“A veces soñábamos con el estreno. Lo veíamos lejano, casi inaccesible, pero todo eso no importaba. Junto a Armando yo había aprendido a gozar del trabajo en sí, con la misma ternura con que un ebanista acaricia las vetas de la madera. Gracias Armando”.
Sergio
Decidí comenzar la nota con un epígrafe que transcribe un párrafo del
prólogo con que De Cecco le agradece a Chulak el tiempo compartido como un
pequeño homenaje a dos figuras relevantes de nuestro teatro. El gran deschave es una obra emblemática
de nuestra dramaturgia, sus autores Chulak y De Cecco escribieron la obra
siguiendo la línea que inauguraron Roberto Cossa y Ricardo Halac en los
sesenta, con la figura de un sujeto fracasado, antihéroe nacional que se sueña
conquistador de espacios y oficios pero que en la realidad de su vuelo de
gorrión se golpea cruelmente contra el asfalto. Jorge se asemeja al Raúl de Nuestro fin de semana (1964), pero si aquél
tenía la complacencia de su mujer, Beatriz, que observaba en silencio, y
asentía con resignación, Susana en El
gran deschave, está harta y no soporta una vida mediocre que sólo oculta la
fantasía de las novelas de televisión. Han pasado más de diez años y el rol de
la mujer es otro, lo que se comenzaba a cuestionar en los sesenta ya no se
tolera a mediados de los setenta. La pieza en su estreno tuvo a Federico Luppi
y Haydeé Padilla en los roles principales, y fue un éxito de público y crítica1, en su crudeza de desnudar la
inestabilidad de una relación que el ‘deber ser’ social exigía exitosa en todos
los planos y que la realidad mostraba insoluble en su falta de diálogo, al no
compartir universos comunes, diferencias de criterios, y un contexto social que
como dije antes le pedía a la mujer que ocupara otros lugares, que asumiera
otros compromisos. La puesta que lleva adelante Luciano Suardi, hace pasar el
punto de vista por el contexto y establece una lectura sesgada donde si bien el
televisor es el detonante de la tensión dramática, al provocar la necesidad de
una conversación infinitamente postergada, incorpora a ese escenario a actores
que en la pieza están sólo como representantes de una época, y los convierte en
testigos, siempre presentes, atisbando por el muro del patio, introduciéndose
de prepo a través de la música, para finalmente irrumpir en ese mundo decadente
que representa la familia burguesa, núcleo constitutivo de la sociedad
capitalista: los jóvenes; que quieren hacer la revolución, cambiar el mundo,
porque ese mundo está en estado de descomposición; ellos son presencia
inequívoca de esa situación. Los autores no llegaron a hacer en el momento de
su estreno una lectura sobre esos personajes que las perspectiva de los años le
permite a Suardi hacer en la puesta que lleva adelante en el Teatro Cervantes
casi cuarenta años después. Una lectura equidistante e inteligente, que penetra
en la idiosincrasia de una sociedad que estaba en permanente estado de cambio.
Una mirada que fluye y que refuerza la excelente escenografía de Graciela Galán
permitiendo que el espacio escénico se expanda hacia la extraescena y que los
personajes se mueven coreográficamente por él; dándoles a los actores la
oportunidad de constituir desde el cuerpo un otro lenguaje que a veces
contradice el discurso de la palabra, que sigue siendo en la poética de la
pieza el eje fundamental. Las actuaciones de Muriel Santa Ana, y Guillermo
Arengo, componen a sus personajes en crescendo, desde una trivialidad buscada
hasta una tensión efectiva que los coloca fuera de todo tiempo, encerrados en
una historia íntima, como tantas, pero en su eterna particularidad destructiva.
Su relación está amenazada, por la memoria, por lo no dicho, por el engaño de
Martinucci, solvente actuación de Marcelo Bucossi, que le aporta al personaje
la cuota de cinismo necesaria para destruir las ilusiones de Jorge y quitarle
la venda de los ojos por sus sueños rotos, y por último, por el silencio del
único cómplice que sostenía su vacío de sentido, el televisor. Tanto la Nona, Graciela Pal, como Don
Robustiano, Iván Moschner, construyen con talento dos personajes que son además
representantes de una sociedad que sostiene el status quo desde la complacencia
de aceptar como natural lo que puede ser modificado. El final es para polemizar
en cuanto a la mirada que Suardi le permite al texto, pero es mejor que vean la
puesta, que se lo merece y no develar nada. Sólo podemos afirmar que la música
toma protagonismo y no sólo ilustra el sentido del texto sino que trabaja como
un espejo cóncavo2, donde el contraste entre
unos y otros es metáfora de toda una época.
El gran deschave de
Armando Chulak3 y Sergio De Cecco4. Elenco: Muriel Santa Ana, Guillermo
Arengo, Graciela Pal, Iván Moschner, Marcelo Bucossi, Juan Faisal, (bajo y voz)
Miguel Alché, (guitarra y coros) Martín Miguel López Grande (batería y coros)
Producción TNC: Melina Ons. Fotografía: Gustavo Gorrini, Mauricio Cáceres.
Diseño gráfico: Verónica Duh, Ana Dulce Collados. Asistencia de dirección: Ana
Calvo. Coreografía Cecilia Elías. Música original: Carmen Baliero. Iluminación:
Matías Sendón. Vestuario: Gabriela Aurora Fernández. Escenografía: Graciela
Galán. Dirección: Luciano Suardi. Teatro Nacional Cervantes: Sala María
Guerrero.
1 El
gran deschave se estrenó el 11 de agosto de 1975 en el Regina de Buenos
Aires. Se presentó en el Ópera de La
Plata el 12 de diciembre de 1976 y del 4 de enero al 14 de
marzo de 1977, en el Astral de Mar del Plata, para retornar al escenario del
Regina el 25 de marzo del mismo año, acercándose a las mil representaciones.
También se dio en Río de Janeiro, Brasil; México y España. Fue premiando con el
Estrella de Mar, como texto dramático, y sus actores también como su director,
Carlos Gandolfo.
2 En la puesta original se incorporó
poco antes del estreno Balada final con música de Horacio Delia Rocca y letra de Sergio De Cecco, la voz fue de
Marikena Monti. Como afirmaba su autor: “Lo que se dice en ella resume toda la
obra. No solamente por sus versos sino por el ritmo musical que le supo
imprimir su compositor. Comienza sentimental, romántica, hasta rayar en la
cursilería y va creciendo en una ironía agresiva, violenta, para finalizar con
un pedido de clemencia, casi litúrgico.” Si, /Que bueno es nuestro amor: / un
tango ruin, un vals engañador/el tramposo hijo de perra/que se vaya a la
mierda. / Dios, sálvanos de este amor…
3 Nació en Buenos Aires en 1927 y murió
en 1975 antes del estreno de El gran
deschave. Inició sus estudios teatrales con Hedy Crilla. Fue ayudante de
dirección, y luego fue director. Escribió numerosos libros de poesía: La senda estrecha (1952), Balada para
esperarte (1953), entre otros. Fue crítico de teatro, cine y arte en el
diario La mañana Trabajó en revistas de humor como: Tía Vicente, María Belén, Tío Landrú. Al
radicarse en Mar del Plata se incorpora a la emisora LU9, donde ocupó cargos
directivos. Alejado del teatro en 1973
vuelve a escribir con Sergio De Cecco, una pieza que iba a llamarse Final feliz y que luego De Cecco tituló El gran deschave.
4 Sergio De Cecco nació en Buenos Aires
en 1931 cuyo nombre completo era Sergio Amadeo De Cecco, también conocido con
los seudónimos de Javier Sánchez y Amadeo Salazar, fue un periodista, actor, dramaturgo
y guionista de cine y de radio, que falleció en la misma ciudad donde nació el
26 de noviembre de 1986. Se inició a los 18 años como libretista de radio,
mientras recorría Argentina y el resto de Latinoamérica con su teatro de
títeres “De las malas artes, luego fue guionista de televisión, periodista y
dramaturgo. Su primera obra fue: Durante
el ensayo. Autor premiado, su obra paradigmática en la década del 60 fue El reñidero, que sería llevada al cine
bajo la dirección de René Mujica, obtuvo un tercer premio en el país y fue
conocido en Festivales internacionales como el Festival de Cannes en Francia.
Su otra pieza reconocida fue Capocómico en
1965. Tras un lapso de diez años vuelve al teatro con El gran deschave.