miércoles, mayo 08, 2013

El nido de hierro de Ariel Amestoy


La textualidad de Amestoy en El nido de hierro, es un alegato contra la guerra, la primera gran conflagración mundial, donde están ubicadas las acciones y contra todo posible enfrentamiento entre los hombres. Lo absurdo de un mundo detenido por el horror y la muerte, la brutalidad y la falta de racionalidad de los hechos, el abismo que se abre ante la mirada desconcertada de la vida común que no atina a ser ella misma atravesada por la desesperación, son algunos de las circunstancias a los que la puesta dirigida por Emilio Urdapilleta enfrenta al espectador entre el horror y el humor. Del orden de una armonización tradicional, que si bien produce movilidad en sus personajes, sobre todo los femeninos, la pieza transcurre con un punto de vista que pasa por el valor perlocutorio de la palabra, creyendo firmemente que la verdad revelada de la sinrazón, podrá detener en el presente o en un futuro no muy lejano cualquier atisbo de contienda. Los seis personajes femeninos sobreviven entre los bombardeos que se escuchan a lo lejos pero que se acercan peligrosamente deteriorando no sólo el espacio sino su posibilidad de vida. El espectador al ingresar a la sala siente la opresión de esa percusión inconfundible que son la descarga de una batería, o el tronar de los cañones. Música atonal que lo ubica en tiempo y espacio y va creando un clima de incomodidad partícipe. Sin embargo, las seis mujeres intentan continuar con la cotidianidad de su trabajo con normalidad, sólo interrumpida por sus propios comentarios que inestabilizan ese mundo construido. Las instancias se rompen con la llegada de los personajes masculinos, los cuatro soldados que traen consigo una carga que va más allá de cualquier sorpresa posible; y entonces la trama debería cambiar de sentido. El cuerpo del soldado muerto, víctima y victimario de su tiempo, es la evidencia más efectiva para romper con el encantamiento de sostener el mundo cerrado del taller de costura. Pero su posible efectividad no se sostiene porque no logran la intensidad necesaria, quizá porque el desarrollo dramático pareciera tener un quiebre o fisura a partir de la llegada de los soldados, quienes irrumpen en el mundo femenino construido hasta ese momento y dilatando el relato. La utilización del amplio espacio escénico permite el desplazamiento de los personajes, en primer lugar, a partir de una delimitación casi circular, tal vez para proteger a estas jóvenes mujeres del espacio virtual representado: la jornada laboral y el intento de sobrevivir a pesar de todo. Pero luego, con la presencia masculina, ese mismo espacio lúdico se expande y es utilizado con numerosas entradas y salidas, el exterior invade más allá de lo previsible: las armas y los gritos construyen la temida “trinchera” puertas a dentro. Nada queda de la suavidad de las telas mientras el universo femenino de deshilacha; las buenas actuaciones con algunos altibajos construyen un momento de ese clima amenazante que se vivió durante la Gran Guerra, la que fue de 1914 a 1918, y puso a la “ciencia”, el Dios positivista de la época, no a favor de la grandeza de la raza humana, sino en la constructora de las herramientas para su destrucción, provocando de esta manera la gran desazón e incertidumbre que aún hoy nos comprime.   
 








El nido de hierro de Ariel Amestoy. Elenco: Verónica Amezola, Natalia Arandiga, Lucas Bacchia, Natalia Cavallaro, Matías Horacio Giménez, Juliana Guerín, Marisu Papaleo, Jerónimo Reig, Sebastián Stanicio, Sabrina Tomasín. Diseño y realización de escenografía y vestuario: Victoria Hirschmann. Diseño gráfico: Juan Martín Viale. Producción ejecutiva y asistencia general: Martín Savi, Tomás Reyes Anderson, Valeria Curci. Producción general: Neqktarea producciones. Dirección y puesta en escena: Emilio Urdapilleta. Teatro IFT.

















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