaturgia y Dirección:
Mariana Mazover. Teatro La Carpintería.
http://lacarpinteriateatro.wordpress.com/
Fernández Santos,
Elsa, 2010. “La ética no es hacer o no hacer, sino decidir” en El País de Madrid, (archivo) 20/3.
1 Rodolfo Enrique Fogwill, (Quilmes, Buenos Aires, 15 de julio de 1941 – 21 de agosto de 2010) fue un escritor y sociólogo, profesor titular de la Universidad de Buenos Aires, editor de una legendaria colección de libros de poesía, ensayista y columnista especializado en temas de comunicación, literatura y política cultural. Algunos de sus textos integran diversas antologías publicadas en Estados Unidos, Cuba, México y España. En 2003 ganó la beca Guggenheim y, al año siguiente, el Premio Nacional de Literatura por su libro Vivir afuera.
[2] Escenógrafa y Vestuarista que se ha formado en el Instituto de Diseño
Escénico Saulo Benavente y ha realizado numerosas puestas en escena, entre
ellas Yocasta de Hector Levy (2012).
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