El texto dramático, Un mundo
flotante, obtuvo el segundo Premio en el I Concurso “Estampas de la Argentina Actual”,
organizado por el Teatro El Popular en su compromiso permanente con nuestro
teatro. Esta obra teatral junto a Al servicio de la comunidad son las
dos propuestas de Saba en nuestra actual cartela porteña. El dramaturgo también
ha presentado hace pocos días su Trilogía Argentina Amateur (1948-1933-1910)[1] en
co-autoría con Andrés Binetti, en el Salón de Argentores[2].
Estos eventos dan cuenta de qué manera la particular escritura del autor está
atravesada por la búsqueda constante en repensar al teatro en sí mismo y, a la
vez, a nuestra sociedad. Pues sus textos, en general, tienen un fuerte perfil
social y político aunque pareciera que el acento está puesto sobre los
personajes en cada obra. En Un mundo flotante, el contexto de finales de
la década de los ‘90 se filtra más allá del discurso verbal de cada personaje.
Cada historia de vida es diferente y a cada uno lo acompaña algún espectro de
épocas mejores; salvo Yuyito que aún tiene cierta inocencia, por su juventud, y
sus motivaciones están relacionadas con el juego de azar. El amplio espacio
escénico le otorga algo de fantasmal y de decadencia a la escena, pues los
pocos muebles viejos bien distribuidos son la parte visible del hotel.
Mientras, por detrás, está el intento de sobrevivir de los pobladores que recurrieron
a la idea de la cooperativa después del cierre de la fábrica de cemento, en
Pipinas[3].
En el relato se amalgaman ambos niveles, por un lado, el suceso real del pueblo
y el esfuerzo por convertirlo en un sitio de atractivo turístico. Por otro, la
situación dramática se desarrolla con humor, ironía y suspenso materializando los
distintos intereses: de aquellos que remiten a la idea de una sociedad más
justa y a la defensa de los puestos de trabajo, y de esos pocos que se
benefician de otros muchos. Mario es el ex-sindicalista en lucha permanente por
no venderle su alma al diablo (o mejor dicho a las grandes corporaciones),
Walter tiene ideales menos sólidos y, por último, está el Extranjero. Paradoja
del destino, el foráneo es aceptado como la única posible solución para
levantar la hipoteca pero, en realidad, solo ha llegado para comprar lo poco
que de sueños les quedaba. Es interesante como Cristian Sabaz construye a su
personaje a partir de un cuerpo corroído, más que por los años, por la utopía
de una lucha sindical más justa para los últimos obreros de la planta; con un
tono ronco y profundo que denota bronca e impotencia, con una cojera quizá para
arrastrar sus últimas ilusiones. Es el mundo atravesado por la crisis
económica-financiera que asestó un golpe mortal a nuestra sociedad con la destrucción de la industria local,
entre otras cosas. El partenaire de Walter ventrílocuo, Pupo travestido (Simón
Auad), es el muñeco de su padre y es el único que se permite filosofar sobre la
situación real del pueblo. Ésta es la relación estrecha que el coleccionista
logra romper (cualquier situación con la realidad es pura casualidad), quien a
su modo intenta detener el tiempo recuperando objetos del pasado, mientras
especula con las concretas necesidades de los pocos habitantes que aún quedan. Las
buenas actuaciones, en general, permiten al hecho teatral adquirir un ritmo
interno dinámico que, por momentos, pareciera detenerse ante el ataque de los
feroces perros hambrientos. Tensión y suspenso que no se resuelven dejando para
el espectador la tarea de encontrar las respuestas posibles sobre ese “afuera”
que acecha brutalmente. Si la
implantación regional del neoliberalismo comenzó décadas anteriores y las
políticas económicas que se establecieron en los ‘90 inevitablemente nos condujeron
a la devastadora crisis del 2001, necesitamos de la creación artista y su
función social para mantener viva nuestra memoria colectiva, una de las formas para
seguir construyendo de cara al futuro.
Un mundo flotante de Mariano Saba. Elenco: Emiliano
Mazzeo, Cristian Sabaz, Patricio Belmont, Ricardo Bustos y Simón
Auad. Asistente de dirección: Cecilia Milsztein. Edición
musical: Lucas Bustos. Escenografía y vestuario: Jorgelina
Herrero Pons. Fotografía: Ariana Caruso. Diseño Gráfico: Celeste Suardíaz.
Iluminación técnica: Daniel Aimi. Asistente técnico: Gabriel Cultura.
Producción ejecutiva: Anabella Valencia. Producción: Teatro El
Popular. Dirección: Cristian Sabaz.
https://www.facebook.com/pages/Teatro-el-Popular/246695985356433
[1] La Trilogía está compuesta por La patria fría (grotesco ambulante); Al servicio de la comunidad (epopeya isabelina); Después del aire (sainete oral) con prólogos respectivamente de Luis Cano, Mauricio Kartun y Roberto Perinelli.
[2] Sociedad General de Autores de la Argentina.
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