El mito de Edipo
tiene para los dramaturgos un desafío que alberga la necesidad de la
reinterpretación de acuerdo al contexto histórico. La discusión por el poder y
el Estado presente en la trilogía de Sófocles hace que el texto sea una matriz
de posibilidades para decir a través de su fábula aquello que corresponde a la
más absoluta contemporaneidad. Eso es lo que sucede con Greek, la pieza de Steven
Berkoff; el relato se traslada topográficamente de Tebas a Londres de la década
del ’80 y en vez del triángulo entre Layo, Edipo y Yocasta, surge un incesto
con la problemática de la clase media baja londinense, envueltos sus personajes
en los avatares y consecuencias de la segunda guerra mundial, que terminan
siendo el punto cero de la historia del personaje. Porque Eddy no es entregado
por su padre para ser ejecutado, tras las palabras del oráculo, sino que es el
leve vuelo de la mariposa el que teje las redes del desencuentro con su familia
de sangre, y el encuentro con su familia de adopción: un paseo en el Támesis,
un accidente tras la explosión de una mina, y un bebé que vaga entre sus aguas
empetroladas hacia las líneas nefastas de su destino. La crisis institucional y
social rodea la juventud del Edipo londinense que además carga con la
revelación familiar sobre su azarosa vida, no por el oráculo griego sino por
las adivinaciones de dudoso proceder de un vidente de feria. La parodia que
todo lo trastoca, es la apoyatura con que el autor resuelve decir su malestar
con una sociedad que paralizada, no reacciona ante el fracaso, el desempleo, la
miseria, la droga, el mal sexo, la hipocresía familiar, la mentira
generalizada, y el abuso de poder. Los personajes entonces, no son héroes ni
reyes, sino seres comunes y grises, como corresponde al género del realismo, y
su protagonista huye no tanto de los designios de una premonición en la que
apenas cree, sino para no verse en ese espejo depresivo que es el rostro de su
padre, y negarse a un futuro que pueda
reproducir desde él, el ámbito familiar. Las actuaciones excelentes, y una
dirección que ya desde la disposición asimétrica del espacio expresa con los
movimientos, y la gestualidad la complejidad conflictiva de un texto difícil
pero sin desperdicio, provocan reafirmar la semántica del texto, desde la
palabra de una traducción de noble factura por Rafael Spregelburd. Martín Urbaneja
tiene la responsabilidad de ese Eddy, que nos relata, como un personaje
narrador, su situación decadente, y nos lleva de la mano hasta encontrarse y
descubrirnos su pasado y la irreverencia de su presente, y lo hace de manera
excelente. Al igual que ese coro / familia con el que departe las situaciones,
los actores van encarnando la duplicidad de sus personajes, madre/esfinge,
madre /hermana /esposa, padre real/padre adoptivo. La escenografía con escasos
elementos -una mesa, un par de sillas y de bancos- de líneas rectas, rígidas, y
la iluminación –juego de luz y de sombra con preponderancia del tono azul- que
recortan el espacio real representado no sólo crean el clima necesario para la
acción dramática, sino que parecen contener la energía intrínseca del texto
dramático como la energía propia de cada uno de los actores. Es el espacio de
la mesa familiar o de la mesa de un bar, es el espacio íntimo de las
confidencias; también es el espacio público de la calle, de los suburbios, de los reclamos sociales; y, es el espacio
mítico de la Peste
arcaica y moderna, del oráculo y de la Esfinge (hembra doliente de palabras oscuras). La
escenografía es, como ha dicho su joven directora, “como plataforma para que se
lancen los actores”[i], para
poner en acto, por un lado, el eje mítico de la tragedia y, por otro, para darle cuerpo a la pregunta
sobre el amor más allá de todas las normas preestablecidas: “es el amor lo
que siento, no importa la forma que tenga”. Analía Freda García ya ha demostrado la
particularidad y la profundidad de su mirada, y en esta obra en especial es yuxtapone
con la mirada de su autor, hace unos años Steven Berkoff, declaraba:
El texto es importante, pero el teatro es mucho más
que eso. Es fundamental que tenga pasión y para eso debe hacerse cargo de todas
las técnicas artísticas posibles, algo de lo que a veces se olvidan los
directores de escena. Debe aprovecharse de los recursos musicales, de la
capacidad de expresión de la escultura y la pintura; que ir al teatro, en
definitiva, no sea escuchar un texto, sino ver un maravilloso espectáculo,
lleno de dinamismo y de pasión.[ii]
La puesta de Greek tiene un espesor que le es propio,
es una perfecta combinación entre la profusión del texto primero y el ritmo
sostenido y la pasión escénica del texto segundo.
Greek de Steven Berkoff.
Traducción:
Rafael Spregelburd.
Elenco: Ingrid Pelicori, Roxana Berco, Horacio Roca, Martín
Urbaneja.
Diseño y realización de Escenografía / Vestuario: Pía Drugueri.
Diseño de Luces: Marco Pastorino.
Asistente de Vestuario: Cinthia Benítez.
Entrenamiento Corporal: Florencia Rapan.
Diseño Coral de Voces: Miguel Ángel
Pesce.
Dramaturgia: Ingrid Pelicori, Analía Freda García.
Fotografía: Néstor
Barbitta.
Comunicación Visual: Claudio Medin.
Prensa: Duche & Zárate.
Asistente de Dirección: Marcio Barceló.
Dirección: Analía Fedra García.
Sala
Raúl González Muñón en C. C. de la Cooperación
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