miércoles, mayo 08, 2013

Hoy debuta la finada de Patricia Zangaro



Patricia Zangaro escribe la textualidad dramática de la obra en 1988, y era en ese momento la primera de una larga lista de piezas teatrales que llevarían su nombre hasta la fecha. “Antes había escrito algunos borradores y una pieza de teatro infantil. Pero a partir de este texto, que concebí en el taller de Mauricio Kartun, empecé a preguntarme seriamente si mi pasión por el teatro se orientaría hacia la dramaturgia en lugar de la actuación”. En aquellos años, el campo cultural teatral buscaba otros procedimientos de expresión que alejaran la escritura del realismo – naturalismo que había conquistado el centro de la atención, sobre todo luego de Teatro Abierto 81. La autora entonces a través de la parodia a los mitos nacionales, como también Bartis – Audivert en Postales argentinas (1989)1, recurre en una mezcla de homenaje al sainete inmoral y de crítica a las relaciones familiares y a la amistad tan cara para el universo tanguero, y produce un texto atravesado por una mirada de género, donde la mujer vuelve a revivir su lugar de objeto de deseo, función que cumplía el personaje femenino en el género chico. Con técnicas de actuación que provienen de la maquietta y elementos de animalización de los personajes que recuerdan al grotesco criollo, los actores con muy buenas actuaciones construyen de la mano de María José Gabín sus personajes desde la exterioridad, y como marionetas trabajan un cuerpo en desequilibrio que ofrece al espectador una presencia en algunos tempos cargada de patetismo. La animalización que encarna Luis Campo, Pascual, padre de Rosita, se mueve entre el Don Chicho (1933) de Alberto Novión y el Saverio de El Organito (1925) de Armando y Enrique Discépolo, en sus rasgos de inmoralidad y la tenacidad de sostener una situación que todos ven como imposible; utilizando una máscara que esconde tras el recuerdo de Catalina, la esposa muerta, sentimientos complejos de amor / odio hacia su hija. Rosita de la mano de Laura Ortigoza, es la víctima necesaria para que ese padre incestuoso reviva la figura de la madre ausente, de quien ella carga la culpa de haberla sustituido al nacer. El amor imposible, entre ella y Virola, Marcos Montes, se anticipa en su lectura de las novelas semanales, donde el melodrama les prometía a las jóvenes amores sublimes. El tango y su sensualidad hacen su presencia en escena, cuando como una muñeca la hija es “abrazada” por todos en un juego perverso. Con un defecto que hace una caricatura  su desplazamiento como parteneir de baile, sus pasos transgreden una coreografía ideada por Camila Villamil, para poner en abismo la debilidad y el desamparo del personaje. Rosita, deseada no tanto por ella como por el recuerdo de la otra, la finada Catalina, a quien todos adoran en la distancia de su ausencia, sólo se rebela de su destino de “suplente” cuando acepta el amor de Virola, y cuando finalmente sentada al piano demuestra que ella no sabe de una música que tampoco le gusta. Pero su rechazo es débil, cuando la decisión es la huida. El personaje del “morocho”, Claudio Martínez Bel, es un muy buen trabajo actoral, cuerpo, voz y gestualidad, de la parodia del fracaso de aquellos que intentaban ser el vivo retrato, hasta en la relación con la madre buena, del otro, del célebre, de aquel que cada día canta mejor. El resto de los personajes, coro indispensable para circundar la tensión dramática, tiene también un brillante desempeño, distribuidos por la dirección entre las butacas de la primera fila de la platea, y en una actitud que sin caja a la italiana permite a los personajes hacer mutis por el foro. La espacialización entonces queda dividida en tres niveles diferentes: la habitación de Rosita, con una ventana que abre la intriga a la extraescena, arriba; el salón de baile, donde están las sillas y el piano, locus donde transcurren la mayoría de las acciones y al mismo nivel pero rompiendo la cuarta pared la platea, donde los personajes aguardan su momento, entran y salen. El vestuario de Cecilia Zuvialde, quien también es responsable de la escenografía, anacrónico para el tiempo del enunciado es funcional a la intriga ya que en ese revival del lugar organizado por Pascual, todo debe recordar a las veladas tangueras de cuarenta años atrás. Un párrafo aparte para la escenografía, que desde su propuesta antinaturalista profundiza la propuesta paródica del texto. La iluminación de Gonzalo Córdova, propone los climas y consigue efectos de friso, sobre todo en la secuencia que la orquesta queda detenida, suspendida por un instante. Querer detener el tiempo, obligar a la joven a seguir con la música y los procedimientos de un universo otro, es el mensaje subliminal de un texto que buscaba construir una textualidad diferente, aunque apelara a una tradición de teatro popular en sus procedimientos teatralistas. El arte se debe a su época, y los artistas en todas las disciplinas expresan una realidad que les es propia, afirmación que desde su personaje hace Rascato, César Bordón, quien fiel a los gustos de los jóvenes del hoy de la enunciación, en su local, pasa rock y video clips y se niega a seguir en el juego macabro ideado por ese amigo detenido en el tiempo. El personaje del hombre viejo, que huele a podrido, porque se le pega el olor de las flores de los muertos, que viene a divertirse y no encuentra cómo en un imaginario que no le gusta, simboliza la muerte de ese universo artístico decadente donde a todos ya les ha pasado su cuarto de hora.  Patricia Zangaro redobla la apuesta cuando propone que ante el deseo de “volver” la respuesta es la ausencia de público, es decir, dejándole el juicio crítico, la justicia poética del texto aquel que no siempre esta suficientemente valorizado, el espectador. Es él con su inasistencia quien va a dar a los sueños de Pascual la estocada final. Un texto que potencia la parodia como procedimiento dramático, y dialoga con la relación entre el arte y el espectador; mientras pone en abismo nuestra imposibilidad de superar un pasado que sólo existe en lo mítico. Una puesta de lectura  inteligente de María José Gabín, que logra la exaltación del imaginario textual y consigue que los actores construyan con pregnancia escénica sus personajes, transitando con sensibilidad el difícil límite entre la risa y el llanto.
 



Hoy debuta la finada de Patricia Zangaro2. Elenco: Laura Ortigoza, Eduardo Bertoglio, Luis Campos, Marcos Montes, Claudio Martínez Bel, Carlos Kaspar, Silvia Baylé, César Bordón. Producción TNC: Daniela Szlak. Fotografía: Mauricio Cáceres. Diseño gráfico: Verónica Duh. Asistencia de dirección: Mónica Quevedo. Artista plástica: Alejandra Fenochio. Música: Federico Marrale. Coreografía: Camila Villamil. Diseño de Iluminación: Gonzalo Córdova. Diseño de vestuario y escenografía: Cecilia Zuvialde. Asistencia de vestuario y escenografía: Agustina Filipini. Dirección musical: Federico Marrale. Dirección: María José Gabin. Teatro Nacional Cervantes: Sala Orestes Caviglia.













1 María José Gabín en la exitosa puesta de Bartis /Audivert, dirigida por Alberto Ure, llevaba adelante el personaje de la madre de Héctor Girardi el poeta del tango. La puesta también desde la parodia y atravesada por géneros diversos desde el sainete hasta el narrativo de la ciencia ficción, desacralizaba la figura materna, de la madre buena y sacrificada, totalmente asexuada que proponía el imaginario tanguero.



2 Patricia Zangaro (Buenos Aires, 1958) es dramaturga. Egresada de la Escuela Municipal de Arte Dramático, continuó más tarde su formación con Osvaldo Dragún, Mauricio Kartun y José Sanchis Sinisterra. Estrenó, entre otras obras : Hoy debuta la finada (1988), Pascua rea (1991), Por un reino (1993), Auto de fe... entre bambalinas (1996), Ultima luna (Nîmes, Francia, 1998), Náuseas y Variaciones en blue (1999), A propósito de la duda (2000), Las razones del bosque (2002).Como dramaturgista, trabajó para el Teatro Municipal Gral. San Martín y el Teatro Nacional Cervantes en las versiones de: Las visiones de Simone Machard de Brecht (1997) y Shylock, El mercader de Venecia (1999), ambas con dirección de Robert Sturua, La Tempestad (dirección de Lluís Pasqual, 2000), Don Chicho de Alberto Novión (dirección de Leonor Manso, 2003), etc Ha recibido los siguientes premios: Primer Premio Municipal (1986/88), Leónidas Barletta (1991 y 1996), Trinidad Guevara (1996), Pepino el 88 (1995/96), entre otros.


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