Copi escribe La sombra de Wenceslao en 1978, en
París, para desde la parodia del costumbrismo rioplatense, dar cuenta de un
universo del que está alejado pero que conforma inevitablemente parte de su
historia. Durante mucho tiempo, los escenarios porteños tuvieron un espacio que
Copi ocupaba desde la ausencia y el silencio sobre sus obras, ya fuera teatro o
novela. En este momento, la cartelera presenta dos de sus piezas más
reconocidas, la otra es Cachafaz y en
donde los géneros sustantivos de nuestro acerbo teatral, son tratados con
humor, nostalgia, y a pesar del lenguaje, ternura. La puesta que el Cervantes
presenta de la mano de Villanueva Cosse, es una reconstrucción del imaginario
del autor hasta la última coma, y presenta desde las muy buenas actuaciones y
una escenografía funcional el relato de una familia que es la metáfora de una
sociedad. La identidad siempre indefinida y en suspenso, que pone en duda la
posibilidad de relación de los personajes; se asimila a la identidad de la
platea, que también participa de un juego perverso, donde las relaciones
ignoran su factibilidad, porque está vedado el origen. El equipo que sale en
gira nacional a partir de mediados de setiembre, propone un trabajo donde el
cuerpo es el centro de la mirada del espectador, en los humanos y en aquellos
que llevan a su cargo la animalización. Los actores, Ernesto Zuazo, (el
caballo) Mosquito Sansineto (el loro) y Alejo Bertín Cardozo (el mono), tienen
la responsabilidad de encarnar la presencia testimonial de quienes son
considerados testigos inofensivos de los actos que realizan los hombres con sus
vidas y con la de los otros. Los tres construyen sus personajes en la relación
entre sí y con los humanos, cada uno con su manera particular de trabajo, con
fluidez y solvencia; desde una
gestualidad aprendida, y con una postura corporal que imita movimientos
y formas de expresión, creando para el espectador la ilusión de realidad. Con
un lenguaje escatológico, con referencias claras hacia la sexualidad, un nivel
que aún hoy le impone al teatro la obligación de aclarar al destinatario su
presencia con un cartel pegado al lado de la boletería; se imponen los caracteres
representados desde la constitución del discurso y de la presencia física sin
tapujos. El humor negro, rodea las acciones y los diálogos, mientras la desnudez
de los cuerpos, enfrenta a los personajes con su propia decadencia y debilidad.
Wenceslao en la piel de Lorenzo Quinteros, se enfrenta a su presente, su pasado
y su futuro, pero de una manera muy personal, hay dos tiempos enuncia a su
familia, el que hace y el que pasa.
Wenceslao: Hay dos clases de tiempo, chinita mía: el
tiempo que hace y el tiempo que pasa; el tiempo que pasa no importa lo vas a
entender cuando seas vieja, si tenés suerte. Lo que importa es el tiempo que
hace, y vivir de acuerdo con él, porque es nuestro hermano de veras. ¡Adiós
m’hijita! ¡Adiós Largui! (137)
La muerte es una
presencia desde la naturaleza misma y es un personaje que se guarda en los
cuerpos de los otros para dar cuenta de su trabajo, como en la China (Paloma Contreras) que
realiza un muy buen trabajo en la expresión de un personaje femenino: seductor
y perverso, que se enfrenta a la imagen de un padre para escalar su libertad
con el casamiento con quien puede ser su posible medio hermano. Su mano, es
herramienta de la huesuda que gira en torno de todos, y exacerba la naturaleza;
o en el propio Wenceslao, quien la guarda en sí como un recurso más para
evadirse de la vida. La secuencia del suicidio en escena trasgrede también las
reglas de un género, cuyos autores tuvieron siempre problemas con crítica y público ante tamaño atrevimiento1. La escenografía, que acompaña una buena
disposición lumínica y de sonido, da cuenta de los diferentes escenarios
geográficos que aparecen en la pieza, desde el litoral entrerriano, las
cataratas misioneras, hasta la porteña Buenos Aires y su sueño de fantasía. De
este modo, el dispositivo escénico convoca al mundo ficcional de Copi en el
cual, la desmesura y la manifiesta extravagancia van de la mano en su
particular estilo que se desarrolla en un
tiempo impreciso. Tarea nada fácil si pensamos que la profusión de este mundo fue
representada en la Sala
Orestes Caviglia, pues su intenso y trasgresor ritmo interno
permite llegar casi al margen de lo que puede aceptar un espectador
desprevenido. Nuestra focalización pareciera ser azarosa pero nada más erróneo:
los practicables construyen un nuevo espacio en segundos mientras una
iluminación general juega con los colores y matices más apropiados para terminar
de cerrar el clima de la escena. Así el recorrido de un carro o de una
bicicleta forman la elipsis imaginaria de una escritura neobarroca, donde nunca
hay un solo centro y se destaca el detalle en el devenir dramático. Quizá,
porque en la escritura de Copi los límites son imprecisos y oscila entre dos
lenguas y entre dos países (Argentina – Francia) encontramos sin dificultad elementos
del neobarroco. Esta puesta en escena, en particular, acierta al materializar una
suerte de lejanía que deja al descubierto cierta decadencia en el individuo. Situación
dramática que provoca la disimetría en el centro escénico y que genera, a su vez,
una tensión que se expande necesariamente sobre el espacio del público. El
exceso intrínsico del texto primero desencadena el desorden en el orden del
texto segundo: puro simulacro para la representación de una realidad fragmentada
por distintas perspectivas.
La sombra de Wenceslao de Copi. Elenco: Lorenzo Quinteros, Luis Longhi, Ernesto Zuazo, Andrea Jaet, Mario Alarcón, Mosquito Sancineto, Paloma Contreras, Alejo Bertín Cardozo, Alfredo Zenobi. Asistente de dirección: Marcelo Méndez. Producción TNC: David Hoyo. Fotografía G. Gorrini / M. Cáceres. Diseño gráfico: Verónica Duh, Ana Dulce Collados. Diseño sonoro: Daniel Ibarrart. Coreografía: Carolina Pujal. Iluminación: Leandra Rodríguez. Vestuario: Daniela Taiana. Escenografía: Marcelo Valiente. Dirección: Villanueva Cosse. Teatro Nacional Cervantes.
http://www.teatrocervantes.gov.ar/nuevo_sitio/
Calabrese, Omar,
1999: La era neobarroca. Madrid: Cátedra.
Copi, 2002. Cachafaz / La sombra de Wenceslao.
Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora.
1 El cambio de final de Barranca abajo (1905) de Florencio Sánchez, y la crítica sobre el autor de Mariano Bosch, por la conformación de sus gauchos, es ya historia dentro de nuestro teatro rioplatense. Copi, toma géneros constituidos y constituyentes de nuestra identidad para atravesarlos por la acidez de su mirada, que logra desmitificar sus personajes.
excelente todo!!! muchisimas gracias !!! por su observacion y analisis de nuestra puesta!!! viva copi y el teatro argentino!!!
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