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viernes, julio 19, 2013

Paraísos artificiales de José María Paolantonio


En una sala de cámara, la del teatro El Piccolino, la música que nos lleva a los años 70 nos recibe para ser testigos de un encuentro entre dos mujeres, dos mundos, dos concepciones diferentes de la vida, que se enfrentan por un único objetivo, el silencio. Un hombre, esposo de una, cliente de otra, ni siquiera es el objeto de deseo a disputarse, porque todo va más allá del amor o los celos; tras las relaciones humanas el autor pone a suerte y verdad, el futuro de los tres personajes involucrados en la historia; en una historia íntima que, sin embargo, es potencialmente el desencadenante de sucesos públicos indeseados. Tras la superficie de la trama, se esconden otros elementos que se relacionan con el plano de la ética, la verdad, el prejuicio, el deseo y el conflicto de clases. El texto dramático responde a un momento de la escritura en el campo teatral, cuando aquello que se quería decir de un contexto difícil, el de la dictadura cívico-militar, necesitaba la metáfora para expresarse. La crítica al manejo del poder, desde todas las instancias, se lee entrelíneas en los diálogos de las dos mujeres que buscan construirse una vida entre los escombros. El sexo, como herramienta para sobrevivir en una sociedad, aquella que no le ofrecía todavía a la mujer demasiadas posibilidades, que veía su ingreso a lo público como un peligro latente, y que la refugiaba como una pieza de porcelana pronta a romperse entre el escenario de lo íntimo, le cabe tanto a una como a otra de las antiheroínas con las que trabaja el autor, la diferencia: la exclusividad y un sacramento legalizado que otorga a los ojos del mundo su cuota de privilegios. Porque si hay un gran ausente en la trama de la pieza, ese es el amor, a quien sólo una vez se lo menciona, y para dar cuenta de que no entra en el inventario de ninguna de las dos. Denuncia de un mundo, el burgués de clase media, corrupto y falso, enmascarado en la religión y en el poder político, mundo que desde el fondo de su época podríamos trasladarlo al presente en algunos de los numerosos pliegues que la sociedad nos ofrece, salvando la distancia y el contexto. La puesta que dirige Sergio Pavlovic, sobre la obra Paraíso de Ana y Mercedes,  respeta el texto y el clima que el autor buscaba ofrecer a través del duelo de las dos mujeres, en esta ocasión vivas en los cuerpos de Lili Popovich y Danu Flores, y propone un juego de energías que no siempre se juegan al mismo nivel. La escenografía y el vestuario nos anclan en un tiempo preciso: la cama redonda, varios almohadones testigos mudos de noches de confesión, una foto orgullosa de ocultar lo que todos saben, mientras ambos personaje parece tener su lugar a cada lado de la misma, como si fuera un cuadrilátero de boxeo. Dos mundos que no son opuestos sino que son productos de una sociedad patriarcal y construida sobre la mentira que colocó y coloca, a lo largo de la historia, a las mujeres en el lugar de simple objetos. A partir del discurso verbal las dos protagonistas construye el estatuto del personaje ausente, Roberto, o bien un hombre más o bien el poder de turno. Es interesante como las dos actrices con profesionalismo ponen en escena una corporalidad femenina, como las dos caras de la misma moneda. A partir de su gestualidad y de sus tonos -por un lado, seductora y provocativa y, por otro, distante y rígida- sostienen el ritmo interno de la obra desde el inicio para sorprender al espectador en la escena final. Quizá entendiendo que el cuerpo femenino es el principal significante de la situación dramática, la cual no se desarrolla en el recinto doméstico o en el de las apariencias, sino el recinto intimo del engaño donde incluso alguna forma de poder se filtra más allá de las sábanas.

 





Paraísos artificiales de José María Paolantonio. Elenco: Lili Popovich y Danu Flores. Escenografía: Sergio Pavlovic. Vestuario: Grace Pereyra. Diseño y operador de iluminación: Gonzalo Calcagno. Operador de sonido: Iván Ferrigno. Realizador escenográfico: Eduardo Vaccaro, ProgettoLegno. Asistentes de dirección: Juan Pablo Cappellotti y Marco Ciocca. Dirección: Sergio Pavlovic. Gráfica y foto: Nina Blanchet & Nicoleta  Uruz. Teatro El Piccolino













martes, noviembre 22, 2011

Pablo y Olinda de José María Paolantonio


 
Lo admiraba (a Pablo) como lo admiraba todo Buenos Aires. Comencé a presumirle. Estaba embobada. Me parecía algo gigantesco. Me sentía halagada cuando me hablaba, porque me hablaba no un hombre, sino el ídolo de Buenos Aires.
(Olinda Bozán)
(…) haré construir una galería de vidrios en la calle Florida…
y la llenaré de pájaros cantores…”
(Máscara,
octubre de 1944)

 
La puesta de Paolantonio, sobre un momento de la vida de dos de los protagonistas indiscutibles de nuestro teatro nacional, en el tiempo en que nuestro teatro comenzaba a pensarse como tal, está atravesada por dos líneas de sentido: la primera el relato de ese instante de locura que significó el encuentro en el escenario y en la vida de Pablo Podestá1 y Olinda Bozán2, que los llevó a vivir una relación cuya intensidad de durar en el tiempo los hubiera arrastrado al abismo; la segunda, la que narra desde la metateatralidad, la historia de los géneros constitutivos de nuestro sistema, desde el circo de segunda parte, la gauchesca, el sainete, hasta el realismo naturalista que tan bien llevaba al escenario la figura de un Pablo transformado y que aparece en el monólogo que Miguel Ávila recrea de Muerte civil (1908) pieza del autor italiano Giacometti. Se puede decir, que una línea es la excusa para desarrollar la otra, pero que ambas fluyen necesariamente para expresar ese instante único e irrepetible donde la profesión y el amor se cruzan. Pablo de los hermanos Podestá, fue el más prolífico en cuanto a la gama de matices y recursos escénicos que poseía para llevar adelante cuanto género se le ofreciera realizar. Se lo recordaba por sus personajes en el melodrama como “Manuel” en La piedra de escándalo (1902) de Martín Coronado, como su personaje de “Pucho” en Fumadas (1902), de Enrique Buttaro o como el actor preferido de Florencio Sánchez, quien llevó adelante una composición de “Don Zoilo”, en Barranca abajo (1905) inolvidable para el público y para sus propios compañeros de teatro. La puesta presenta entonces, a una Olinda Bozán enamorada de un actor que ya tiene una larga trayectoria, y que se cruza en su camino admirando al artista en quien cree amar al hombre: “Mi matrimonio con Pablo duró un mes. Tenía un carácter terrible: era muy tosco. Una cosa era el Pablo a quien yo admiraba arriba del escenario, y otro ese hombre rudo con el cual me había casado. Yo me había casado con otro hombre, no con aquel que me electrizaba, yo quería casarme con los personajes que ese hombre creaba y no con él. (Ardiles Gray: 44; en Mogliani, Sanz, 133) El Pablo real, había tenido otras relaciones antes de Olinda, y las tendría después, la última, la actriz Carmen Castex. El teatro, la música, la escultura y la pintura eran unas de sus pasiones, el juego, el alcohol y las mujeres las otras; las primeras sucumbieron en las redes de las segundas; la puesta de Paolantonio, da cuenta en el relato deshilvanado del comienzo, de esa vida desordenada y pasional, cargada de sensualidad, que lo llevó a la locura y a la muerte. Como asegura su director –en el programa de mano- la obra es “realidad y ficción entremezcladas para demandar una atención alerta, un sentimiento inquieto y un reconocimiento de la fragilidad de las relaciones humanas.” El espacio escénico cuenta con muy pocos elementos y algunos paneles sobre los cuales se proyectan las imágenes, como la carpa del circo. Porque el texto espectáculo no requiere de más elementos, incluso hasta los más pequeños están sugerido: no hay arma ni cartas ni mate ni nada que pueda desviar la atención del espectador. La iluminación desde el comienzo crea el clima de encierro, de locura y de amor, en que el protagonista se va sumergiendo sin darse cuenta: una habitación en la clínica psiquiátrica. Este espacio real representado se recupera sobre el final, donde se cierra el círculo en la vida de un gran actor con los fantasmas de un hombre singular, en el medio quedaron sus días de felicidad, de éxito, de dudas y de violencia. El profesionalismo de los actores atrapa al público en esta fusión de realidad y ficción. El personaje de Pablo (Miguel Ávila) se sitúa en ese límite confuso entre la locura y la lucidez, Olinda (Tatiana Santana) en una mezcla de niña y mujer, y los hermanos Salma le ponen el humor y la chispa infaltable que tenía nuestro circo criollo, además de la música en vivo. La propuesta es un canevas, un entramado artístico donde todos los sistemas significantes le dan forma a la fábula que se confunde con parte de la historia de nuestro teatro, como las dos inseparables máscaras del teatro –comedia y tragedia, en una mirada distinta de nuestro querido Pablo Podestá.


Pablo y Olinda de José María Paolantonio. Elenco: Miguel Ávila, Tatiana Santana, Francisco Ramírez, Mariano Falcón, Eugenio Erretegui. Vestuario: Nené Murúa. Iluminación: Sebastián Irigo. Asesoramiento coreográfico: Mecha Fernández. Música Original: Sebastián Irigo, Javier López del Carril. Viloncelista: Jorge Bergero. Diseño gráfico: Mariano Falcón. Video: Tres tipos. Dibujo artístico: Natalia Macías. Asistente de dirección: Paula Ettedgui. Asistencia de vestuario: Cristina Tavano. Realización de escenografía: José María Vergel. Fotografía: Agustina Luzniak. Operación de luces: Florencia González. Dirección: José María Paolantonio. Andamio 90. Viernes 20,30 hs.



Aisemberg, Alicia, 2001. “Pablo Podestá: trapecista, sainetero y actor de “teatro serio” en De Toto a Sandrini. Del cómico italiano al “actor nacional” argentino. Osvaldo Pellettieri (dir) Buenos Aires: Galerna/ Instituto Italiano de Cultura de Buenos Aires. (75/88)

Couselo, Jorge Miguel, 1989. “Pablo Podestá, entre la locura y la muerte” en Todo es historia, reedición especial número 118, octubre número 268. (6/15)

Mogliani, Laura; Sanz María de los Ángeles, 2001: “Olinda Bozán: la vida y la representación” en De Toto a Sandrini. Del cómico italiano al “actor nacional” argentino. Osvaldo Pellettieri (dir) Buenos Aires: Galerna / Instituto Italiano de Cultura de Buenos Aires. (131/148)



1 Como afirma Alicia Aisemberg en su artículo: “En la historia del actor Pablo Podestá (1875/1923) se encuentra condensada la de una etapa germinal del teatro argentino. Se trata de un período clave de la historia del actor criollo; un momento en el que comienza múltiples procesos que generan la paulatina conformación de un campo teatral autónomo: la aparición de actores, autores, directores, críticos y un público especializados que desempeña una actividad permanente y sistemática. “ (75)

2 La actriz comenzó de niña ya que su padre y su madre eran artistas de circo: “Nació en Rosario, Santa Fé, el 21 de junio de 1894, en el seno de una familia uruguaya de artistas de circo, su padre Enrique Bozzani, era clown, y su madre Rosa Acosta de Bozzani, amaestraba palomas. Olinda fue la menor de seis hermanos, de los que casi todos continuaron la tradición familiar: su hermano Juan era tony y sus hermanas Ángela y Aída, ecuyeres, desde los diez o doce años. Su madre viajó con ella recién nacida a Brasil en busca de su padre en gira con el circo de Frank Brown, allí fue bautizada por error, en su acta de faustismo figura nacida y bautizada en Brasil”. (131)


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