Azucena Ester Joffe, María de los Ángeles Sanz
El teatro anarquista tiene en Carlos Fos un investigador inteligente
e interesado que durante muchos años trabaja en la búsqueda de los materiales
que dieron lugar a un teatro político, desestimado por la crítica, perseguido
por el poder de turno y su brazo ejecutor la policía o el ejército, que guarda
la memoria de un momento fundante del movimiento obrero del país, y que ofrece
la posibilidad con su reconstrucción de relacionar una vez más dos conceptos
que desde siempre estuvieron reunidos en nuestra construcción nacional:
Historia y teatro. El presente texto recoge, más allá de desarrollar temáticas
y procedimientos, una extensa bibliografía, que permite al lector interesado en
el anarquismo, ampliar la información necesaria para profundizar en algunos de
los ítems presentados en el libro. Los artículos abarcan desde fines del siglo
XIX hasta los años setenta del siglo XX, y lo hace a partir de la voz de sus
propios protagonistas, a quienes relaciona desde la memoria, la permanencia de
la escritura, a pesar de la pérdida constante que las persecuciones al
movimiento motivaron, y la constante vivencia de sus vidas, que son el relato
vivo de una porción de la historia obrera del país. Desde la introducción el
autor aúna todos estos términos en la palabra constitutiva de una nación,
“identidad”; buscada, conformada a partir de componentes que abarcan desde la
etnia hasta la religión, sin olvidar el pensamiento ideológico que constituye
su fundamento. Luego, cada capítulo tomará para hablar del anarquismo en
general, sus implicancias, sus aciertos, y sus fracasos, casos individuales,
hombres particulares, cuyas singulares vidas nos dan ejemplos acabados de los
ideales de aquellos inmigrantes obreros que una vez llegados a estas tierras
con el sueño de “hacer la
América” y lograr un espacio nuevo donde construir un mundo
más justo, hicieron del teatro y del arte en general una herramienta eficaz
para difundir sus ideas y conmover y conquistar fuerzas para llevar adelante sus
convicciones, a lo largo y a lo ancho de una Argentina, recién consolidada y
con un proyecto, el liberal, en marcha triunfante. El cuerpo del texto está
constituido por capítulos autónomos, que son precedidos por una introducción
del autor, y otra de su editora y compiladora Lorena Verzero. Las palabras de
Carlos Fos son una invitación al universo anarquista para aquellos que nos
interesa el teatro en todas sus facetas, como afirma en su introducción:
En
los ensayos que presentamos nos encontraríamos, pues, no tanto con obras
acabadas como con primeras
aproximaciones a un género y a una forma nueva de hacer teatro. Es
necesario profundizar en la estética y en la teoría teatral anarquista.
Profundización que, para el teatro argentino, está todavía lejos de haberse
alcanzado. En mi trabajo he tratado de sentar bases documentales y de análisis
para poder pasos firmes en esta dirección. (10)
El estudio previo de Lorena Verzero, es una mirada profunda sobre el
trabajo del investigador, que revela la profundidad de su trabajo, y la calidad
de su escritura:
(…)
estos textos exploran experiencias que, siendo marginales en sus contextos de
desarrollo, han continuado en el olvido hasta el momento. Por eso, presentan
como ejemplo de una visión de mundo (y del estado actual de los estudios
teatrales) que reclama la visibilización de agentes sociales, producciones y
acontecimientos que hasta el momento han ocupado un lugar marginal o, incluso,
que han sido opacados o silenciados. Decimos que la necesidad de esta
visibilización forma parte también de los estudios teatrales actuales, puesto
que desde distintas ópticas se valora el cuestionamiento a los planteamientos
heredados desde una historia canónica; se intentan leer a contrapelo
movimientos, corrientes o estéticas que hasta el momento han gozado de “buena
salud”; y se investiga sobre fenómenos que han sido subalternos a los
lenguajes, prácticas y sentidos dominantes en sus contextos de desarrollo. (17)
Los capítulos que conforman el estudio son una galería de
protagonistas que desde el recuerdo y la experiencia que esa memoria relata,
aportan una mirada tal vez sesgada por la subjetividad del que narra, pero que
nos permite abrirnos a situaciones y posibilidades de búsqueda por caminos
diferentes a los probados. El teatro como pedagogía, como instrumento de
enseñanza y civilización era moneda corriente para el pensamiento ácrata, y la
forma de proyectarlo lo diferenciaba absolutamente del modo que el socialismo
lo hacía, ya que como analiza Fos en su primer trabajo, muchas veces éste
estaba ligado al proyecto liberal, de esa manera al poder, que le posibilitaba
el deseo de participación política.
Los socialistas se sentían cómodos con la
dualidad “civilización y barbarie”, aunque cambiando los actores de esta
disposición maniquea. Son ellos los que encarnaban a la civilización y estaban
llamados mediante la evolución natural de las ideas a ocupar los sillones del
poder en el futuro cercano. Circunstancialmente aliados en algunas fallidas
experiencias sindicales, se veían como rivales para captar a los obreros. A
través del accionar de sus dirigentes más encumbrados, los socialistas no
titubearon en no denunciar las sangrientas represiones que sufrieron los
anarcosindicalistas. (39)
En el artículo: “La producción teatral de los socialismos
vernáculos. Una primera mirada desde la memoria de sus militantes”, la
protagonista del relato oral son un director / docente, Kurt Welk, y tres
actrices del movimiento teatral ácrata: Alicia Velkamp, su alumna, Irene Vela y
Blanca Miguez; que luego continuarían su labor artística en las filas del
teatro independiente. De esta manera a partir del relato de figuras no tan
conocidas en el medio profesional, podemos establecer la vinculación siempre
presente del teatro anarquista con los movimientos de teatro independiente. En
el que continúa: “Sanziez, el militante titiritero”, la narración toma al
personaje / actor, en los dos términos de la palabra, como artista y como
ideólogo, para dar cuenta de las herramientas utilizadas por los anarquistas
para desde el arte dar batalla a una sociedad burguesa, que a pesar de las
injusticias evidentes, ansiaba por mantener el status quo reinante, con la
promesa de un futuro promisorio para la nación, y la construcción de una
identidad que suponía ajena a las luchas libertarias que provenían de Europa. En
cada uno de los trabajos la inclusión de fragmentos de obras, o pequeños
monólogos, ejemplifican lo descripto desde la polifonía de voces. Con el mismo
estilo el autor en “La red de producción teatral ácrata: Dos acólitos en
acción” hace un recorrido desde 1909, momento en que el cuadro filodramático
del taller-escuela, con la pieza breve El
hambre, dejó inaugurada la velada de discusión. Hasta el año 1929, época de
agitación política ante “la crisis mundial del capitalismo y la inacción del
yrigoyenismo” y momento también en que Justo Steiner inauguró en un precario
galpón la biblioteca Ríos de verdad.
El hilo conductor del capitulo es la importancia vital que los anarquistas le
otorgaban a las aperturas y mantenimiento de bibliotecas allí donde el recurso
humano abrazó el Ideal. Ya fueran los “intelectualistas” que aceptaban la
producción dramática de autores no vinculados directamente con el movimiento, o
bien los “puristas” que sólo reconocían a los autores surgidos en el interior
del anarquismo. Como un canevas se va entramando el relato con los diferentes
testimonios de aficionados o profesionales del ámbito teatral. Fos sostiene:
(…) que el
estilo de muchas de aquellas obras resulta torpe y malogrado: pero es
igualmente indudable que, a pesar de sus imperfecciones (…) se animan con un
cierto vigor original: un soplo de grandeza parece brotar de su generosa fe y
entusiasmo revolucionario” (96).
En el cuarto capitulo, “El teatro anarquista y su presencia en
Berisso”, desde una perspectiva más historicista aborda, en primer lugar, el
tema complejo de la inmigración. Como el teatro nacional, en general, y la
dramaturgia libertaria, en particular, dan cuenta que los inmigrantes no fueron
funcionales al proyecto del roquismo. A través de las fuentes primarias, obras
como El bueno de Emir, se puede
apreciar de que forma se planteaba el debate en la sociedad: la “cuestión del
recién llegado” pero además la otra cara, la “contaminación foránea”. En
segundo lugar, el autor plantea la significación que tuvieron las escuelas y
los talleres-escuelas como el espacio necesario para la difusión del ideario
anarquista. Y, en especial, fue en el taller-escuela “Sin dogmas” de Berisso
donde Juan Villagra y Roberto Plal construyeron una original propuesta de la
acción educativa anarquista. Los testimonios de Víctor Morante, obrero
portuario, Justo Ríos, antiguo
estudiante en el taller-escuela, y de Benito Cossi, obrero de la cerámica, dan
cuenta de que a pesar de la brutal represión en la década del ‘20, muchos
anarcosindicalistas no sólo estaban preparados para enfrentar las futuras
represiones, sino que además estaban decididos a la resistencia y el teatro
revolucionario estuvo presente en ese desafío. En el quinto capitulo, “La
experiencia de los maestros multiplicadores”, el punto de partida es la
instalación, en el norte y oeste del país, de los Colegios Nacionales. A partir
de los relatos de vida de Alegría Jiménez, quien en 1918 llegó junto a Julián Ríos
a Santiago del Estero. Ambos eran maestros con mucha participación en las
“escuelitas móviles”, en espacios informales y en campañas de un mes, Carlos
Fos sostiene que:
Confeccionaban cartillas y con un método ecléctico que
incluía la música, el recitado y el teatro alcanzaban objetivos mínimos, que
otorgaban al trabajador las primeras herramientas para su educación (124)
A través de los comentarios
de Jiménez, el autor reconstruye esas vivencias únicas, vivencias que a pesar
de las limitaciones propias del movimiento ácrata y de las falencias del Estado
burgués, pudieron recurrir a precarios recursos aunque sumamente efectivos. Podía
ser la utilización de tonadillas españolas o como regalo, para el final de la
clase, un dueto improvisado con pequeños fragmentos. Y, a través de los simples
parlamentos demostrarles a los jornaleros que el conocimiento y la razón eran
suficientes para no tenerle miedo al poder de turno. El compromiso militante de
Jiménez, luchar contra la ignorancia, continúo a lo largo de su vida. El teatro,
uno de sus pilares, además estuvo muy presente por su habitual concurrencia a
salas independientes y por el lugar que le destinaba en su socializada
biblioteca. El apartado siguiente, “Florencio Sánchez, un dramaturgo atrapado
en el laberinto de una disputa libertaria”, es el inevitable punto de encuentro
a la hora de hablar de teatro anarquista. Por el enfrentamiento y las pasiones
que despertó el joven Sánchez, dentro y fuera del movimiento libertario, dentro
y fuera del campo teatral porteño. Fos realiza un breve recorrido por la corta
vida del dramaturgo y lo va cruzando con distintos relatos ejemplificando las
reacciones, a favor o en contra, al momento de representar algunas de sus obras
por distintos elencos aficionados libertarios. Florencio Sánchez fue uno de los
tantos escritores que estuvieron en el límite conflictivo entre los puristas y
los integrados. Si bien, el enfrentamiento entre ambas posturas:
(…) puedo desechar sus productos escénicos en algunos
ámbitos, pero su presencia fue permanente en bibliotecas, círculos, ateneos,
talles-escuelas y por supuesto, en el repertorio de los cuadros filodramáticos
(145)
“La lírica de la payada libertaria en las luchas de frigoríficos y
chacras en el Conurbano bonaerense”, es el articulo que continúa. El
historiador teatral señala la imposibilidad “de establecer un cuerpo teórico
cristalizado y único” pues esto sería negar las características del movimiento
libertario. Para los distintos integrantes del movimiento el arte estaba el
servicio de los procesos transformadores hacia una sociedad más justa. En este trabajo,
el punto central es la figura emblemática del payador y la oralidad, testigo
privilegiado en una coyuntura tan especial. Pues no sólo registraba los
sucesos, sino que también se comprometía y participaba con sus dos únicas
armas: su voz y su guitarra. Figura que es legitimada por personajes como el
Martín Fierro y Santos Vega. Así el autor aborda un tema poco conocido del
movimiento libertario, un recorrido que se apoya en los testimonios y los
versos de Anastasio López, Jacinto Celaya y Mateo Crispa. El octavo capítulo,
“Las danzas de un Quijote femenino o las tribulaciones de un monólogo
libertario”, recupera a las mujeres anarquistas que estuvieron presentes junto
a sus compañeros tanto en las huelgas como en los talleres-escuelas y en las
actividades artísticas. O bien maestras racionalistas como Juana Rinchell, o
bien activistas y creadoras de algún cuadro filodramático como Olga Torgan. El
monólogo Un Quijote, una mujer, una lucha
con repeticiones y formulas simples aseguraba el principio de un
teatro-formador. La elección de un personaje conocido fue funcional para
resaltar las virtudes de los obreros militantes como para visibilizar a sus
opresores. Fos realiza una breve reconstrucción del estreno y de una posterior
representación con algunos fragmentos de la cita obra, dentro de momentos
históricos y políticos distintos. A continuación, “De la bandera negra y roja a
Perón. Una historia que entrelaza equívocos”, el autor vuelve a afirmar que no
existió una estética propias del movimiento ácrata, sino que utilizaron los procedimientos
de otras poéticas que fueron productivos para su objetivo didáctico en la
formación del obrero. El monólogo era el procedimiento más utilizado pero, a
veces, se incorporaron las comedias blancas. El relato de Emilio Juárez Sansiez
y su monólogo Ignorancia turbia dan
cuenta de como Sansiez invistió a su títere de una mirada clara y comprometida,
ante los cambios políticos y sociales que se sucedían estrepitosamente con el
golpe de 1930 y el posterior peronismo. Al finalizar el apartado, Carlos Fos da
cuenta de como el monólogo permitió dos perspectivas políticas antagónicas al
cambiar la coyuntura del país. Con la misma mirada crítica, el autor concluye
el libro, “Dos acólitos libertarios y su producción teatral en la trincheras
del Cordobazo”, y nos ubica en el periodo que abarca desde la década del ‘30
hasta la del ’60, especialmente en Córdoba. La figura del acólito fue esencial
y la voz de Flavio Spezia y de Justo Müller demuestran que no sólo fueron
hábiles comunicadores, testigos vivos, sino además responsables de numerosas
obras nacidas en su peregrinar. Así el autor ha realizado un recorrido poco
frecuente, demostrando y documentando las diferentes formas de evolución hacia
un teatro desde la comunidad. Desde las primeras barricas al teatro
independiente y luego a las calles de Córdoba en mayo de 1969, el Cordobazo, el
punto de inflexión para la historia de nuestro país.
Una multiforme paleta de expresiones que confirman que
un ideal aún con certezas, pero con la posibilidad de debatirlas, puede mutar
en discursos estéticamente enfrentados, pero ideológicamente afines (207)
En este transitar de manera laberíntica el texto no sólo propone
nuevas lecturas, sino que crea una necesidad individual, en cada lector
atrapado en los intersticios de la escritura entre las fuentes primarias y la
elaboración teórica, a seguir buceando, a seguir profundizando en la estética y
en la teoría teatral del movimiento ácrata.
Historia y
Teoría del Teatro
En las tablas libertarias
Experiencias de teatro anarquista en Argentina a lo
largo del siglo XX
Lorena
Verzero / Edición y compilación
Sobres textos
de Carlos Fos – 214 páginas
Editorial
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