La sala Casacuberta
del Teatro San Martín tiene una disposición espacial que permite al espectador
captar los puntos de fuga de la puesta y ser incluido en la misma desde la
extraescena por la serie de escaleras que llevan al escenario. El director Paul
Desveaux, director de la Compañía L’héliotrope,
atento a la eficacia de su uso, hace ingresar al cadáver del Colo (Javier Lorenzo)
atravesando la platea, en un rito fúnebre donde somos como en el cementerio
testigos probables del dolor ajeno. En el espacio escénico con dos grandes
contenedores funcionales a las acciones que se van a desarrollar durante las
dos horas y más que dura la intriga y un coche de la época en que transcurre la
acción, los setenta, una mujer vestida de negro espera y observa. El público
inquieto y expectante1, asiste a
la densidad de un discurso sin desperdicio, dicho por cada uno de los
personajes en una suerte de cuasi diálogos y
monólogos donde a partir de la subjetividad se despliega la serie de
acontecimientos que van conformando una historia, la de una familia posible, la
de una sociedad atravesada por valores que provocan la fragmentación y la muerte,
que encuentra en la muerte violenta el resumen de sus propios valores. La obra
de Bernard- Marie Koltés es de 19772, y
establece una línea con el contexto, pasado reciente y presente, la guerra de
Corea, Vietman, la discriminación entre los norteamericanos pensantes y
aquellos que obedecen ciegamente al sistema, los “patovicas” útiles a un status
quo, que se sostiene a sí mismo a través de aquellos que siguen el curso de la
vida, sin preguntas y sin respuestas. Los actores internalizan el discurso de tal
forma que sus personajes están vivos en la construcción de sus contradicciones,
aún aquellos que son el recuerdo, o la obsesión de los demás como el Colo. En
la intersección de dos mundos que chocan entre sí, los hijos de una familia
burguesa “normal” la que conforman: la madre, Ma; el padre, Al; Leslie el
hermano del Colo; Carola, su viuda; además de la amiga June; y de Henry el amigo de Leslie, son los corderos de
Dios, las víctimas propiciatorias, del asentimiento sin dudas de un mundo que
parece no interesarse por las criaturas que lo componen, sino por una forma de
vida donde sólo hay una regla: La ley del más fuerte. El mundo irreverente de El guardián entre el centeno (1951) de Salinger3 aparece en la composición de los
personajes hijos y en la relación discordante con sus padres. Una sociedad en
descomposición que evita hacerse preguntas de los cadáveres que siembra,
ocultando sus crímenes en el deber de la defensa de la patria, y el estilo de
vida americano. La creencia de que el diferente debe ser sometido o
neutralizado, la constancia de que la irreverencia lleva al abismo aparecen en
el personaje de ese hermano que decide suicidarse y dar por terminada una lucha
irregular con el entorno. Su hermano, Leslie, (Martín Slipak) que ocupará su
lugar en el círculo dantesco de la vida que regresa, como justifica el padre,
es el eje por donde el punto de vista de Koltés deja fluir su pensamiento, una
filosofía que no adhiere a los conceptos oficiales, que ve la disolución de los
lazos de solidaridad, sin encontrar como detener la podredumbre que lo acecha
todo, que todo lo inunda. La casa y el cementerio, la vida y la muerte, como
dos instancias necesarias e inevitables, en el medio la nada, la absoluta falta
de sentido. El suicidio del Colo no es finalmente un acto de desesperación sino
la consecuencia de ver más allá de lo corriente, de ejercer un último acto de
rebeldía. El auto que se mantiene detenido, y que pertenece al amigo de Leslie,
es una metáfora de la velocidad de una juventud que finalmente queda detenida,
de la posibilidad de cambio que no se produce, del llegar siempre al mismo
lugar. Las actuaciones se lucen en cada uno de los momentos que la línea de
acción los requiere para sumar a ese rompecabezas cotidiano, uno a uno, los
engranajes de la vida. El trabajo con el cuerpo, en su destreza y fuerza, de
Martín Slipak y Francisco Lumerman merecen un comentario aparte, así como la
excelencia del relato de Lucrecia Capello. La escenografía y la iluminación
recuerdan en su arquitectura la profundidad subjetiva de Víctor García en su
búsqueda de ruptura con el espacio convencional. Una puesta donde el soporte es
la palabra, y que apela al trabajo coreográfico para que esos cuerpos que
transitan la escena no sean sólo un instrumento de la voz.
Sallinger de Bernard- Marie Koltés.
Elenco: Ma, la madre, Lucrecia Capello; Al, el padre, Roberto Castro; el Colo,
el hijo muerto, Javier Lorenzo; Leslie, el hermano, Martín Slipak; Ana, la
hermana, Ana Pauls; Carola, la viuda del Colo, Céline Bodis; June, la amiga de
Carola, Luciana Lifschitz; Henry, el amigo de Leslie, Francisco Lumerman.
Coordinación de producción (CTBA): Gustavo Schraier. Asistente de dirección
(CTBA): Ticiana Tomasi. Producción ejecutiva (l’héliotrope) Céline Bodis.
Asistencia de escenografía, segunda asistencia artística e imágenes: Mariana
Cecchini. Primera asistencia artística e intérprete: Amaya Lainez. Dirección de
casting: María Laura Berch. Iluminación: Gonzalo Córdova. Vestuario: Julio
Suárez. Música: Vicente Artaud. Escenografía y dirección: Paul Desveaux. Sala
Casacuberta, TGSM.
1 La noche que presencie la puesta (14/6) ésta se pospuso media hora porque se
inauguraba un nuevo elemento tecnológico en la sala que permitirá a través de
unos audífonos a los espectadores no videntes seguir lo que aparece en el
escenario visualmente a través del relato de una locutora.
2 Hace 16 años Alfredo Alcón dirigió el
espectáculo La soledad en el campo de
algodón. Fue la primera obra de este escritor único que se presentaba en
Buenos Aires. Koltès nació en 1948. Decidió que lo suyo era el teatro cuando,
de adolescente, vio a María Casares representar Medea. Esa puesta estuvo a
cargo del argentino Jorge Lavelli. Tal fue la impresión que le dejó que
escribió para ella L'Heritage, su primera obra. Murió de sida en 1989. Apenas
tenía 41 años. A lo largo de su vida circuló por diversos márgenes. De hecho,
homosexual, comunista y amante del Tercer Mundo. Su poética fue comparada con
la producción de otros autores malditos como el mismo Jean Genet o el argentino
Copi. Gracias a Patrice Chéreau, quien en 1983 dirigió su obra Combate de
negros y de perros, comenzó a ser reconocido. Su última obra se llamó Roberto
Zucco. (Alejandro Cruz, lanación.com 4/2/2012)
3 Sallinger
fue escrita por encargo del director Bruno Boëglin y estrenada en Nova Theatre
Lyon en la temporada 1977-78. En rigor, fue escrita en colaboración con los
actores. Koltès escribió en el programa de mano de la obra que su intención fue
separarse de la literatura salingeriana, no hacer una adaptación de sus temas
sino de su “tono”. Y esto a través de la particular interpretación que los
actores hicieron del escritor y dibujaron con su cuerpo en el momento de
concepción de la puesta. (M. Halfon, Página 12, Radar, 3/6/12)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario