Con el sonido de la
cumbia villera ingresamos al espacio del Teatro del Abasto para ser testigos
del nacimiento de una nueva forma de realismo que construye sus procedimientos
con algunos de los ya empleados en uno de los géneros que más nos representan:
el grotesco criollo. Dos elementos para destacar, uno que tiene que ver con lo
semántico y otro que procede de la forma. El primero, los materiales con los
cuales el dramaturgo construye sus personajes se encuentran en el conurbano, una
geografía y una temática poco transitada por nuestros autores, que
habitualmente prefieren la problemática de la clase media y sus conflictos;
Lázaro ubica la intriga en una de sus
villas, representativa de muchos otros habitat. El segundo, es proceder con esos
materiales a crear criaturas verosímiles que no tienen una mirada dividida
entre buenos y malos sino que exponen con crudeza sus vidas en el recorte
efectuado por el grupo, Teatro a tres Velas1,
luego de una exhaustiva investigación. Personajes que develan una vida difícil,
compleja, a veces hasta absurda desde nuestra propia mirada de espectadores
cómodos en nuestras butacas, pero es la pueden llevar en busca de las
soluciones a todos los obstáculos que se empeñan en dificultarles el diario
vivir. Porque de eso se trata, de preguntarnos a nosotros mismos ¿qué haríamos
cuando el mundo es un cúmulo de problemas y las posibilidades no son siempre
las que se desean? ¿Cuándo no contamos con los recursos necesarios para
enfrentar un universo hostil? La puesta tiene la virtud de transferir la
máscara2 propia del grotesco al público, ya que
al enfrentarnos con una realidad que no queremos mirar, que no sabemos
comprender, que preferimos ignorar, nos obliga a enfrentarnos y desnudar nuestra propia hipocresía, y nos
lleva esta vez a ser nosotros los cargados de patetismo, ante nuestra confusión
y malestar. Con una construcción alejada de lo psicológico, que cree en
lenguaje del cuerpo más que en el discurso lineal, que no presenta una fábula
central sino las relaciones de los personajes cargadas de violencia física o
verbal, casi sin afectividad, con
pequeños raccontos que dibujan el pasado de carencias, con la recuperación de
un lenguaje duro pero verdadero, con la ruptura de la cuarta pared, desde los
monólogos que inician el relato, dando cuenta en ese corte que todos son
protagonistas de su propia historia3; Yoska
Lázaro y el grupo de actores van elaborando un tejido, una tela de araña que
parece indestructible. Como la pieza no presenta juicios de valor, tampoco se
jacta de dar soluciones, o de pontificar desde el escenario. Simplemente quiere
que veamos lo que nos negamos a ver, por miedo, comodidad, ignorancia o
egoísmo. Situaciones cotidianas de seres marginales, que nos rozan con su
presencia pero que creemos que alcanza con cerrar los ojos para que
desaparezcan. Seres que nos incomodan pero que no advertimos que son nuestros
chivos expiatorios, la punta del iceberg de nuestras miserias, y no sólo las que
se refieren al dinero. Un nuevo Roberto Arlt que apuesta al hiperrealismo, o un
neo-grotesco, -de todas maneras las definiciones no son tan necesarias-, que
busca comprender sin calificaciones ni moralejas. Los actores construyen sus
personajes desde la búsqueda de una lengua propia, con una corporalidad que
también ofrece desde todos los signos posibles un lenguaje a decodificar, sus
trabajos son excelentes, precisos y cada uno de ellos, guardan para sí, la
impronta de una búsqueda intensa de composición. La textualidad es el resultado
de la misma, un corte en el devenir de las situaciones posibles, sin la
pretensión de abarcar un todo que por su realidad se escapa entre las manos de
quien quiera capturarlo. Para ello, cuenta con un interesante trabajo en la
espacialización que se expande hacia la extraescena, que no deja de sumar
significantes, y para la platea a quien hostiga desde la palabra; con la
impronta de la iluminación que consigue darle el color de la sordidez que se
enuncia y una escenografía y un vestuario que no sólo pretende ser una
constatación naturalista. Vago es un
corte, un relato de instantáneas que sin embargo no se queda en la imagen sino
que profundiza su mirada para descubrir, si se pudiera, la otra cara de lo
aparente.
http://www.teatrodelabasto.com/
1 Teatro a tres velas es un grupo
teatral dirigido por el director, autor
y actor Yoska Lázaro, que nació en el 2007. Trabaja temáticas sociales e
históricas de nuestro país, como la dictadura militar, la identidad, la
marginación, la pobreza y la lucha por sobrellevar la realidad; dentro de los trabajos de la compañía se
encuentran El ingenio de los obrantes
(2007), Los errores de Noé (2009/2011), Filigranas sobre la piel (2009), Todas
dirigidas por Yoska Lázaro. En el 2012, el grupo invitado al Primer Festival
Internacional de Brecht con una puesta sobre Santa Juana de los Mataderos. Estuvo invitado al evento 12.12.12.
que organiza el Centro Cultural Español en Buenos Aires, con la obra Una pieza menor, también de Yoska
Lázaro, Teatro a tres velas, en el año 2013, presenta Vago, donde reafirma su
teatralidad referente a lo social.
2 En el grotesco criollo el sujeto de
la acción lleva una máscara social que le permite transitar su vida sin darse
cuenta de quienes son los otros y quien es él en realidad. Cuando ésta cae con
la ayuda de otro personaje que lo expone a la cruda realidad el personaje
muestra su estado patético y la inutilidad de sus gestos. La verdad descubierta
lo enfrenta a sí mismo y a su entorno por primera vez. Así Vago enfrenta a un espectador a quien busca hacer reaccionar y reflexionar con una realidad que no quiere
ver, y lo obliga a dejar caer la máscara que lo cubre para saber por fin sus
propias contradicciones.
3 Los monólogos que inician la puesta e
interpelan al espectador, más el flash – forward que el personaje de Camacho hace de su propio
final, tienen también una línea de procedencia con el realismo épico y su
densidad narrativa.
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