La puesta de la
pieza de Bellocchio que se presenta en la sala del teatro El Fino utiliza, con
acierto, el ventanal de la misma formado por vitrales, para dar naturalidad al
espacio de un hospital y su estructura antigua. Las sillas de plástico que son
la antítesis de la sofisticación y elegancia que señala la aparición de los
vidrios esmaltados, dan cuenta de la paradoja del estado de la salud pública; donde
nada se recompone de fondo, desde la raíz de los problemas sino donde el
emparche, la modernización de elementos en solitario, es una constante. Un
segundo espacio que sitúa al personaje de la profesional de la medicina, se
mantiene en penumbras: una camilla desprovista, papeles con informes médicos
que se van llenando como única actividad. La Abulia comienza ya desde ahí en ese escenario que
se niega a cambiar que no tiene la voluntad suficiente que requiere la
transformación. En ese locus donde el tiempo parece detenido por la inercia de
sus ocupantes, cuatro pacientes, cada uno con su problemática y su dolor,
esperan la atención de un quinto personaje, la médica de guardia, que también
atravesada por la falta de fuerzas o porque está de alguna manera utilizando a
las personas como conejos de indias en un laboratorio, es testigo de la
desesperación que se produce en ese sala, que ella misma con su negación a
ejercer su trabajo provoca. Bellocchio da cuenta de la textura dramática a
partir de soliloquios y diálogos cada vez más cargados de una violencia que la
propia impotencia desborda. Ante la falta de respuesta de aquel que debe darla,
una relación asimétrica de poder se establece y la falta de voluntad despliega
una furia que se descarga sobre el más débil. ¿Hiperrealismo, grotesco siglo
XXI? Como en una cámara Gesell, los personajes son vistos desplegar una
subjetividad que se expresa en la lucha cuerpo a cuerpo entre pares, enfermos
contra enfermos, pobres contra pobres, todos contra todos; una metáfora de los
pliegues perversos del poder. La referencialidad de las acciones hace que el
espectador se sienta incómodo, ¿quién no estuvo alguna vez en una sala de
urgencias de un hospital, esperando en un tiempo que parecía eterno e
indefinido? ¿Quién no se sintió manoseado, expulsado del sistema cuando desde
una silla de esa sala, solo ante su problema, parecía recibir una respuesta
indiferente? Pero también, la descarga de la médica de guardia tiene una
referencialidad que alarma, en soledad para todo, recibiendo pacientes que no
siempre necesitan de una atención inmediata, con una carga horaria infame, y
una retribución aún peor, se siente humillada y explota esa sensación en el
mínimo poder que le ofrece el lugar, su puesto, los conocimientos que le aportan
su título y la complicidad de un tiempo detenido. Las acciones pasan de la
violencia de las palabras a los gestos para luego convertirse en físicas, sin
filtro ninguno. La impotencia, la abulia que envuelve a los pacientes es
también una metáfora de nuestro escaso poder de reacción cuando de exigir
derechos se trata. Los personajes, seres quebrados por su propia historia
personal, no aciertan a convertirse en protagonistas de una secuencia colectiva
con éxito. En el texto de Bellocchio todos los factores que utiliza aquel que
ejerce el poder quedan al descubierto, inclusive el divide para reinar, cuando
la profesional asegura que elijan a quien, porque ella sólo va a atender a uno
de ellos. O su contrario cuando afirma que hay un orden, turnos que respetar, y
que ella va a ser rigurosa en ese sentido. La dirección llevada adelante por el
propio autor, logra que los actores construyan el clima requerido por lo
narrado, (el juego de luces también cumple una función interesante en ese
sentido), y que como espectador tengamos también la sensación de que el tiempo
no corre, inmersos en ese no ser que se propone. Abulia es un texto interesante, que expone las contradicciones de
una sociedad que deja pasar por costumbre la inoperancia de las cosas, y que
como en el grotesco criollo de comienzos del siglo XX señala los
enfrentamientos de quienes deberían actuar unidos, y que sin embargo entre el
ser y el parecer llevan sobre sus rostros las máscaras1
sociales con las que ocultan su falta de voluntad.
Abulia de Pablo Bellocchio.
Elenco: Jimena
López, Malena
López, Ana
Pepe, Nicolás
Salischiker, Marisol
Scagni Vestuario:
Mora
Montemurro. Escenografía:
Remy
Villalba. Diseño
de maquillaje: Ana Pepe. Fotografía: Mauro
Montagna Diseño
gráfico: Rodrigo
Bianco. Asistencia
de dirección: Luciana
Bande Prensa:
Tehagolaprensa.
Dirección general: Pablo
Bellocchio.
1 El personaje masculino aparenta ser lo que no es, lleva delante de sus compañeras de espera una actitud que encubre sus falencias y su angustia, y que como en el grotesco es el personaje de la médica de guardia quien finalmente hace caer su máscara y revelar una verdad que intenta ocultar. Otro procedimiento que también es trabajado por el grotesco, es la falta de comunicación real y el enfrentamiento generacional que aparece en el personaje de Jimena López.