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viernes, noviembre 22, 2013

El gran deschave (1975 / 2013) de Armando Chulak y Sergio De Cecco

“A veces soñábamos con el estreno. Lo veíamos lejano, casi inaccesible, pero todo eso no importaba. Junto a Armando yo había aprendido a gozar del trabajo en sí, con la misma ternura con que un ebanista acaricia las vetas de la madera. Gracias Armando”.
Sergio

Decidí comenzar la nota con un epígrafe que transcribe un párrafo del prólogo con que De Cecco le agradece a Chulak el tiempo compartido como un pequeño homenaje a dos figuras relevantes de nuestro teatro. El gran deschave es una obra emblemática de nuestra dramaturgia, sus autores Chulak y De Cecco escribieron la obra siguiendo la línea que inauguraron Roberto Cossa y Ricardo Halac en los sesenta, con la figura de un sujeto fracasado, antihéroe nacional que se sueña conquistador de espacios y oficios pero que en la realidad de su vuelo de gorrión se golpea cruelmente contra el asfalto. Jorge se asemeja al Raúl de Nuestro fin de semana (1964), pero si aquél tenía la complacencia de su mujer, Beatriz, que observaba en silencio, y asentía con resignación, Susana en El gran deschave, está harta y no soporta una vida mediocre que sólo oculta la fantasía de las novelas de televisión. Han pasado más de diez años y el rol de la mujer es otro, lo que se comenzaba a cuestionar en los sesenta ya no se tolera a mediados de los setenta. La pieza en su estreno tuvo a Federico Luppi y Haydeé Padilla en los roles principales, y fue un éxito de público y crítica1, en su crudeza de desnudar la inestabilidad de una relación que el ‘deber ser’ social exigía exitosa en todos los planos y que la realidad mostraba insoluble en su falta de diálogo, al no compartir universos comunes, diferencias de criterios, y un contexto social que como dije antes le pedía a la mujer que ocupara otros lugares, que asumiera otros compromisos. La puesta que lleva adelante Luciano Suardi, hace pasar el punto de vista por el contexto y establece una lectura sesgada donde si bien el televisor es el detonante de la tensión dramática, al provocar la necesidad de una conversación infinitamente postergada, incorpora a ese escenario a actores que en la pieza están sólo como representantes de una época, y los convierte en testigos, siempre presentes, atisbando por el muro del patio, introduciéndose de prepo a través de la música, para finalmente irrumpir en ese mundo decadente que representa la familia burguesa, núcleo constitutivo de la sociedad capitalista: los jóvenes; que quieren hacer la revolución, cambiar el mundo, porque ese mundo está en estado de descomposición; ellos son presencia inequívoca de esa situación. Los autores no llegaron a hacer en el momento de su estreno una lectura sobre esos personajes que las perspectiva de los años le permite a Suardi hacer en la puesta que lleva adelante en el Teatro Cervantes casi cuarenta años después. Una lectura equidistante e inteligente, que penetra en la idiosincrasia de una sociedad que estaba en permanente estado de cambio. Una mirada que fluye y que refuerza la excelente escenografía de Graciela Galán permitiendo que el espacio escénico se expanda hacia la extraescena y que los personajes se mueven coreográficamente por él; dándoles a los actores la oportunidad de constituir desde el cuerpo un otro lenguaje que a veces contradice el discurso de la palabra, que sigue siendo en la poética de la pieza el eje fundamental. Las actuaciones de Muriel Santa Ana, y Guillermo Arengo, componen a sus personajes en crescendo, desde una trivialidad buscada hasta una tensión efectiva que los coloca fuera de todo tiempo, encerrados en una historia íntima, como tantas, pero en su eterna particularidad destructiva. Su relación está amenazada, por la memoria, por lo no dicho, por el engaño de Martinucci, solvente actuación de Marcelo Bucossi, que le aporta al personaje la cuota de cinismo necesaria para destruir las ilusiones de Jorge y quitarle la venda de los ojos por sus sueños rotos, y por último, por el silencio del único cómplice que sostenía su vacío de sentido, el televisor. Tanto la Nona, Graciela Pal, como Don Robustiano, Iván Moschner, construyen con talento dos personajes que son además representantes de una sociedad que sostiene el status quo desde la complacencia de aceptar como natural lo que puede ser modificado. El final es para polemizar en cuanto a la mirada que Suardi le permite al texto, pero es mejor que vean la puesta, que se lo merece y no develar nada. Sólo podemos afirmar que la música toma protagonismo y no sólo ilustra el sentido del texto sino que trabaja como un espejo cóncavo2, donde el contraste entre unos y otros es metáfora de toda una época.






El gran deschave de Armando Chulak3 y Sergio De Cecco4. Elenco: Muriel Santa Ana, Guillermo Arengo, Graciela Pal, Iván Moschner, Marcelo Bucossi, Juan Faisal, (bajo y voz) Miguel Alché, (guitarra y coros) Martín Miguel López Grande (batería y coros) Producción TNC: Melina Ons. Fotografía: Gustavo Gorrini, Mauricio Cáceres. Diseño gráfico: Verónica Duh, Ana Dulce Collados. Asistencia de dirección: Ana Calvo. Coreografía Cecilia Elías. Música original: Carmen Baliero. Iluminación: Matías Sendón. Vestuario: Gabriela Aurora Fernández. Escenografía: Graciela Galán. Dirección: Luciano Suardi. Teatro Nacional Cervantes: Sala María Guerrero. 
 











1 El gran deschave se estrenó el 11 de agosto de 1975 en el Regina de Buenos Aires. Se presentó en el Ópera de La Plata el 12 de diciembre de 1976 y del 4 de enero al 14 de marzo de 1977, en el Astral de Mar del Plata, para retornar al escenario del Regina el 25 de marzo del mismo año, acercándose a las mil representaciones. También se dio en Río de Janeiro, Brasil; México y España. Fue premiando con el Estrella de Mar, como texto dramático, y sus actores también como su director, Carlos Gandolfo.

2 En la puesta original se incorporó poco antes del estreno Balada final  con música de Horacio Delia Rocca  y letra de Sergio De Cecco, la voz fue de Marikena Monti. Como afirmaba su autor: “Lo que se dice en ella resume toda la obra. No solamente por sus versos sino por el ritmo musical que le supo imprimir su compositor. Comienza sentimental, romántica, hasta rayar en la cursilería y va creciendo en una ironía agresiva, violenta, para finalizar con un pedido de clemencia, casi litúrgico.” Si, /Que bueno es nuestro amor: / un tango ruin, un vals engañador/el tramposo hijo de perra/que se vaya a la mierda. / Dios, sálvanos de este amor…

3 Nació en Buenos Aires en 1927 y murió en 1975 antes del estreno de El gran deschave. Inició sus estudios teatrales con Hedy Crilla. Fue ayudante de dirección, y luego fue director. Escribió numerosos libros de poesía: La senda estrecha (1952), Balada para esperarte (1953), entre otros. Fue crítico de teatro, cine y arte en el diario La mañana  Trabajó en revistas de humor como: Tía Vicente, María Belén, Tío Landrú. Al radicarse en Mar del Plata se incorpora a la emisora LU9, donde ocupó cargos directivos. Alejado del teatro  en 1973 vuelve a escribir con Sergio De Cecco, una pieza que iba a llamarse Final feliz y que luego De Cecco tituló El gran deschave.

4 Sergio De Cecco nació en Buenos Aires en 1931 cuyo nombre completo era Sergio Amadeo De Cecco, también conocido con los seudónimos de Javier Sánchez y Amadeo Salazar, fue un periodista, actor, dramaturgo y guionista de cine y de radio, que falleció en la misma ciudad donde nació el 26 de noviembre de 1986. Se inició a los 18 años como libretista de radio, mientras recorría Argentina y el resto de Latinoamérica con su teatro de títeres “De las malas artes, luego fue guionista de televisión, periodista y dramaturgo. Su primera obra fue: Durante el ensayo. Autor premiado, su obra paradigmática en la década del 60 fue El reñidero, que sería llevada al cine bajo la dirección de René Mujica, obtuvo un tercer premio en el país y fue conocido en Festivales internacionales como el Festival de Cannes en Francia. Su otra pieza reconocida fue Capocómico en 1965. Tras un lapso de diez años vuelve al teatro con El gran deschave.




jueves, septiembre 01, 2011

Dijeron de mí, de y por Virginia Innocenti



El título en pasado, que parafrasea el título del tango de Pelay y Canaro de 1943, nos habla de la reconstrucción de la mirada del otro sobre uno mismo, la que lleva adelante sin superponerse a la real Virginia Innocenti1 desde la voz, el cuerpo, con la impronta si de alguna gestualidad que nos recuerda a la memorable Tita. En el escenario del Maipo la actriz nos ofrece un relato unido por la música, aún en sus silencios, ya que desde el piano Diego Vila sostiene la tensión y el diálogo con la actriz a partir de la mirada. Relato cronológico pero fragmentado, que avanza y retrocede marcando los momentos más íntimos de la Merello: el abandono, el amor, el desamor, la soledad, la necesidad de trabajar para sobrevivir en una ciudad fagocitadora de débiles; la puesta muestra como el personaje Tita se come a Laura Ana, la persona real, y trasluce una fortaleza que es un castillo de naipes. Virginia Innocenti y Luciano Suardi aciertan cuando comprenden que la dureza de Tita es refugio y que su fuerza reside en su porfiada debilidad: “No sé cantar, no se bailar, no se hacer nada, pero tengo dieciséis años”. Del mismo modo aciertan cuando no intentan darle a la interpretación de los tangos más representativos de la Merello, en la voz de la Innocenti ni el tono ni el color de Tita, ni siquiera reproducir su cadencia2 sino que la actriz en el presente de su acto es ella y la otra en un diálogo precioso. En un escenario despojado de brillos inútiles, con una mesa funcional a los desplazamientos de la actriz, que es también el objeto de equilibrio entre ella y el piano, un telón pantalla, un juego preciso con las luces y un vestuario que la ubica en tres momentos de su vida que aparecen ligados por la música y la letra de los tangos, son suficientes para describirla sin apelar al rigor histórico. Tita hija, Tita mujer, Tita enamorada, Tita abandonada y perseguida, recuperada por la amistad y la memoria, Tita agradecida, una mujer que atravesó el siglo y siempre tuvo mucho que decir. Todas ellas aparecen por la maestría del trabajo de la Innocenti que despliega su talento sin desmesura y que demuestra una vez más, que es no sólo una muy buena actriz sino también una maravillosa intérprete de la música popular. No la imita, la comprende, la describe desde ella misma, encarnada en la Merello; así su cuerpo menudo crece o se repliega según el curso del tiempo, impiadoso y cruel. De la risa al llanto, del dolor a la esperanza, Innocenti logra que el espectador se acerque a la mujer a partir de sólo unos pocos hitos importantes de la vida de la diva. Hacia el final que no lo será, porque todos queríamos más y generosamente se nos dará un plus; del telón de fondo surgen las fotografías en paralelo que muestran a ambas y nos dejan la dulzura del recuerdo, y en real la imagen de una Tita entonando su tango más característico, aquél que la pinta de cuerpo entero. El Maipo3 es un espacio significativo, porque la trayectoria de la sala tiene mucho en común con la trayectoria de Tita, hasta en esto se sitúa la Innocenti, cuando dialoga con el público a la manera de… pero con una gracia propia. Difícil tarea ser otra desde lo visceral, desde uno mismo, pero el trabajo es exquisito y el esfuerzo vale la pena.

Dijeron de mí de Virginia Innocenti. Elenco: Virginia Innocenti. Diseño de espacio escénico: Oria Puppo. Diseño y realización de vestuario: Pablo Battaglia, Mónica Mendoza. Diseño de iluminación: Omar Possemato. Peinados y pelucas: Oscar Colombo. Maquillaje: Francisco Ingratta. Asesoramiento de imagen: Horace Lannes. Asistente de Oria Puppo: Cecilia Stanovnyk, Leticia Ragozzino, Sofía Galazzi. Realización escenográfica: A&B realizaciones escenográficas. Coreografía: Cecilia Elías. Fotografías de Tita Merello: Annemarie Heinrich. Producción fotográfica de Virginia Innocenti: Estudio Heinrich Sanguinetti. Arte y diseño: Pablo Bologna. Prensa: Duche & Zárate. Asistente de dirección: Marcelo Szereszevsky. Producción artística: Lino Patalano. Piano y dirección musical: Diego Vila. Dirección general: Luciano Suardi.  




1 Virginia Innocenti, es actriz de teatro de cine y televisión donde sus recordadas interpretaciones han obtenido el reconocimiento del público y de la crítica especializada. En 2001 recibió la distinción Premio Konex como una de las cinco Mejores Actrices de cine de los ’90 y en 2011como una de las Mejores Labor Teatral Unipersonal de la última década. En lo musical por su disco Habrá fue nominada a los premios Gardel como Mejor intérprete y por su compacto En agua negra obtuvo el Premio Clarín 2006 como Revelación Mejor Intérprete Melódico Popular.

2 Dice Osvaldo Pellettieri de su cadencia: “A ese balbuceo que compartía con la mayoría de los actores cómicos argentinos, Tita le insufló la expresividad “canyengue” de todo su cuerpo, de su estado de ánimo, de su andar y, especialmente, de su elocución. Desde su forma de sentarse hasta su discurso se plegaban a esa actitud. Su entonación “llorada”, nasalizada, era a veces seria, otras graciosa o cachadora, pero siempre canyengue.” (2003, 135)

3 Tita Merello actuó por primera vez en el teatro actualmente denominado Maipo en 1923, hasta el año 1922 denominado Esmeralda, en la revista cuyo título era Las modernas Scherezadas de Roberto Cayol, cantaba el tango “Trago amargo”; cuando sólo tenía diecinueve años. El autor la definió con el apelativo Tita. En este teatro fue figura estelar compartiendo cartel con los cómicos Pepe Arias, Marcos Caplán y Luis Arata. El periodista Jorge Göttling expresó: «Ella contaba que allí, con ese lúgubre decorado, cantó en público el primer tango, con su voz feroz y desafinada. Estrena el tango Se dice de mí de 1943, en la Comedia musical de Ivo Pelay y Francisco Canaro Buenos Aires de ayer y de hoy. Es una canción concebida originariamente como milonga, con música de Francisco Canaro y letra de Ivo Pellay, con rica historia en Hispanoamérica. La primera grabación de "Se dice de mí" la hizo Canaro con la voz de Carlos Roldán, en un registro argentino del 19 de mayo de 1943; la letra era para que la cantara un hombre, pues el protagonista era un varón. La canción adquirió notoriedad al ser interpretada por Tita Merello en una versión femenina en la película Mercado de abasto, de 1955, con dirección de Lucas Demare. Casi cincuenta años después, la canción volvió a reeditarse, como cortina musical de la telenovela colombiana de éxito mundial Yo soy Betty, la fea. El leitmotiv musical de la telenovela es este tema interpretado por la cantante bogotana Yolanda Rayo, en tiempo de milonga y en tiempo de salsa. La excusa es la coincidencia de la aparente fealdad de la protagonista de la canción con el personaje principal encarnado por la actriz Ana María Orozco. 



 



Pellettieri, Osvaldo, 2003. “Tita Merello: el actuar como cantar un tango” en De Eduardo de Filippo a Tita Merello. Del cómico italiano al “actor nacional” argentino (II). Buenos Aires: Galerna /Instituto Italiano de Cultura de Buenos Aires.


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