Volver la mirada
hacia nuestra historia, buscar un tema puntual y trabajarlo desde la parodia
para dar cuenta del presente es el procedimiento que estructura la puesta
escrita y dirigida por Francisco Lumerman. Un presente que ya también es
nuestro pasado más cercano, Argentina
2002, corralito, continuidad presidencial interrumpida, miseria, desesperación
y huida; la evidencia de un mundo otro, con un imaginario arbitrario,
fragmentado, cruel y salvaje, era una realidad donde el sálvese quien pueda,
sumaba las filas de los consulados. Desde el humor más delirante y bizarro, y
sin ningún atisbo de ilusión realista, a pesar de utilizar el referente
histórico, la puesta presenta tres niveles de ficción: el relato de la hija de
Perón que se traslada en el tiempo para clonar al General; la noche de la
muerte de Evita y el atentado al diario La
voz del pueblo, que es atravesado por las facciones que se oponen y las que
respaldan al gobierno peronista, y la filmación de una película que elabora una
recreación sobre los hechos que pudieron haber pasado la noche del atentado.
Los tres niveles se cruzan cuando las protagonistas del experimento realizado
en 1952, retornan de su viaje y se encuentran en plena filmación pero en 2002.
Lumerman que maneja con destreza el lenguaje construye sus personajes no sólo
desde lo exterior: vestuario, maquillaje, situaciones; sino también prestando
atención al modo y las maneras del uso de la lengua. La ilusión comienza para
el espectador desde el primer momento ya que los actores se transforman en sus
personajes delante de la platea, toman sus puestos y como en el set de
filmación se marca el comienzo de la acción, que no es otra que la vertiginosa
sucesión de acontecimientos y relaciones que se establecen en una sala de
redacción que espera la nota para la tapa, ante la evidencia del hecho
consumado: la muerte de Eva Perón. La metateatralidad propuesta logra una
profundidad de la mirada, que permite a través de la comicidad ir poniendo en
abismo algunas de las muchas contradicciones que nos constituyen, y que
forjaron el discurso de los últimos cincuenta años. Los actores construyen sus
personajes en un nivel horizontal, donde a cada uno le tocará su cuota de
protagonismo, y lo hacen con precisión y destreza corporal, a pesar del
vertiginoso ritmo, digno del vaudeville del comienzo y de la permanente entrada
y salida de la espiral que representa ser uno, ser el actor que lo representa,
y por último ser la conjunción de ambos. Lumerman ya nos tiene acostumbrados a
un desarrollo temporal complejo donde los tiempos se cruzan, mientras
paralelamente se realiza la mixtura de la antinomia ficción / realidad. Para
lograrlo, además de la muy buena construcción textual y el muy buen desempeño
de los actores, se suma la inteligente y funcional escenografía: puertas que
dan a la extraescena, la calle; o un cuarto disimulado por una biblioteca, una
heladera Siam, escritorios y teléfonos de época, más los cuadros de Eva Perón;
y un lateral que permite el secuestro equivocado de la enfermera de Evita para
el rescate de un diario íntimo, que tampoco es el real; en el juego de las
equivocaciones todo parece lo que no es, hasta el falso embarazo de una de los
personajes que se ve ostentosamente, y el verdadero embarazo de otra de las
actrices del filme que no se nota. El
secuestro de la enfermera, que señala la ineficacia de la fuerza que se prepara
para defender al movimiento de sus enemigos, pareciera un diálogo con otra
pieza que trabaja otra etapa del peronismo, el del Perón de los ’70, El secuestro de Isabelita de Daniel
Dalmaroni. Ambos autores, con un halo de originalidad, y desde la comedia
abordan temas que son todavía y a pesar del tiempo, nuestra historia reciente. Los
sucesos que constituyeron nuestra identidad, que se juegan entre la memoria y
el discurso ordenado del documento, necesitan de un tiempo para poder ser
tratados desde la parodia, para que el espectador pueda decodificar desde su
teatralidad irreverente el hilo conductor con el presente de la enunciación
teatral. Una compleja sociedad construida entre la inmigración (rusos,
gallegos, alemanes) y la migración desde las provincias (los cabecitas negras
que lloran la inminencia de la muerte de Eva) son el contexto de la Argentina de los ’50 y
conforman las secuencias que se suceden en la redacción del diario. La
fragmentada red social con su marginalidad y el comienzo de una inmigración
latinoamericana (el actor paraguayo) es el telón de fondo del siglo que se
inicia, en un set de filmación que intenta recrear aquel universo. Un antes y
un después unidos por la figura del General en la figura de una hija que
regresa del pasado, o que hace que el pasado regrese, y que busca encontrar
alguien que sea el destinatario de su misión y su entrega; pero sin dramatismo,
con ironía, con un humor corrosivo que nos enfrenta a todos al lado oscuro de
la luna.
Puro papel pintado (una fantochada nacional)
de Francisco Lumerman.
Elenco: Agustina Gutiérrez, Ángeles Vons, Ivans Schiaffino, Juan Ortiz, Laura Fischer, Lucía Romano, Mariana Eramo, Melanie Dell’Elce, Pablo R. Pandolfi, Susana Sánchez. Escenografía y vestuario: Roxana Ameduri, Vanesa Verati.
Diseño de maquillaje: Florencia Orlando.
Elenco: Agustina Gutiérrez, Ángeles Vons, Ivans Schiaffino, Juan Ortiz, Laura Fischer, Lucía Romano, Mariana Eramo, Melanie Dell’Elce, Pablo R. Pandolfi, Susana Sánchez. Escenografía y vestuario: Roxana Ameduri, Vanesa Verati.
Diseño de maquillaje: Florencia Orlando.
Fotografía:
Florencia Pane.
Diseño de iluminación: Soledad Ianni.
Diseño gráfico: Sergio
Calvo.
Colaboración artística: Lisandro Penelas.
Producción: Mariana Eramo y
Laura Fischer.
Prensa: Luciana Zilberverg.
Asistente de dirección: Ignacio
Gracia.
Dirección y Coordinación de dramaturgia: Francisco Lumerman.
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