“Bruna: Pobres de nosotros que no levantamos la voz porque somos extranjeros” (…) Los exiliados somos gente triste, propensos a imaginar cosas que nunca pasan. Nos castigaron con tanta perversidad que nos hicieron olvidar que los que nos castigaron pertenecen al mismo país que nosotros, y aún así creemos que es el mejor país del mundo.”
(Arístides Vargas, Nuestra Señora de las nubes)
Arístides Vargas
conoce de exilios, externos e internos, de soledades y dolores, y de amores que
se tejen al calor de la complicidad del miedo, pero sobre todo conoce de la
necesidad que todos tenemos de raíces que permitan la trascendencia, crecer
desde abajo hacia un arriba intenso y luminoso, dueños de la trama de nuestra
vida; seres en la apología de un sueño colectivo. Conoce además del
extrañamiento que produce el dolor de la expatriación por aquellos designados a
la contención de nuestras vidas, cuando los sucedidos los produce el vecino, el
com – patriota; como la orquídea que vive en el aire, como el clavel que une su
destino finalmente al tronco generoso que lo recibe, luego de expandir su color
y olor a los vientos de la inclemencia. Los personajes de Flores arrancadas a la niebla, al igual que los de Nuestra señora de las nubes, sueñan con
un país alimentado en el recuerdo y el olvido. Un país donde el amor tiene mucho
que ver con la desmemoria, para desplegarse en un perfume, en una luz al
amanecer, en los rastros tibios sobre la piel de un sol propio. Ana Wolf, logra
en la puesta exudar a través de la voz de los personajes, Aída y Raquel, un
universo transitado, como protagonista y como testigo:
Hace dos años me encontré por primera vez con el texto de Arístides Vargas. Desde ese entonces la flecha del Ángel me perforó. Desde ese momento sus dos personajes, Aída y Raquel, caminan conmigo cada día, por donde yo ande ellas vienen. Las veo en cada país al que vuelvo, en cada mujer “exsul”1 que cruzo, en el barrio boliviano cerca de donde vivo, en Liniers, con sus negocios que se llaman “Consultorio dental Chuquisaca”, “Pollería Santa Cruz”, “Western Union La Paz”, en las calles llenas de vendedoras de productos de ese país y grandes tortas de crema, y sopa de pollo, en las telas coloridas que adornan los carritos ambulantes, en las frutas y verduras y cereales, en cada gesto, en cada rostro: como me veo a mí misma, “exsul”, con mi mate en Europa. (Gacetilla de mano, entregada junto al programa)
Con una
escenografía rica, simbólica y a la vez funcional al acontecimiento que se
despliega en escena, Natalia Marcel y Cecilia Ruiz, se transforman en los dos
seres atravesados por un destino demasiado común en este, un planeta cada vez
más provinciano. Con la música en escena del compositor y ejecutante Claudio
Peña, la excelencia de la dirección y de las actuaciones nos lleva como
espectadores a un registro intenso de emociones que van desde el humor irónico
hasta la piadosa crueldad. Con profesionalismo ambas actrices y con diálogos
aparentemente cotidianos dan cuenta de la teatralidad particular de la poética
de Vargas. La fuerza del discurso verbal es subrayada por las imágenes
proyectadas en el espacio escénico – vías del ferrocarril en distintas
direcciones, el vallado alto con alambres de púas, numerosos árboles,… El espacio
virtual representado se filtra constante a través de las palabras y de los
sonidos, creando la atmósfera de incertidumbre, de poca visibilidad, de un “no
lugar” que requiere la acción dramática. Mientras los personajes de Aída y de Raquel
dicen más allá del simple significado de cada palabra, Natalia Marcel y Cecilia
Ruiz pone en escena un cuerpo presente / ausente, un cuerpo que intenta
diluirse y no ser observado por un otro amenazante, un cuerpo que busca desvanecerse
en el tiempo y en espacio, aunque es un cuerpo que tienen memoria de todo lo
que va dejado atrás con su partida. El hecho teatral logra ante un texto
dramático tan poético y un espacio escénico tan simbólico, ante un largo lienzo
que es desplegando lentamente como un río que divide, (quizá como el río Leteo,
uno de los ríos del Hades, y del cual al beber de sus aguas provocaba un olvido
completo y/o la reencarnación) un inevitable y profundo punto de encuentro
entre el autor, la directora y el espectador. No hay saturación de imágenes ni auditivas
ni visuales sino, todo lo contrario, en cada intersticio y en cada silencio se
abre un mundo otro, un mundo visceral, más real que ficcional y que sumerge al
espectador en un clima constante de nostalgia y de íntimos recuerdos.
Flores arrancadas a la niebla de Arístides Vargas. Elenco: Natalia Marcet, Cecilia Ruiz. Dirección de arte: Sandra Lurcovich. Música original: Claudio Peña. Diseño de luces: Sandra Lurcovich. –Ana Woolf. Asistente de producción: Jenny Cuervo (Colombia) Asistente de dirección: Diego Schmukler. Edición de imágenes: Francisco Lurcovich. Asesoramiento técnico: Chango Díaz. Realización escenográfica: La Menesunda realizaciones. Realización de vestuario: Silvia Calvo. Fotografía: Fiorella Corona. Diseño gráfico: Lore Domínguez. Dirección: Ana Woolf. Andamio 90.
Vargas, Arístides,
2006. “Nuestra señora de las nubes” en Teatro
ausente. Cuatro obras de Arístides
Vargas. Buenos Aires: Instituto Nacional del Teatro.
1 Exsul para la directora Ana Woolf es
la definición del exilio: fuera de mi suelo; en otra patria, para ella la
patria del teatro, para muchos la patria de los “otros”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario