(…) pero la boludez tiene sus reglas también,
la boludez es un estado, es una forma de ser,
casi podría decirte que la boludez es una clase…
y ninguna clase cae sin pelear (…)
(Ana- Las boludas)
Dalmiro Saénz en Las boludas describe
con un relato dentro de un relato, como en las matrioskas1,
un universo dividido entre cazadores y presas. Los hombres son los
depredadores, las mujeres, víctimas que claman justicia y están dispuestas a
concretar su venganza. Ser boluda es ser una presa fácil para cualquier
cazador, y en el texto, tanto en el dramático como en el que la directora
construye en el escenario, aparecen varios tipos de cazadores y formas de
realizar su trabajo: cazador de hombres (reos prófugos), cazador de mujeres
(amantes o subversivas), cazador de animales, (felinos) y por último el que da
unidad al relato, el cazador de personajes, su alter ego; caza de monte y caza
de aguada. El cazador de personajes desde el punto de vista de Saénz, no es un
dios creador, no es un demiurgo, sino dando cuenta de la poética realista que
lleva adelante, su escritura persigue con la mirada, investiga, recoge
información y describe lo que ve; Saénz
incorpora así dentro de la trama una discusión estética; la imposibilidad desde
el realismo de decirlo todo, de explorar todas las posibilidades de expresión y
en su afán de representar lo real, la incapacidad de construir un mundo otro. Al
igual que la caza, secuencia que metaforiza la manera de escritura, la caza de aguada,
sería la escritura que sólo es copia de la realidad, y la caza de monte sería
una escritura de complejidad e imaginación que es la que ejercitan los mejores:
Pacheco. –…Yo, que quieren que
les diga, no lo soporto, la caza de aguada para mí no es caza, es depredación.
Esconderse en una aguada, esperar que llegue la presa y meterle un balazo
cuando está tomando agua, además de estúpido, no es cazar, es asesinar…La única
caza que existe es la montería, la montería es competir con astucia, en resistencia,
en imaginación, en el propio hábitat del animal, es rastrearlo por el monte, es
seguirle sus huellas, es recurrir a todas las artimañas imaginables… (Saénz,
1988,26)
Los relatos que se encadenan en la
textura dramática a través del personaje Juan, van construyendo uno mayor que
los abarca todos y a él junto a Ana; porque Juan no es un verdadero cazador de
personajes sino un cronista de casos policiales que se apega a una verdad de
única mirada y escribe aquello que se le ofrece. Sin embargo, si a las boludas
el autor las presenta como presas fáciles, en un primer momento, en el
desarrollo del juego dramático se transforman para obtener la fuerza desde el
fondo de su debilidad, y conseguir vencer el dolor y la injusticia. El agua y
la sed, la literal y la del amor, son huellas de una escritura que se prolonga en
los cuerpos, por la humillación, y la tortura. El cazador de desertores que
cree haber obtenido una amante como presa, caerá en la red que ésta ha
construido luego de una paciencia de años, y que se cobrará no la muerte física
sino la de la pérdida de la dignidad. Ha caído en la trampa que le ofrece un
oponente que ataca y se defiende con sus mismas armas. El hombre lobo del
hombre, necesita llevar a su presa al límite de su subjetividad humana, destruirla,
animalizarla para no sentir culpa por el horror que provoca. La vida y la
muerte es un lento batallar entre unos y otros, donde el sistema de fuerzas es
inestable, asimétrico, y donde algunas veces la balanza no se inclina del lado
de la fuerza y el poder. La directora, Florencia Goldstein, ubica a sus actores
en una caja negra donde un biombo que simula un baño en extraescena y una cama
matrimonial con sábanas rojas cubre gran parte del espacio escénico. El rojo y
el negro, son colores simbólicos, que significan vida y pasión, muerte,
silencio y soledad. Negro también es el vestuario de la actriz, (Iamma Chedi) que
devendrá de Ana en Sonia, de Sonia, en María, con recursos sencillos: una
vincha, una pequeña capa y un registro corporal que le permite ser también el
yaguareté del relato de Pacheco. La puesta le propone a cada uno de los actores
llevar adelante distintos personajes, - Alejandro de Gasperi será además de
Juan el amante de Ana, su marido, Galvéz, Pacheco. La respuesta es de un alto
nivel actoral que logra escenas de excelencia, atravesando la sensibilidad del
espectador por su dureza y efectividad:
los encuentros de Gálvez y Sonia, la escena final de María y Pacheco, son
algunas para mencionar. En un solo espacio escénico se suceden las acciones que
los personajes van desplegando ante un espectador que palpita entre la emoción,
la risa y el espanto. Florencia Goldstein trabaja un texto desde la necesidad
de una transformación en escena que obliga a los actores a manejar las
herramientas de su arte: el cuerpo y la voz, con una fuerza sutil. Oxímoron
necesario para que los hilos del tejido actoral no quede expuesto, y todo surja
en el devenir de la acción. El texto escrito en 1988, luego del exilio de
Saénz, trabaja con un contexto contemporáneo al enunciado, pero vuelve en el
tiempo en las historias que transcurren luego de la campaña al desierto, fin
del siglo XIX, o la última dictadura cívico – militar entre 1976 / 1983. Las
heridas que ambos acontecimientos produjeron en la sociedad se unifican en las
marcas que el dolor y la muerte dejaron en los vivos y los muertos; en los
cuerpos y en el recuerdo que los reconstruye una y otra vez. Las voces en off
que traen desde una radio la renuncia de Galtieri, mientras la música ahoga los
gritos de Sonia, o la foto que mantiene alertas los sentimientos de amor /odio
de la hija del prófugo, se suman al relato que describe con minuciosidad el
proceso de castigo y sometimiento. La iluminación juega también un rol
fundamental en lograr los climas necesarios para la intensidad de lo narrado,
recortando, suprimiendo o resaltando cada elemento, para lograr que el conjunto
se exprese en su máxima potencialidad. Las
boludas es un relato sobre el poder y sus relaciones, desde el lugar de
quien lo ejerce y de quien lo sufre, es también un relato de cómo ese poder se
desarrolla en el espacio de lo público y en el espacio de lo privado; de cómo
se disfraza con sentimientos que no le corresponden, o como se despliega con
una sistematicidad que aterra. “La
derecha, bajo mil disfraces, ejerce en el mundo su poder. Pero al mismo tiempo
es acosada por su propia obra. Entre los débiles que ella explota existen
vigorosas debilidades con nuevas y astutas armas nacidas de la lucha” (Dalmiro
Saénz, prólogo a Las boludas) El sexo
como arma, como estrategia de dominación, forma parte de lo que Josefina Ludmer denomina
“las tretas del débil” en las figuras femeninas, y como un ariete de poder en
los personajes masculinos que se suceden. Las mujeres son boludas porque se
someten a un deseo que las lleva a la sumisión pero al mismo tiempo cuando la
finalidad no es el deseo sino la venganza, el sexo es astucia, es un arma de
caza. La dirección de Florencia Goldstein atraviesa el texto de Saénz con una
lectura que se desgarra en los cuerpos de los actores y produce un segundo
lenguaje donde las palabras detonan su doble carga de especificidad.
Las boludas de Dalmiro Saénz. Elenco:
Iamna Chedi, Alejandro de Gasperi. Arreglos Sonoros: Juan Patricio Ponce; Realizador Escenográfico: José Luciano González; Dirección y Puesta en Escena:
Florencia Goldstein. Dirección Florencia
Goldstein. Prensa: Silvina Pizarro. Teatro Espacio Urbano.
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Saénz, Dalmiro, 1988. Las Boludas. Buenos
Aires: Torres Agüero Editor.
Hemeroteca:
Belauza, J., 2013. “Una obra de Saénz en el teatro” en Tiempo Argentino sección espectáculos, año 4, número 1238, página
43, 19/10.
1 La matrioska o muñeca rusa son unas muñecas tradicionales rusas creadas en 1890, cuya originalidad consiste en que se encuentran huecas por dentro, de tal manera que en su interior albergan una nueva muñeca, y ésta a su vez a otra, y ésta a su vez otra, en un número variable que puede ir desde cinco hasta el número que se desee, siempre y cuando sea un número impar. A veces las muñecas interiores son iguales entre sí, pero pueden diferenciarse en la expresión de la muñeca o en el recipiente que sostienen.