Acepto el lenguaje del actor, su dramaturgia pero
también les presto mucha atención a momentos que no son los que un actor llama
los momentos del laburo. Esos momentos que no están necesariamente en los
ensayos, sino en otros contextos. Y esto el actor suele no valorarlo. El
lenguaje de una obra puede estar disperso por todas partes, incluso en el lugar
menos imaginado: paseando o tomando mate con amigos
(A. Acobino)
(A. Acobino)
Alejandro Acobino
escribe Continente Viril y la presenta
al concurso de “Nueva Dramaturgia” Germán Rozenmacher1;
luego de premiada va a formar parte de una edición de Libros del Rojas, en su
versión trilingüe, castellano, inglés y francés. Como se afirmaba entonces para
facilitar la difusión de las piezas argentinas en contextos internacionales. La
década del noventa había producido una pléyade de dramaturgos que buscaban en la
expresión teatral una experimentación desde la forma que leída desde hoy se nos
presenta como una posición de carácter político más allá de un discurso que
parecía entonces no comprometido con lo social; entre ellos Alejandro Acobino,
que había formado parte del ya legendario grupo el Caraja-jí. Sin embargo, la
escritura de Acobino en esta obra dramática aborda sin metáfora ni rodeos, una
sucesión de temáticas que parecían poco
abordadas desde ese lugar. El desplazamiento de los militares del proceso, la
defensa de la nacionalidad en las frías tierras antárticas, la guerra de
Malvinas, y la guerra más oscura entre dos tipos de identidades opuestas, la de
la obediencia debida, y la de defensa de la libre expresión; militares y
científicos. La puesta bajo la dirección de Virginia Lombardo respeta el texto
de Acobino hasta la última palabra, recreando junto al autor, el contexto que
los estertores de la década del noventa había dejado y los traumas que habían
constituido en ella a toda una sociedad2.
Continente Viril expone en cada uno
de sus personajes las bajezas que los identifican de acuerdo a su función
social; en cada uno aparece como rasgo distintivo: el solipsismo que nos hace
una sociedad atomizada, dividida según intereses que aunque parezcan prioritarios
para todos, guardan razones inconfesables. Si bien el contexto hoy es otro, en
cuanto a la información y el lugar que ocupa la defensa de los derechos humanos
y los militares, no deja de tener vigencia, su despiadada muestra de la soledad
social que nos aborda, ante la lucha que se establece en todos los estamentos,
de la persecución de intereses personales; la indiferencia, y la supervivencia
por sobre todas las cosas como un leit –motiv recurrente. Nos cuesta mucho
como conjunto social pensar en un ‘nosotros’ inclusivo, que no excluya al
diferente dentro de un proyecto común; producto de nuestra posmodernidad indi-
gente como afirma Jorge Dotti3. El miedo
a formar parte de un colectivo nos lleva a exacerbar nuestra individualidad;
que además se niega a sí misma. La obediencia debida y la idea de una
nacionalidad para pocos se filtran en el dispositivo escénico, pues con algunos
elementos crea el especial ambiente, árido y frío, que necesita la represión y las bajas
temperaturas. Con viejos trastos, como residuos de un tiempo pasado que ha
queda suspendido en la gélida noche polar y en nuestra memoria colectiva. Al
inicio solo hay una simple gotera en el medio del espacio lúdico pero con el
desarrollo de la acción dramática se irá multiplicando. Quizá para dar cuenta
de una forma de tortura psicológica: la gota de agua, aunque también está
presente otra forma de tortura física: la temida picana. A modo de contrapunto,
el juego de truco o la transmisión radial es un respiro para el espectador y, de
este modo, entre momentos de tensión y de humor se van construyendo el relato. Tal
vez si la duración real de la obra fuera menor ganaría en intensidad. Las actuaciones
con algunos altibajos pero con un sargento que con su gestualidad le agrega
algo de calidez a la historia, porque acaso formó parte de aquellos hombres que
hicieron la conscripción cuando otro remedio no les quedaba. Pero que al mismo
tiempo guarda una sumisión de clase que lo hace obedecer como único modo de
supervivencia en ese mundo de verticalismo extremo, donde las órdenes se ejecutan
no se discuten. Labil surco entre el acatamiento al deber y la tranquilidad de
no ser totalmente responsable de los acontecimientos, donde la variable ausente
es la libertad responsable. Un universo violento y oculto, donde el poder lo
tiene el menos capaz; cuatro hombres y una lamentable realidad: la dictadura
cívico militar llegó hasta los confines de nuestro territorio.
Continente viril de Alejandro Acobino. Elenco: Sebastián Dartayete, Pablo García, Gustavo Castellano, Santiago Rodríguez. Música: Mariano Cossa. Escenografía y vestuario: Lucila Rojo. Iluminación: Brenda Bianco. Diseño de movimiento: Federico Howard. Producción: El elenco. Prensa: Tehagolaprensa. Gráfica: Verónica Rodríguez. Asistente: José Mancera. Dirección: Virginia Lombardo. Teatro: Belisario/ Club de Cultura.
1 “A 30 años de la muerte de Rozenmacher (1936/1971) y co-organizado por el Festival Internacional y el Centro Cultural Rector Ricardo Rojas de la Universidad de Buenos Aires, el premio ha sido concursado por segunda vez, con excelente resultado” (solapa de la edición del Rojas) El jurado que le otorgara el segundo premio, el primero fue obtenido por Sergio Boris con su pieza El sabor de la derrota, estaba integrado por Jorge Dubatti, Mauricio Kartun y Daniel Veronese.
2 En la puesta que llevaron adelante Los Macocos en
2004, dirigida por Javier Rama, a diferencia del texto de Acobino el científico
es abandonado en la nieve para que muera congelado, los papeles de su
descubrimiento se los entrega al empleado administrativo, Perrupato, pero éste
los tira a la basura y el coronel Meléndez es liberado y asiste al teatro, es
decir, se refugia en la platea para confundirse con los otros espectadores. La
semántica de la puesta daba cuenta de la desilusión que habían producido no
sólo la ley del indulto, sino además de
la complicidad civil que guarda entre sus filas al coronel prófugo.
3 «el individuo es esta simple apariencia, sin
que sea necesario ni conve-niente postular, por detrás de tal presencia
efímera, ninguna subjetividad sustancial identidad' constitutiva. La
sociabilidad posmoderna se constituye así como simulacro, como artificialidad
que prescinde de sustentaciones esencialistas.» (Jorge Dotti)
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