La verdadera historia de
Enrique VIII horrorizaría hasta al más habitúe de los programas televisivos de
“chimentos” de espectáculos en los que se ventilan amores y amoríos, a los que sumaríamos los noticieros bañados
en sangre. Hablar de historia significa hacer referencia a hechos concretos, a
relatos que reseñados a través de las épocas en ocasiones suelen distorsionarse
y hasta devenir en leyendas.
“Henry”, el de la obra que
nos ocupa, es un desprendimiento, un intertexto remozado de la verdadera
historia de Enrique VIII de Inglaterra.
Contar esa etapa de la
historia de Inglaterra en clave de humor
es un incentivo más que loable para acercar a los jóvenes a esa etapa de la
historia de ribetes trágicos. ¿Qué pretende ser Henry en tanto texto dramático
y representación? ¿Un modo de hablar acerca
de la manera en que los poderosos acomodan sus procederes justificando
sus acciones, en este caso, aduciendo una particular devoción por las mujeres y
sus encantos?
¿Mostrar al “monstruo” en su
etapa final, no exento de sufrir padecimientos humanos, horrores de la vejez,
humillación por un cuerpo, su cuerpo,
que se niega a acompañarlo en el deseos de ser eternamente joven?
¿Reafirmar un refrán popular
verificable en la historia que nos relatan: “Genio y figura hasta la sepultura?
Opino, un “algo” de cada interrogante,
Porque de eso se trata” Henry ” en síntesis: intentar instalar al
espectador en la convicción de lo que resta cuando el poder se pierde y cómo es
difícil, al poderoso resignarse a ocupar
su momento vital que lo ubica más cerca de la muerte.
La dramaturgia propuesta por
María Inés Falconi, nos ofrece un delicioso anciano, minusválido, cascarrabias
y prepotente que recluido en un
sanatorio, se encuentra asistido por una paciente enfermera, encarnada
impecablemente por Graciela Bravo. El
vínculo entre Henry y la enfermera es de afecto y compasión, por parte de
ella, y de demanda constante de atención
por parte del monarca venido a menos. En alocada reminiscencia pasa revista a
la relaciones que lo unieron a cada una de sus mujeres, demostrando por
momentos arrepentimiento por su proceder “alocado”, arrepentimiento muy fugaz
que termina por ser siempre una excusa que
no tiene más objetivo que buscar la aceptación de quienes lo escuchan.
Carlos de Urquiza verosímil deformación del monarca, produce en la escena desde
la risa a la compasión, desde el estupor por sus razonamientos intransigentes
apelando a la complicidad y la intervención de quienes lo acompañan como
espectadores, en ese espacio de tiempo ficcional. El ambiente íntimo de una habitación pequeña
de un sanatorio, devenida en espacio
teatral, se jerarquiza por la puesta escena, diseño y realización de escenografia,
diseño y realización de vestuario y objetos e iluminación. Enrique VIII, el
histórico, como integrante de la casa Tudor, fue captado por poetas,
dramaturgos, novelistas, cineastas para recrear instantes y relatos
apasionantes. Las referencias a la
historia de Enrique VIII han sido abordadas desde diferentes perspectivas, en
algunos casos en el Enrique VIII de
Shakespeare y John Fletcher el eje
central pasa por la elección de la religión oficial de Inglaterra y los
conflictos que se generan durante el encuentro diplomático entre Inglaterra y
Francia suceso de 1520 y el bautismo de
Isabel en 1533. Entrar en el universo de Enrique VIII, es abrir una puerta de
curiosidad para los jóvenes espectadores, principales destinatarios de este
delicioso “Henry” de la escena.
Seguramente esa curiosidad los hará recalar en filmografía devenida de la
historia. En algunos casos se destacó la parte “donjuanesca” del monarca en
“Las hermanas Bolena, la otra reina” película dirigida por Justin Chadwich
(2008) incentivo indudable para que
nuestros “curiosos” se acerquen a la
novela del mismo nombre de Philippa Gregory. La obra no termina con el último
aplauso, está destinada a la proyección en el aula, en la casa, en el café,
maestros y adultos atentos debieran aceptar el desafío de ayudarle a los
jóvenes a ampliar su mundo cultural, a veces, solos no pueden. Así, despertando interés a través de la risa,
los jóvenes devienen en curiosos amantes de la historia, su panorama cultural,
desde el placer de la escena se rizoma hacia el horizonte infinito de la avidez
de conocimiento. No es ambiciosa la afirmación: de pequeños hitos se va
construyendo la cultura, aquello que poseemos cuando se nos ha olvidado todo.
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