“Que la casa se queme,
pero que el humo no salga por la chimenea”
pero que el humo no salga por la chimenea”
(refrán
popular)
Desde un hiperrealismo con toques de humor negro, ironía y sarcasmo el
dramaturgo García Alonso1 lleva
adelante una textualidad que encierra una sátira feroz a los valores intocables
de la clase media rioplatense, en la década del setenta. Sin embargo, nada
resulta anacrónico; a pesar de que la puesta situó ya desde el vestuario a los
personajes en aquellos años; porque la
potencia del texto resulta de la vigencia de su temática. La parodia hacia
principios incuestionables como: la propiedad privada, la decencia, la
virginidad, la fe, son heridas de muerte
por la escritura del autor; y en su herida profunda asoman: la infidelidad, la
infelicidad, la traición, el maltrato a los mayores – tema recurrente desde Esperando la carroza2(1962)
de Jacobo Langsner -, la violencia de
género, el machismo, el incesto o las relaciones filiales que lo sobrevuelan y
el egoísmo propio de una clase que se miente a sí misma y no quiere hacerse
cargo de su verdadero rostro. Un festejo que se convierte en otro cuando
aparece el afuera en el personaje de Aguirre, que sólo quiere estar sentado en
el banquete a donde nadie lo invita jamás. De un desclasado, a un contexto
orgulloso de su estirpe de medianía, el diálogo se torna casi imposible, porque
no se entienden aunque hablen el mismo idioma. El ingreso de lo Otro, que
reclama sus derechos, y un lugar en el mundo, desestabiliza el precario orden
familiar, que se sostiene porque todos mienten y se mienten cuando se miran al
espejo. La familia como unidad central de la sociedad, occidental y cristiana,
que se mantiene unida a través del doble discurso, uno para el afuera, “¡que
escuchan los vecinos!” y otro el que se pierde entre los pliegues de su
cobardía, es centro de atención para nuestros dramaturgos desde Florencio
Sánchez en adelante. A pesar de la risa, lo inquietante de esta textualidad y
de la puesta de Villanueva Cosse, es que logra como espectadores, que cuando
abandonamos la sala, no nos quede más remedio que admitir que pasaron los años
pero no hemos cambiado demasiado, en síntesis, no hemos aprendido nada como
sociedad, a pesar de los duros golpes que hemos recibido. La casa como refugio
y cárcel, está simbolizada en la llave que protege y aísla. Las muy buenas
actuaciones, logran en la armonización que la dirección propone, la risa y
luego la reflexión inmediata ante las secuencias que se suceden con fluidez. La
disposición espacial no sólo ilustra sino que es funcional a los movimientos
coreográficos que llevan adelante los personajes, en sus idas y venidas por la
sala donde se viven y se narran todos los acontecimientos. Casa / Sala /Bunker,
que nos permite todos los excesos, siempre y cuando queden debajo de la
alfombra. Las relaciones tensas entre las tres mujeres, desvían su atención del
pater noster familiar, a la figura masculina que ingresa al círculo vicioso en
el que viven. Tres generaciones que presentan cada una sus propias ambiciones,
y que tienen en el personaje de la madre, Clotilde, el fusible que provoca la
necesidad de cambio, y en su hija María Esther la mecha que hará que todo
finalmente estalle en pedazos; mientras Micaela, la abuela, sostiene un
universo destruido hace tiempo ya. El humor es una herramienta eficaz cuando se
trata de tocar temáticas que encierran una mirada aguda sobre las debilidades
de ese espectador implícito a quien el autor imagina como su destinatario. La
puesta es una lectura que respeta la textualidad dramática y su tiempo de
enunciado pero que deja abierta la puerta para una mirada presente que
interpela al público asistente y lo enfrenta a la actitud egoísta y pobre que
como sociedad tenemos sobre el otro.
1 El director
Villanueva Cosse dirigió en Montevideo la pieza antes de su llegada a Buenos
Aires, como también la pieza Cositas mías
de García Alonso en el marco de
Teatro Abierto 81.
Muy buena.
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