Los dioses y el
miedo a perder el poder y la vida son en el texto de Calderón las primeras
causas para que Segismundo, encerrado en una torre, sea invisible para todos, y
esté suspendido en un no tiempo. La culpa y la posibilidad que los vaticinios
sean inciertos, y que el hombre tenga a pesar de los dioses sus minutos de
libre albedrío, logran por un momento que salga a la luz y recupere todo lo que
no sabía que había perdido. Pero la sombra de una maldad congénita hará que
nuevamente la soledad, la oscuridad, sean su destino; aunque ya nada será
igual, porque los que ignoraban ahora saben de su existencia, y porque el mismo
sabe que otra vida es posible. Jorge Acebo que posee una escritura que no le
teme a los nudos más complejos de las relaciones humanas, toma a la dramaturgia
de Calderón como hipotexto, para traerlo de su pasado barroco, a este nuevo
estadio de su desarrollo, donde lo complejo es lo lineal de todos los días,
donde lo aparente vibra constantemente sobre la realidad, y donde todos estamos
apresados junto a Segismundo por nuestras propias cárceles personales. La
geografía distante que elige el dramaturgo más reconocido del Siglo de Oro
español, no impide que en esta “versión contemporánea”, pueda desarrollarse la
tragedia en otro espacio, el conurbano, invirtiendo la ecuación, ya que aquel
poder y aquella fuerza serán traducidas en la miserabilidad, y en el continente
de un espíritu mezquino, el de la madre, que
busca conservar para sí, como si fuera un reino, los despojos de una
casa y un terreno que sólo es un pantanal. Lejos de las categorías de honor y su
defensa, Segismundo y su probable hermana, se enfrentan en una iniciación
sexual completa frente a la vista del espectador; situación traumática bien
resuelta por la dirección, y las actuaciones de Mariela Rodriguez y Nicolás
Condito; que impone la fuerza del acontecimiento con su carga de necesidad y
sin culpa; la necesidad propia de un adolescente obligado a vivir en cautiverio
y que se expande en la bailanta, cuando fuerza a Astrea, para desplegar luego, su
lógica sexual en el cuerpo de Rosaura. El espacio, dividido en dos lugares
atravesados por la miseria, tiene para los personajes un recorrido funcional
que les permite sin tropiezos enlazarlos. Pero, desde el punto de vista del
espectador ese espacio escénico despojado está dividido en dos respondiendo la
estética barroca y ambos son los núcleos de la historia. La acumulación de
sentido y de elementos que se fugan en el espacio forma una unidad que se
plantea desde el inicio. Superposición de fuerzas que generan otras: el arriba
(el lugar de la familia) / el abajo (el sótano), el ocultamiento / la
revelación, el adentro / el afuera, el destino / la libertad. No por casualidad
estos pares de opuestos son algunos de los planteados por Calderón de la Barca en su obra y que Acebo
con total naturalidad, producto de su profesionalismo y de la investigación
constante, los desmenuza y los vuelve armar en un tiempo y espacio concreto que
nos pertenece. La referencia de la voz del narrador, del periodista que da
cuenta de la tragedia, hace ingresar la extraescena por segunda vez. En las
crónicas policiales de cualquier ciudad, el crimen y su resolución en drama es
una constante que nos acecha con su sordidez y nos deja en el más absoluto
desamparo; aquél que pareciera paliar una cultura de la apariencia, un discurso
que sólo asoma la punta del iceberg de lo real, y oculta bajo la alfombra o en
el sótano de la casa todo lo sucio, lo inenarrable, lo imposible de reconocer. ¿Destino
o elección de nuestros actos?, ¿de que manera la determinación social juega en
los pasos que nuestra vida comienza a dar desde el origen de nuestro
nacimiento? En una sociedad que descree en los dioses, en su furia y su bondad,
el desconsuelo y la pérdida son totales. No hay retorno a una armonía que a
pesar del recorrido de destrucción, pueda desde una verdad revelada, crear,
construir otro mundo posible. Si en la tragedia griega siempre hay anagnórisis
(el reconocimiento de la verdad que altera la conducta de uno de los personajes)
también encontramos este recurso narrativo en La vida es sueño y en Cuando el tiempo está después, en esta última será el padre, Polonio,
quien al darse cuenta que “el tiempo en la vida no es igual para todos”
acelerará el trágico final. Un hecho teatral que sacude al espectador y lo
involucra con la realidad objetiva, una realidad que no está mediada por los
intereses mezquinos.
Cuando el tiempo está después de Jorge Acebo. Versión libre y contemporánea
de La vida es sueño de Calderón de la Barca. Elenco: Jorge Diez,
Marcela Ruiz, Nicolás Condito, Mariela Rodríguez, Natalia Pascale.
Colaboraciones: Voz en off de periodista: Edward “polaco” Nutkiewicz. Voz en
off inicial: Hilda Bernard- Alejandro Awada. Dirección: Jorge Acebo. Asistente
técnico: Marcos Zalazar. Diseño de iluminación: Paula Fraga. Maquillaje: Martín
Caramés. Fotografía: Marcela Adad. Diseño gráfico: Angie Figueroa. Edición de
sonido: Juan Pelliza. Colaboración en trailer: Violeta Diez. Producción: Aleteo
de mariposa. Prensa y comunicación: Marisol Cambre. Teatro Payró.
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