"Más que la locura, lo que me inquieta son los extremos de la mente. O sea, cuando la mente se desata y se transforma en una especie de caballo desbocado. Mi interés sobre el tema de la locura es antes como persona que como dramaturgo. He visto alrededor mío a mucha gente destruirse o llevar a la catástrofe muchas cosas por una especie de empecinamiento u obsesión mental muy difícil de comprender."
(Alejandro Acobino)1
Dos mundos, el
mundo fabril del obrero metalúrgico y el del artista devenido pequeño
empresario de una pymes que lleva adelante la producción de piezas para la
industria. El problema de clases en el mundo de la pequeña burguesía, que
quiere ser y parecer alguien con un destino cierto, incursionando desde la
incipiente propiedad de una fábrica, en la sociedad ordenada y calificada; un
actor social, Juan Jorge, (Rodolfo Demarco) con pretensiones de más, de ascenso,
olvidando un pasado de bohemia como herencia que sólo le trae malos recuerdos.
A ese universo escindido llega el otro necesario para la realización del deseo,
Salinas, (Fernando Donet) el obrero evangelista, que va a poner en acto la
realización de la empresa con su conocimiento adquirido en la experiencia
heredada de su padre. Dos personajes de mundos antagónicos, que intentarán
armonizar la necesidad en la convivencia obligada entre patrón y empleado. Al
conocimiento académico que Juan Jorge exhibe con pretendida solvencia para
lograr la admiración de Salinas, éste último responde con la sabiduría de lo
aprendido en el hacer, desde el minimalismo de su discurso, con la exactitud de
aquél que dice lo que sabe. El espacio oficina, bunker de Juan Jorge, esconde
un secreto que lo atormenta, el resto del espacio es el habitat de Salinas,
máquinas y herramientas, el baño donde se cambia, el banco donde ejerce su
oficio. El mundo del teatro de varieté, con su rutina de ventriloquia, es el
legado artístico del padre del devenido empresario y su muñeco, Charulo, que
adquiere para su atormentada vida, características humanas. Su esquizofrenia
divide su personalidad en dos, y el muñeco no es tal, sino el otro yo de su
conciencia escindida, o su “hernanito”, que dice aquello que no quiere
escuchar. Desde un hiperrealismo que llega al extremo de que el espectador
escuche el fluir de la conciencia, junto al ruido de la maquinaria productora,
y la música que señala además las diferencias culturales de ambos, Alejandro
Acobino nos sumerge en el mundo mínimo de los personajes y en la enfermedad que
supone un alma torturada. La puesta sorprende porque finalmente el encuentro
personal que caracteriza al género, tiene mayor fuerza en el desdoblamiento de
Juan Jorge, en su voz y la de su alter ego Charulo. El espacio escénico es
amplio y a la vez lúgubre, la iluminación delimita el desplazamiento de ambos personajes
y el ruido de las “máquinas” subraya la dificultad de un diálogo entre dos
mundos distintos y opuestos. Si la ventriloquia se realiza mediante el diálogo
entre el actor y su muñeco aquí Charulo adquiere vida propia en una relación de
amor y de celos con su hermano Juan Jorge. A través de un diálogo que tiene
poco de cómico o de sarcasmo, sino más bien de cierto pesimismo y de mucha melancolía.
Es interesante el aporte de los momentos de ventriloquia que genera una doble
ilusión, momentos de metateatralidad en que un personaje parece darle la
palabra a otro, y este otro (Charulo) busca con “su mirada” de manera frontal
la complicidad del público. Personaje de apariencia espectral, ni humano ni
muñeco, y a través del cual se logra el clima de confidencias que requiere la
acción dramática. Con profesionalismo ambos actores superan un pequeño
inconveniente, quizá si la duración real de espectáculo fuera un poquito menos
la atención del público sería constante.
Hernanito pieza esquizo–industrial de Alejandro Acobino. Actúan: Rodolfo Demarco, Fernando Donet. Diseño de iluminación: Marco Álvarez. Escenografía y vestuario: Rodrigo González Garillo y Amelio Cardozo Gil. Diseño y realización de Charulo: Rodrigo González Garillo. Diseño gráfico: Mariana Rovito. Prensa: Caro Alfonso. Director asistente: Ezequiel Delfino. Dirección: Alejandro Acobino. Sala No Avestruz.
1 Así se expresaba sobre su trabajo Alejandro Acobino en el artículo de Carlos Pacheco, que aparece en Lanacion.com, Espectáculos, 2/11/11, “Murió una figura destacada del off.” Alejandro Acobino nació en Buenos Aires, en 1969. Estudió actuación entre otros, (con Susana Rivero, Miguel Pittier, Fabio “Mosquito” Sancinetto, Marcelo Mangone y en la Escuela Municipal de Arte Dramático) de la que egresó en 1998. Es egresado de la Carrera de Dramaturgia de la Escuela de Arte Dramático, donde estudió con Mauricio Kartun, Roberto Perinelli y Alejandro Tantanian. En 1996 integró el grupo Sucesos Argentinos como presentador en espectáculos de humor negro Sutilessen del mismo grupo. Integra el grupo Caballeros y Damas Negros, cuya obra Cuando los días se marchitan (luego llamada Marchita como el día) que fue dirigida por José María Muscari. En 1997 estrenó Volumen I, su primer trabajo como director y co – autor. En 1998 dirigió y escribió Plop! o nos vamos a pique…, estrenada en la Sala Emad. Además de teatro escribe narrativa y poesía. Participó en videos y cortometrajes para el CERC (Centro de Experimentación y Realización Cinematográfica) Su obra Continente Viril fue premiada con el “Germán Rozenmacher” de Nueva Dramaturgia en el marco del III Festival Internacional de Buenos Aires, galardón que tiene por objetivo estimular la producción de los autores argentinos menores de treinta y cinco años.
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