En medio de un
escenario vacío, cuyo único ornamento es una bandera Armenia, se recorta la
figura de Osvaldo Bayer quien desde su profundo conocimiento sobre la violación
sistemática de los derechos humanos, en el territorio inabarcable del planeta
que habitamos, nos lleva por un recorrido de tinieblas donde lo peor de
nuestros miedos se hace presente para dar cuenta no sólo del temor que habita a
las víctimas sino de aquél que produce la violencia sobre el otro, el temor al
diferente, y la necesidad de no verlo como una criatura semejante, de desconocerlo en su condición de ser vivo.
La violencia que el victimario, del signo que sea, hace sobre sus víctimas
necesita para cumplir con su cometido de la cosificación de los cuerpos. Por
eso, lo primero que se lleva adelante es el borramiento de su identidad, para
luego atravesarlos como esos objetos indeseables que representan el obstáculo
primario a sus deseos de apropiación y afirmación de un sentido único. Visión
mezquina y egoísta de un mundo pequeño, ya que lo es en la medida de su mirada
oblicua; mirada que les permite llevar adelante sus pretensiones de poder.
Armenios, judíos, palestinos, argentinos, wichi, mapuches, entre muchos otros,
son integrantes de ese destino que nos avergüenza en nuestra condición humana,
y nos hace sentirnos involucrados más allá de las lenguas y las fronteras.
Luego Daniel Ritto, en la piel del periodista Hrant Dink, en un estilo
declamatorio que recuerda el teatro anarquista con su fuerza perlocutoria y su
interpelación al público, nos relata desde la anécdota casi cotidiana de su
vida familiar y su temprana rebeldía, los motivos de un asesinato doble al periodista
y al armenio, crimen que buscó borrar no sólo el cuerpo sino la memoria
colectiva sobre el genocidio[2]
que el periodista defendía, ya que la negación de su realidad concreta lleva
adelante en un continuum eterno aquel crimen de lesa humanidad. Borrar la
memoria es matar dos veces a las víctimas, es invisibilizar no sólo su muerte
sino su propia existencia. No es tarea fácil darle la espesura a semejante figura:
la fuerza vital del cronista y su compromiso por mantener viva la memoria emerge
en cada palabra y en cada silencio desde el espacio escénico. El unipersonal
escrito y protagonizado por Ritto tiene su núcleo duro a caballo entre nuestra
historia y la historia armenia. Paralelismo que marcara al inicio el escritor e
historiador Bayer: Hrant Dink tuvo una historia similar a la de nuestro Rodolfo
Walsh[3].
A partir de ahí, los datos históricos se van entrecruzando con cierta cuota de
ficción, quizá en el intento de que la cruel realidad no nos deje sin aliento.
Luchar por los derechos humanos y denunciar el Genocidio perpetrado por el
Estado turco al pueblo armenio que fue invisibilizado a lo largo de casi un
siglo (1915-1923) era la bandera que agitaba Dink. En este evento teatral la
rigurosidad histórica y las fotografías como testimonio inexcusable dejan al
descubierto dos ejes totalmente opuestos. Por un lado, la negación sistemática
del Estado turco de los hechos, amparándose en la acusación de que hablar de la
historia es “insultar la identidad turca” y, por otro, el desafío posterior a
su asesinato, en el 2007, que asumieron distintos organismos y que desde la platea también repetíamos:
“nosotros somos todos Hrant, nosotros somos todos armenios”. El estribillo, la
música y el movimiento del actor como intentando danzar están mediados por
nuestra sensibilidad y pertenencia, tanto individual como colectiva. Entre
muchos otros, Dink, Bayer y Ritto lucharon y luchan por el No olvido y,
necesariamente, nos incorporamos a ese desafío: saldar esa deuda con el atroz
pasado es un compromiso de todas las personas libres.
Hrant Dink, el alegato de la paloma [1] escrita, actuada y dirigida por Daniel Ritto. Asesoramiento histórico y Producción ejecutiva: Eduardo Kozanlián. Diseño gráfico: Pablo Bologna. Iluminación y sonido: Equipo del CCC. Asesoramiento musical: Valeria Cherekian. Asistente de dirección: Elena Maidanik. Fotografías: Alberto M. Soreian. Comunicación visual CCC: Claudio Medín- Estudio M. Prensa: Silvina Pizarro y Carolina Reznik. Centro Cultural de la Cooperación.
https://www.facebook.com/Alberto.Soreian.Photography
http://www.youtube.com/user/newseturismo
[1] Periodista armenio, ciudadano turco, la faceta profesional más conocida fue su condición de redactor del semanario Agos en armenio; columnista y redactor-jefe del mismo desde 1996 hasta su asesinato, medio al que se le considera como la voz de la comunidad armenia. Cuando empezó a escribir en Agos decía querer establecer un puente de unión y comunicación entre los turcos y la comunidad armenia a la que consideraba aislada en el país. Otro de los objetivos del semanario era acercar a ambos estados, Turquía y Armenia, reconociendo los primeros las injusticias cometidas contra el pueblo armenio en el pasado. En 2005 fue condenado por violar el artículo 301 del Código Penal, por «insultar la identidad turca» en un artículo sobre la diáspora armenia. Dink escribió una serie de artículos en los cuales invitó a los armenios de la diáspora a terminar de centrar sus iras en el enfrentamiento con los turcos y a hacerlo en el bienestar de Armenia. http://es.wikipedia.org/wiki/Hrant_Dink
[2] “Al igual que en otras partes del mundo, la colectividad armenia en
Argentina conmemora el 24 de abril, la fecha de inicio del genocidio perpetrado
por el Estado turco, que dejó como saldo más de un 1.500.000 de armenios
asesinados. A través de distintas actividades y movilizaciones se mantiene viva
la memoria de las víctimas. A dos años de cumplirse el centenario, los
descendientes de armenios y sus instituciones son acompañados por
organizaciones políticas, de derechos humanos, intelectuales, periodistas y
amplios sectores de la sociedad en general. Si bien a todos aquellos que
participamos de este tipo de recordatorios nos moviliza el reclamo de justicia,
es necesario reflexionar acerca del sentido que le damos a esta fecha y cuál es
su importancia.” http://www.cna.org.ar/2013/04/23/a-98-anos-del-genocidio-negado/
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