lunes, octubre 28, 2013

Las boludas de Dalmiro Saénz


(…) pero la boludez tiene sus reglas también,

la boludez es un estado, es una forma de ser,

casi podría decirte que la boludez es una clase…

y ninguna clase cae sin pelear (…) 
(Ana- Las boludas)

Dalmiro Saénz en Las boludas describe con un relato dentro de un relato, como en las matrioskas1, un universo dividido entre cazadores y presas. Los hombres son los depredadores, las mujeres, víctimas que claman justicia y están dispuestas a concretar su venganza. Ser boluda es ser una presa fácil para cualquier cazador, y en el texto, tanto en el dramático como en el que la directora construye en el escenario, aparecen varios tipos de cazadores y formas de realizar su trabajo: cazador de hombres (reos prófugos), cazador de mujeres (amantes o subversivas), cazador de animales, (felinos) y por último el que da unidad al relato, el cazador de personajes, su alter ego; caza de monte y caza de aguada. El cazador de personajes desde el punto de vista de Saénz, no es un dios creador, no es un demiurgo, sino dando cuenta de la poética realista que lleva adelante, su escritura persigue con la mirada, investiga, recoge información y describe lo que ve;  Saénz incorpora así dentro de la trama una discusión estética; la imposibilidad desde el realismo de decirlo todo, de explorar todas las posibilidades de expresión y en su afán de representar lo real, la incapacidad de construir un mundo otro. Al igual que la caza, secuencia que metaforiza la manera de escritura, la caza de aguada, sería la escritura que sólo es copia de la realidad, y la caza de monte sería una escritura de complejidad e imaginación que es la que ejercitan los mejores:



Pacheco. –…Yo, que quieren que les diga, no lo soporto, la caza de aguada para mí no es caza, es depredación. Esconderse en una aguada, esperar que llegue la presa y meterle un balazo cuando está tomando agua, además de estúpido, no es cazar, es asesinar…La única caza que existe es la montería, la montería es competir con astucia, en resistencia, en imaginación, en el propio hábitat del animal, es rastrearlo por el monte, es seguirle sus huellas, es recurrir a todas las artimañas imaginables… (Saénz, 1988,26)



Los relatos que se encadenan en la textura dramática a través del personaje Juan, van construyendo uno mayor que los abarca todos y a él junto a Ana; porque Juan no es un verdadero cazador de personajes sino un cronista de casos policiales que se apega a una verdad de única mirada y escribe aquello que se le ofrece. Sin embargo, si a las boludas el autor las presenta como presas fáciles, en un primer momento, en el desarrollo del juego dramático se transforman para obtener la fuerza desde el fondo de su debilidad, y conseguir vencer el dolor y la injusticia. El agua y la sed, la literal y la del amor, son huellas de una escritura que se prolonga en los cuerpos, por la humillación, y la tortura. El cazador de desertores que cree haber obtenido una amante como presa, caerá en la red que ésta ha construido luego de una paciencia de años, y que se cobrará no la muerte física sino la de la pérdida de la dignidad. Ha caído en la trampa que le ofrece un oponente que ataca y se defiende con sus mismas armas. El hombre lobo del hombre, necesita llevar a su presa al límite de su subjetividad humana, destruirla, animalizarla para no sentir culpa por el horror que provoca. La vida y la muerte es un lento batallar entre unos y otros, donde el sistema de fuerzas es inestable, asimétrico, y donde algunas veces la balanza no se inclina del lado de la fuerza y el poder. La directora, Florencia Goldstein, ubica a sus actores en una caja negra donde un biombo que simula un baño en extraescena y una cama matrimonial con sábanas rojas cubre gran parte del espacio escénico. El rojo y el negro, son colores simbólicos, que significan vida y pasión, muerte, silencio y soledad. Negro también es el vestuario de la actriz, (Iamma Chedi) que devendrá de Ana en Sonia, de Sonia, en María, con recursos sencillos: una vincha, una pequeña capa y un registro corporal que le permite ser también el yaguareté del relato de Pacheco. La puesta le propone a cada uno de los actores llevar adelante distintos personajes, - Alejandro de Gasperi será además de Juan el amante de Ana, su marido, Galvéz, Pacheco. La respuesta es de un alto nivel actoral que logra escenas de excelencia, atravesando la sensibilidad del espectador por su dureza  y efectividad: los encuentros de Gálvez y Sonia, la escena final de María y Pacheco, son algunas para mencionar. En un solo espacio escénico se suceden las acciones que los personajes van desplegando ante un espectador que palpita entre la emoción, la risa y el espanto. Florencia Goldstein trabaja un texto desde la necesidad de una transformación en escena que obliga a los actores a manejar las herramientas de su arte: el cuerpo y la voz, con una fuerza sutil. Oxímoron necesario para que los hilos del tejido actoral no quede expuesto, y todo surja en el devenir de la acción. El texto escrito en 1988, luego del exilio de Saénz, trabaja con un contexto contemporáneo al enunciado, pero vuelve en el tiempo en las historias que transcurren luego de la campaña al desierto, fin del siglo XIX, o la última dictadura cívico – militar entre 1976 / 1983. Las heridas que ambos acontecimientos produjeron en la sociedad se unifican en las marcas que el dolor y la muerte dejaron en los vivos y los muertos; en los cuerpos y en el recuerdo que los reconstruye una y otra vez. Las voces en off que traen desde una radio la renuncia de Galtieri, mientras la música ahoga los gritos de Sonia, o la foto que mantiene alertas los sentimientos de amor /odio de la hija del prófugo, se suman al relato que describe con minuciosidad el proceso de castigo y sometimiento. La iluminación juega también un rol fundamental en lograr los climas necesarios para la intensidad de lo narrado, recortando, suprimiendo o resaltando cada elemento, para lograr que el conjunto se exprese en su máxima potencialidad. Las boludas es un relato sobre el poder y sus relaciones, desde el lugar de quien lo ejerce y de quien lo sufre, es también un relato de cómo ese poder se desarrolla en el espacio de lo público y en el espacio de lo privado; de cómo se disfraza con sentimientos que no le corresponden, o como se despliega con una sistematicidad que aterra.  “La derecha, bajo mil disfraces, ejerce en el mundo su poder. Pero al mismo tiempo es acosada por su propia obra. Entre los débiles que ella explota existen vigorosas debilidades con nuevas y astutas armas nacidas de la lucha” (Dalmiro Saénz, prólogo a Las boludas) El sexo como arma, como estrategia de dominación,  forma parte de lo que Josefina Ludmer denomina “las tretas del débil” en las figuras femeninas, y como un ariete de poder en los personajes masculinos que se suceden. Las mujeres son boludas porque se someten a un deseo que las lleva a la sumisión pero al mismo tiempo cuando la finalidad no es el deseo sino la venganza, el sexo es astucia, es un arma de caza. La dirección de Florencia Goldstein atraviesa el texto de Saénz con una lectura que se desgarra en los cuerpos de los actores y produce un segundo lenguaje donde las palabras detonan su doble carga de especificidad.





Las boludas de Dalmiro Saénz. Elenco: Iamna Chedi, Alejandro de Gasperi. Arreglos Sonoros: Juan Patricio Ponce; Realizador Escenográfico: José Luciano González; Dirección y Puesta en Escena: Florencia Goldstein. Dirección Florencia Goldstein. Prensa: Silvina Pizarro. Teatro Espacio Urbano.









Saénz, Dalmiro, 1988. Las Boludas. Buenos Aires: Torres Agüero Editor.
Hemeroteca:

Belauza, J., 2013. “Una obra de Saénz en el teatro” en Tiempo Argentino sección espectáculos, año 4, número 1238, página 43, 19/10.







1 La matrioska o muñeca rusa  son unas muñecas tradicionales rusas creadas en 1890, cuya originalidad consiste en que se encuentran huecas por dentro, de tal manera que en su interior albergan una nueva muñeca, y ésta a su vez a otra, y ésta a su vez otra, en un número variable que puede ir desde cinco hasta el número que se desee, siempre y cuando sea un número impar. A veces las muñecas interiores son iguales entre sí, pero pueden diferenciarse en la expresión de la muñeca o en el recipiente que sostienen.






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