Y yo me
iré, / Se quedaran los pájaros/cantando.
Y yo me
iré, /Me iré y me quedaré.
Me
quedaré en los pájaros, / cantando.
(Exorcismos, I. Bordelois)
(Exorcismos, I. Bordelois)
La profundidad de
la noche que se hace eterna cuando el sueño no llega con su dulce olvido, es la
propuesta que nos inicia en un espectáculo que repara la herida que produce la
falta de sueño a partir de llenar con imágenes conscientes, el tiempo que
deberían ocupar aquellas, que deberían aparecer en la morbidez de la noche. Una
actriz, Malala González que además canta muy bien; nos lleva de la mano de la
poesía a recuperar una imagen femenina, que construye en el intervalo que la
lleve al día siguiente, una historia de amor con variaciones; pero no lo hace
sola sino con la compañía de la música que compuso para la puesta Gustavo
Twardy, síntesis perfecta entre el sonido y la voz, entre las notas musicales y
las palabras. Las palabras que se tejen en armonía exacta y que nos atraviesan
en un rumor de sensaciones junto a la plasticidad del cuerpo de la actriz Una
labor escénica cuidada bajo la dirección de Alfredo Martín, quien también se
encarga de la Iluminación
junto a Alejandro Alonso, artífice por otra parte de la funcionalidad y
sutileza de la escenografía. El complejo universo femenino en relación al
hombre y al amor, la soledad, la ansiedad por darse al otro en cuerpo y alma;
la afirmación de ser una en su integridad, son tópicos que van construyendo un
relato que alcanza hasta el amanecer, cuando los fantasmas de humo se escapan
por las líneas de luz y la vida comienza en un presente prometedor:
Asómate a esta
fúlgida ventana
Por tu dicha
adornada. Ya el dolor
Se marchitó como
una larga flor
Cuya sabiduría al
fin te sana
Al disolverse
porque se convierte
En polvo, en
ilusión, en otra
Suerte.
Rezan los versos de Silvina Ocampo. Luz y
sombra, en las voces de la actriz y en la de las palabras de la poetizas que
esta recorre con sensibilidad: Pizarnik, Storni, Di Giorgio, Thenón, Bordelois,
Becciú, Gastaldi, Ibarbourou. Oración
profunda, profunda letanía que llega hasta el alma del espectador que se
mantiene expectante como ante un encantamiento. Esa fusión acabada de los distintos
soportes -música, poesía y teatro- permite que el relato se vaya construyendo
de manera onírica y fluida. El encadenamiento poético de los diferentes estilos
no tiene sobresaltos – da cuenta del conocimiento de las poetisas- y permite
disfrutar de los distintos climas, de vivencias muy intimas y, sobre todo, muy
femeninas. Otro acierto de la puesta en escena es la elección del vestuario,
las opciones tanto en la textura y como en el color de cada deshabillé
plantea también ese mundo femenino donde el límite entre lo infantil y la
seducción nunca esta claro, un juego permanente quizá más inconsciente de lo
que normalmente se cree. Límite poroso que se subraya además desde el
dispositivo escénico. Todo confluye para cerrar el círculo perfecto, círculo vital
e inacabado, mientras la actriz con profesionalismo va sugiriendo – con su voz,
sus tonos y su gestualidad- en cada desplazamiento una de las tantas aristas de
las féminas. Poesía para construir un devenir particular, poesía para sonreír y
quizás para lagrimear, poesía escrita que nos llevaremos al terminar la obra a
modo de un souvenir como un programa de mano, poesía para recordar.
Dirán que fue la noche. Elenco: actriz /
cantante: Malala González. Piano: Gustavo Twardy. Música original: Gustavo
Twardy. Escenografía: Alejandro Alonso. Iluminación: Alejandro Alonso y Alfredo
Martín. Operadora de luces: Silvana Fernández. Vestuario: Ana Revello.
Asesoramiento artístico: Marcelo Bucossi. Puesta en escena y dirección: Alfredo
Martín.
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