En los años setenta
Paloma y Mercedes Alonso, hijas del plástico Carlos Alonso1
y de Yvonne Fauvety, eran una joven y una niña atravesando la adolescencia, que
compartían un mundo desde miradas diferentes. Una era la pura acción, la
búsqueda de la libertad y del compromiso con las ideas, temiendo el costo pero
aceptándolo; la otra, era como muchos argentinos de aquella época una
espectadora silenciosa, que veía a través de la ventana, en la lectura de las
cartas de su hermana, en la presencia /ausencia de un padre y una madre también
divididos entre el hacer y el esperar, entre una hija u otra. La puesta propone
un caja negra habitada por una veintena de cajas, que cumplirán diferentes
funciones a lo largo del desarrollo discursivo, una mecedora donde la lectura a
veces se realiza, y un personaje también vestido de negro, Mercedes, que relata
con un registro neutro, que a veces lleva a un nivel atravesado por lo emotivo,
la experiencia de ella misma en aquellos años peligrosos y su mirada sobre su
hermana, Paloma, donde se escuchan los ecos de una relación fraternal en la que
reina la admiración y los celos. La relación estrecha entre el padre y su
primogénita, a quien también los unía el parecido físico, era una estructura
difícil de atravesar para la pequeña Mercedes. La foto que el artista de la
fotografía, que se encargaba de plasmar las caras de los plásticos en la época,
Anatole Saderman, toma de Paloma y su padre en 1960, donde se los ve frente a una ventana, es profundamente
significativa. Como afirma su hijo Alejandro, en la presentación de las obras
de su padre, era: “(…) una de las fotos preferidas por él, y considerada una de
sus clásicos, (…) los perfiles de un padre y su hija, en un gesto que es como
la pura síntesis de esa relación”. Paloma, la ausente, la que es necesario
reconstruir como un rompecabezas desde sus propias palabras, y desde el
recuerdo de los que la conocieron, tiene una presencia tan fuerte desde la
niñez que marca para siempre la historia de esa hermana que espía la realidad
desde la cornisa de un sexto piso. Presencia que es potenciada por el recuerdo
de su vida a través de su escritura y por el hecho irrevocable de su no estar
más. Situación que nos lleva a pensar en la fuerza de esos cuerpos ausentes que
buscaron ser “desaparecidos” de la memoria colectiva, y que en un eterno ritornelo
regresan con la frescura, la fuerza, los ideales, y la juventud de aquellos
años. El programa de mano nos presenta
con la naturalidad que no ha borrado el tiempo, a las mujeres Alonso, en un
gesto cotidiano frente a la cámara, el estar juntas, a pesar de suponer que se
buscó la pose que mejor favoreciera el cuadro.
Allí los rostros detienen el tiempo, también en el espacio escénico el
tiempo parece quedar suspendido. Mientras que con algunos pocos elementos el
locus se divide en pequeños espacios íntimos y donde la iluminación se filtra
pidiendo permiso ante la dura realidad del discurso verbal. El espacio privado
de Mercedes, de la madre (Sra. Fauvety), pero sobre todo el espacio de Paloma y
en unos pocos momentos también es el espacio de Antígonas con su reclamo por su
hermano muerto e insepulto. Dos núcleos tiene la obra, por un lado, Paloma es
reconstruida a partir de su propio diario, de sus cartas, sus poemas o de su
simple cuaderno de expresión corporal y desde la mirada de su hermana; por
otro, Mercedes que a partir de su relato de vida, de su memoria individual da
cuenta de aquellos en lo que no hemos reparado con frecuencia: los hermanos de
los desaparecidos. No es tarea fácil exponer y condensar los intensos años
vivos con Paloma, quizá por ello el espectador siente la asfixia de ese tiempo
inmóvil, de “vivir con la inmediatez del inevitable final” y donde solo las
cajas de cartón tienen cierta libertad: un muro, una sepultura para Antígonas, o
tal vez un modo de ficcionalizar la despersonalización y la brutal
deshumanización de la cual fueron objetos nuestros torturados y/o desaparecidos.
Si para los victimarios de nuestro funesto pasado reciente nada quedaba de la
idea de individuo en sus victimas, las cajas anónimas y sin rótulos pueden
verse como la representación de nuestros miles de muertos insepultos. Memoria
social / memoria individual, ausencia / presencia, Paloma / Mercedes, es
difícil ante la falta de distancia histórica y la voz quebrada por momentos de
la actriz poder notar un claro cambio de registros en la reconstrucción de cada
una de las mujeres de la familia Alonso (hermanas y madre) pero si es claro que
cada espectador estuvo durante la duración real del hecho teatral en una
cornisa, mientras resonaba en sus oídos un famoso estribillo:
Vivir
para vivir.
Sólo vale la pena vivir para vivir.
Para vivir.
Sólo vale la pena vivir para vivir.
Sólo vale la pena vivir para vivir.
Para vivir.
Sólo vale la pena vivir para vivir.
(Joan
Manuel Serrat)
Los pasos de Paloma de Patricia Zangaro. Actriz: Mercedes Alonso. Realización: Ornella Zampicinini.
Fotografía: Román Utge. Prensa: Silvina Pizarro. Operador de luces y sonido:
Matías Noval y Sebastián Ochoa. Preparación vocal: Analía Damianich. Vestuario:
Ivonne Fauvety. Producción: Julieta Alonso. Producción ejecutiva: Ornella Zampicinini.
Diseño de iluminación: Jorge Pastorino. Espacio escenográfico: Laura Yusem.
Música original: Cecilia Candia. Comunicación Visual. CCC: Claudio Medin –
Estudio M. Asistente de dirección: Ornella Zampicinini. Dirección general:
Laura Yusem. Centro Cultural de la Cooperación.
1 El destino hizo que Carlos tuviera la mejor
formación que pudiera tener un artista en la Argentina en aquellos
años. Pasa también una temporada en la casa de Ramón Gómez Cornet en Santiago
del Estero y cuando cuenta 24 años viaja a Buenos Aires, le exhibe entonces sus
trabajos al recordado Domingo Viau, quien le realiza su primera exposición en
Buenos Aires y le da los fondos necesarios para que conozca Francia y España. A su vuelta trabaja en Santiago del Estero
con Antonio Berni, Juan Carlos Castagnino y Lino Enea Spilimbergo. En 1961
descubre en Londres que se estaba experimentando: el acrílico. Lo adopta
inmediatamente ya que su secado rápido le permite extraordinarios resultados.
Durante esa década realiza grandes exposiciones tanto en Galería Rioboó como en
Art International, en la calle Florida de Buenos Aires, viajando en 1968 a Florencia donde vive
"los seis meses más inolvidables de mi vida", realizando más de 250
trabajos referidos al Dante y La Divina Comedia.
En 1971 expone regularmente en Galleria Giulia de Roma, en la Eidos de Milán, y en Bedford Gallery de Londres, trabajando una temporada en el taller de Antonio Seguí, en las afueras de París.
En 1976 se produce el golpe de estado y su seguridad personal se ve amenazada, se exilia en Italia y al año siguiente, en el mes de julio desaparece su hija Paloma. En 1979 se radica en Madrid donde expone en Galería Juana Mordó. Vuelve a la Argentina en 1981 instalándose en Unquillo, a 40 km de la ciudad de Córdoba, en el mismo lugar donde viviera su recordado maestro, Lino Enea Spilimbergo. Realiza varias exposiciones durante la década del 80 obteniendo numerosos premios entre ellos el de la Bienal de La Habana, en Cuba. En 1990 y 1995 realiza exposiciones en el Museo Nacional de Bellas Artes y en distintas galerías del país. En el año 2000 presentamos en Zurbarán una amplia muestra dedicada a sus dibujos y en el 2001 realiza una exposición de sus obras de la década del 70, en el Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires que continuará en las ciudades de Rafaela, Córdoba y Mendoza. En San Carlos de Bariloche presenta su primera exposición en la Patagonia, en junio de 2001 con un conjunto de 33 obras, acrílicos, carbonillas, pasteles, y grabados, que abarcan 33 años de su vida. (Ignacio Gutiérrez Zaldívar en el sitio web Nuestros artistas)
En 1971 expone regularmente en Galleria Giulia de Roma, en la Eidos de Milán, y en Bedford Gallery de Londres, trabajando una temporada en el taller de Antonio Seguí, en las afueras de París.
En 1976 se produce el golpe de estado y su seguridad personal se ve amenazada, se exilia en Italia y al año siguiente, en el mes de julio desaparece su hija Paloma. En 1979 se radica en Madrid donde expone en Galería Juana Mordó. Vuelve a la Argentina en 1981 instalándose en Unquillo, a 40 km de la ciudad de Córdoba, en el mismo lugar donde viviera su recordado maestro, Lino Enea Spilimbergo. Realiza varias exposiciones durante la década del 80 obteniendo numerosos premios entre ellos el de la Bienal de La Habana, en Cuba. En 1990 y 1995 realiza exposiciones en el Museo Nacional de Bellas Artes y en distintas galerías del país. En el año 2000 presentamos en Zurbarán una amplia muestra dedicada a sus dibujos y en el 2001 realiza una exposición de sus obras de la década del 70, en el Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires que continuará en las ciudades de Rafaela, Córdoba y Mendoza. En San Carlos de Bariloche presenta su primera exposición en la Patagonia, en junio de 2001 con un conjunto de 33 obras, acrílicos, carbonillas, pasteles, y grabados, que abarcan 33 años de su vida. (Ignacio Gutiérrez Zaldívar en el sitio web Nuestros artistas)
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