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jueves, noviembre 04, 2010

Quién sabe Marta de Francisca Ure

 O la fantasía de las mujeres que nos habitan

No cuentes lo que hay detrás de aquel espejo,
no tendrás poder
ni abogados, ni testigos.
Enciende los candiles que los brujos
piensan en volver
a nublarnos el camino.
Estamos en la tierra de todos, en la vida.
Sobre el pasado y sobre el futuro,
ruinas sobre ruinas,
querida Alicia.

 
Azucena Ester Joffe, María de los Ángeles Sanz


El espacio se abre al espectador atravesando sus sentidos desde el sonido y la mirada; la pared pantalla de frente a la platea introduce a los personajes desdoblados de la personalidad de Marta, cuya fisonomía diferente alude sin embargo, a una forma de individualidad alejada de lo estentóreo; las muchas Martas que habitan son distintas pero todas ellas se muestran desde el exterior, desde el disfraz para enfrentar la vida, de una manera austera, desprovista de sensualidad. Sin embargo, los sueños y las fantasías que hilan un recorrido expresado desde el expresionismo, el surrealismo e inclusive algunos elementos del teatro pánico que creara por los sesenta Fernando Arrabal, Roland Topor y Alejandro Jodorowsky1; van descubriendo todas las facetas de sus deseos, ayudando al personaje a encontrarse con lo negado, lo prohibido, lo silenciado. El personaje de Mónica, en el espacio virtual, que representa la autoridad, que reprime el vuelo de libertad que se anhela, es el fantasma de la sociedad que impide que un ser se exprese en su totalidad, dejando de ser entonces sólo la cáscara que lo recubre. Los siete monólogos, siete facetas de una única identidad, se construyen desde el humor, la música, la coreografía, y la alternancia con los diferentes niveles de voz, que marcan estados de ánimo, frustraciones, amores no correspondidos, deseos ocultos. La intertextualidad con Lewis Carroll y su Alicia en el país de las Maravillas, se pone en abismo cuando desde el sonido aparece la canción de Charly García, Alicia en el país, las coreografías de Marta Pajarito y Marta conejo y con la aparición de Marta convertida en la sangrienta Reina de Corazones. Como en un espejo2 que multiplica las imágenes, a su vez duplicadas por la pantalla, las posibles Martas recrean no ya el aspecto épico de una historia, sino en pleno siglo XXI, la modesta epopeya del heroísmo de atravesar la vida cotidiana sin perecer en el intento, y tratando de lograr evadirse del tedio, de la rutina, del amor circunstancial, de la soledad. Siete actrices, como siete son los días de la semana o los colores del arco iris, pero un solo personaje construido a partir de la representación repetitiva, siete voces que dilatan artificiosamente el espacio y el tiempo del relato. Marta es miope pero no quiere decir que no vea, sino que ve de otra forma, desde una corporeidad que es absolutamente femenina. Cuerpo de mujer atravesado por las fantasías infantiles –los siete enanitos de Blancanieves,  Mary Poppins,…, por los deseos de la virginidad en ciernes y por los sueños de una maternidad plena. La puesta en escena tiene “perfume de mujer” y todas estas Martas nos llevan a preguntarnos cuál es la verdadera diferencia entre un hombre y una mujer, más allá de la dimensión física. La respuesta se impone: la posibilidad de que pueda emerger según la circunstancia cualquiera de las diferentes formas de posicionarse en el mundo simbólico. El ritmo escénico es vertiginoso, a través del cuerpo de las actrices -con su gestualidad, sus tonos y sus desplazamientos- y de la textura musical se construye un sentido polifónico -de voces con ritmos diferentes pero de similar importancia: corporeidad femenina posmoderna. Fragmentación también subrayada desde el vestuario, la escenografía y, en especial, desde el texto dramático. Fragmentación que provoca los espacios necesarios para que el espectador pueda construir su propio discurso, que se involucre, que accede a la construcción de sentido y que permite el entramado lúdico de una puesta desde lo real maravilloso.








Quién sabe Marta de Francisca Ure. Elenco: Clarisa Hernández, Sol Tester, Cinthia Guerra, Laura Aneyva, Nadia Marchione, Luciana Sanz, María Florencia Savtchouk. Diseño de escenografía y vestuario: Sol Soto. Realización de vestuario: Carolina Yoro, Sol Soto. Diseño de iluminación: Omar Possemato. Dirección: Francisca Ure.










 



1 El teatro Pánico, (Pan del dios griego, mitad hombre mitad animal) se caracteriza por el uso de lo grotesco, por la fusión de elementos contrarios, por la búsqueda del impacto y del escándalo en el espectador, su carácter psicodramático, la acentuación de los componentes sádicos, el humor y su negritud, lo ceremonial, y el trabajo con el tabú que conduce a la perplejidad del personaje y del espectador. El surrealismo de la puesta comparte con el Pánico las fijaciones y las imágenes de lo onírico, lo que aflora del inconsciente de Marta que se realiza en el presente de la representación, y del expresionismo la exaltación de las pasiones, la fragmentación de un relato, la búsqueda del límite en la construcción del personaje. Pero lo que aúna las tres poéticas mencionadas es el aspecto lúdico de la puesta que juega desde el lenguaje de la oralidad como desde lo gestual y corporal en su totalidad con el recuerdo de la libertad soñada en una infancia de cuento donde todo parecía posible, y a donde se quiere retornar como una edad dorada y perdida. 

2 Como la Alicia de la novela de Carroll, la Marta de Francisca Ure admite más de una fisonomía, todas podemos ser Marta, como la necesidad del personaje de salirse de los corsés victorianos abarca a más de una Alicia. Se dice: cuenta la leyenda que el escritor envió al ilustrador una foto de Mary Hilton Babcock, aunque no hay pruebas que lo demuestren. Pero las ilustraciones no dejan lugar a la duda: Alice Liddell, la verdadera Alicia que inspiró los libros de Carrol, tenía el pelo negro y corto y llevaba flequillo, mientras que la Alicia de las ilustraciones, la de Tenniel, a pesar de estar dibujada en blanco y negro, lleva una melena larga, sin flequillo y aparentemente rubia. Lo cierto es que Carrol puso énfasis en el intricado argumento de su novela y en definir con precisión la personalidad de sus personajes dejando un lado las descripciones exhaustivas de la apariencia física de Alice y sus compañeros de viaje. Esta licencia que se permitió el escritor ha llevado a que todas y cada una de las Alicias que se conocen encajen a la perfección en el papel de la protagonista.






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