lunes, junio 25, 2012

¡Ay, Camila! de Cristina Escofet | Ciclo Las Maldecidas



La tradición literaria ha trabajado el recuerdo de Camila O’Gorman desde la figura de la heroína romántica que se atreve a todo por amor, sabiendo que arriesga no sólo su posición en el pasado, sino su futuro, su vida misma, y la de Uladislao como el héroe romántico que duda entre el deber y el amor, y que por elegir este último olvidando sus votos, recibe finalmente la justicia poética que corresponde a sus actos. Cristina Escofet da un giro copernicano a esta pareja emblemática de la injusticia política en nuestro país, cuando aún éste apenas si se soñaba a sí mismo. La Camila de la puesta no es una heroína es una mujer que se atreve no sólo a cuestionar a la sociedad, al lugar que la sociedad le otorga a su condición de mujer, y al amor de Uladislao que le otorga un perdón que no necesita ni requiere. Heredera del legado de su tía abuela La Perichona en su circunstancia histórica, y del ancestral de las mujeres que devienen de Lilith, la primera mujer de Adán, la que no se somete a su mandato varonil, la que se pierde en la búsqueda de una igualdad que no la rebaje, y se opone al primer hombre con sus mismas armas y sus mismos argumentos. Lejos de las trampas que tejen las tretas del débil, las Lilith miran de frente a la vida y arriesgan todo, porque lo requieren todo. Con un texto bellamente escrito donde las palabras dicen lo que son sin eufemismos, donde se atreven a ser lo que pronuncian, Corina Bitshman  que se deja atravesar por ellas cruza los espacios escénicos para enlazar el tiempo del relato histórico con el presente de la enunciación comprometiendo al espectador con la mirada, el gesto, la ironía, el dolor, la angustia de ese momento límite. Máscara en busca de su rostro, Camila /Valentina, siente que su ser mujer está más allá del nombre sea elegido o impuesto. En una luz que marca los contrastes, en un rebozo rojo como la sangre, rojo como el color inevitable de la época, rojo como la pasión que la envuelve en su ropaje negro como la noche que la corteja, Camila es llevada a los extremos de sí misma por la actriz que desglosa la incertidumbre de su personaje, los fantasmas que la acechan. Para un texto que sobrepasa los límites del romanticismo y se expresa en su bella furia, se requiere una puesta expresionista, dura y despojada de elementos inútiles a la semántica que despliega; como la que se expresa desde la escenografía diseñada por Luisa Giambroni: una reja, dos silletas de fusilamiento, un banco, un espejo turbio, una palangana con agua donde lavar ¿qué culpas? donde la imagen se vuelve provocadora ajena a la máscara; y el relato se vuelve entonación de cuna, melodía que narra y acompasa la soledad de la celda, la soledad de la imposición del castigo. El contraste, la figura femenina de una madre que borda con la cabeza sumida en la tela, que obedece una ley social que le exige un ser sin peso específico para recibir el extraño privilegio de una vida sin sustancia. La hija de Lilith que nace del vientre de Eva, la que acepta su culpa y el pecado original por el atrevimiento de comer del árbol del conocimiento.

Las calles apestan en mi querida Santa María. Dicen que una unitaria, se robó la cabeza de Avellaneda de una pica. Eso dice mi madre, que  no levanta la cabeza del bastidor. ¿Qué borda? ¿Rosas? La calle está infectada dice. Pero a mi me gusta caminar entre el olor, los candombes, y los cuerpos. Mientras mi madre, borda, borda, borda...

Antígona del Río de la Plata que busca los restos dispersos de perros vagabundos, fetos abandonados, y los entierra en contra de la prohibición vigente.

“¿Qué hace la niña entelando los pelos? Mile que está plohibido entelal…? Yo le dejo la caletilla amita y peldoneme usté... pelo entelal está plohibido...”
Pero yo los entierro igual. Me gusta. El barro. Yo entierro y los bendigo. Yo los bendigo y los amo. Yo los acuno y los sepulto, yo los acaricio y lloro ante cada montículo sin cruz. Sh...que nadie vea a Camila O’ Gorman. Que nadie la vea como una sombra buscando cadáveres. Camila. La juntacadáveres.Ya voy padre. Ya voy madre... Ya voy...

La Camila que se despliega en la textualidad de Escofet, es una y es todas, figura compleja que despliega en la escena el poder de la pregunta salvadora; es la que se mira en el espejo y se ve desde ese territorio cóncavo desde adentro hacia un afuera hostil, pero que sin embargo no se resiste a la construcción que de ella se pide. La Camila que el discurso de la dramaturga construye atraviesa los tiempos en el cuerpo de la actriz y pone en acto la potencia rebelde de las mujeres de la historia. Las sumidas en el silencio de los relatos edulcorados, las que obedecen a un proyecto que las necesita sumisas y entregadas a la voz patriarcal, las que para desaparecerlas hay que objetivarlas, convertirlas en cosas, en ajeneidad absoluta o neutralizarlas desde las palabras que las nombra. Identidad impuesta, el nombre, de la que Camila se apropia para sentar desde su nueva nominación un refugio de libertad. Darle cuerpo a Camila o a todas las Camilas que emergen del texto primero no es tarea fácil: profusión de sentidos e imágenes propia de la poética de Escofet en el cruce de distintas perspectivas, de diferentes intertextualidades. La pequeña sala de Espacio Abierto potencia nuestra sensibilidad: los sahumerios encendidos nos ubican en un tiempo mítico, real y ficcional, la tenue luz nos hace estar atentos y las paredes negras nos anticipa el trance doloroso. Corina Bitshman[1] no sólo construye a su personaje con profesionalismo sino que va más allá, potente y descarnada con sus tonos, su gestualidad, con sus cuidados desplazamientos le da cuerpo a esa fusión de mito / heroína / mujer. Por momentos susurra como si fuera una canción de cuna pero en otros gime y grita como una leona herida; acompañada por la melodía compuesta por Sergio Alem, y en cada canto produce un respiro para el espectador si éste logra no estar atento a cada palabra pronunciada:

“Bailan mazorcas
Danzas macabras
Lloran las picas
hay luz de alarma
Muere la vida
Nace la muerte…”

En el espacio escénico, en distintos niveles con muy pocos elementos, entre ellos una silla para espera a Uladislao, al amor, al perdón, a la muerte y una “pila bautismal”, simbolismo tradicional donde el agua representa al “océano primordial” y el rito del bautismo con el perdón del “pecado original”. Camila es “la perra parida” y el “retoño amaestrado”, una maldecida sin retorno, que a pesar de la venda y de los grilletes lucha para “morir amando”

“Ay Camila, Valentina O’Gorman Sanz
Ay Gutiérrez, padrecito hay que rezar…”

¿Qué pecados intenta lavar Camila? ¿Los propios o quizá los ajenos? Si Camila con sus 23 años fue un hito como mujer, Cristina y Corina no solo actualizan su historia, en un clima claustrofóbico y de expectativa inquietante, sino que construyen una relación que se corporiza en el espesor propio del texto espectáculo. ¡Ay Camila! trasmuta al espectador a un tiempo-espacio “otro” imposible de olvidar.









¡Ay, Camila! dramaturgia de Cristina Escofet, para el ciclo “Las Maldecidas”. Actriz: Corina Bitshman. Música original y dirección vocal: Sergio Alem. Diseño de escenografía y vestuario: Luisa Giambroni. Asistente de dirección: Esteban González. Dirección General y puesta en escena: Cristina Escofet. Producción ejecutiva: Grupo Estigma. Diseño gráfico: Eduardo Echaniz. Prensa: Tehagolaprensa. Teatro Roxana Randón Espacio Abierto.



















[1] En la puesta de Las Descentradas dirigida por Adrián Canale, en Puerta Roja, la actriz se destacó más allá de su personaje por su interpretación del tango Niebla del Riachuelo.








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