viernes, mayo 31, 2013

El hijo del fin del mundo de Lautaro Metral


Un dispositivo escénico de metal, casa – balsa, que se va movilizando según las acciones, se cierra y se despliega en un juego que acompaña además los claros y oscuros de la iluminación y donde los personajes realizan un viaje que bien podríamos definir de iniciación. Una historia de pérdida y encuentro, un niño que se pierde para reencontrarse luego con su hermano a través de un relato encerrado en un libro que aún conserva una página en blanco, la necesaria para llevar a cabo de nuevo la vida, una nueva epifanía. Un lenguaje poético que narra desde la voz y el canto la historia, mientras los personajes se desdoblan, juegan a ser otros, piezas movidas de un ajedrez, o a suerte y verdad en un truco de primaria factura. La teatralidad es forma y tema, y ante el doble discurso narrativo aparece el personaje que se dirige al espectador para unir los cuadros que casi autónomamente se van desplegando ante el público. Una perfomance que desde el vestuario, el clima y la temática; un permanente interrogatorio metafísico sobre el sentido de la vida y el teatro, reproduce la impronta de una poética expresionista que presenta al principio una vorágine confusa que luego se va mostrando como quien desenvuelve una espiral desde el centro hacia los márgenes; repitiendo algunas veces en el recorrido igual pero diferente aquello que se quiere dejar grabado en los otros. La música en escena enriquece el cuadro dramático, y las actuaciones con sus coreografías van delineando hacia el final el perfil de los personajes, que en un primer momento cuesta develar. La figura del dramaturgista que se ha hecho casi tradición en el campo teatral en los últimos quince años, produce por un lado una integridad de los signos y sus significantes que resuelven de forma unívoca una semántica que aunque a veces no aparezca clara al espectador tiene una línea de sentido. Sin embargo, la suma de las funciones en una sola figura corre el riesgo muchas veces de producir una cinta de moebius en donde el público no consigue ingresar del todo. Es lo que sucede al principio de la puesta, que Metral subsana con el personaje narrador que va, consulta previa a la platea, uniendo los lazos con su discurso, y que sin él las acciones se presentan como una narración deshilachada. Es justo aclarar, que luego en el correr de la intriga nos vamos incorporando al relato con disfrute, tanto del movimiento de los cuerpos como de las voces y su poesía, de la construcción de ese mundo sobrenatural, pura creación humana. El público mantenía por momentos una relación cómplice con los artistas, que llevaban adelante con precisión el cruce de las distintas disciplinas que componen el género. Una propuesta interesante, tal vez con demasiados signos a decodificar.








El hijo del fin del mundo libro, música y dirección: Lautaro Metral. Elenco: Renzo Morelli, Lionel Arostegui, Marta Mediavilla y Leandro Bassano. Músicos: David Sosa, Andrea Sosa, Florencia Vázquez. Coreografías: Fernanda Provenzano. Dirección musical y arreglos: David Sosa. Asistente de dirección: Lionel Arostegui. Escenografía: María Eugenia Brandulo. Asistente de escenografía: Lucila Rojo. Stage Manger: Lucila Rojo. Diseño de luces: Yamil Chapa. Diseño de sonido: Iván Mazzieri. Fotografía y diseño gráfico: fuentes2fernandez. Prensa: Circular Prensa. Producción ejecutiva: Maxi Banfield. Teatro: El Vitral.













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