De intensa y
productiva trayectoria como actor, dramaturgo y director, Alfredo Martín
presenta un musical en el cual la estructura narrativa se organiza a partir de
la poesía y de la música. Para ello, acude a autoras latinoamericanas: chilena
(Juana de Ibarbouru), uruguayas (Idea Vilariño y Marosa di Giorio) y argentinas
(Alfonsina Storni, Silvina Ocampo, Susana Thenón y Alejandra Pizarnik) para
transitar, a partir de la voz poética, el insomnio de una mujer que luego de
contar un sinnúmero de ovejas, comienza a exorcizar sus miedos, angustias y
abandonos cantando en medio de la noche hasta que finalmente llega el día, para
sentir que con la luz llega también la esperanza.
El espacio escénico reúne una escenografía realista, un dormitorio: la
cama, la mesita (donde está el teléfono a quien la mujer consulta la hora al
comienzo de la noche y a la llegada del día). Un gran perchero, donde luce un
amplio y variado vestuario. Por fuera de la embocadura del escenario cuelga la jaula
con el canario. Y en el extremo derecho, el piano y el intérprete, de espaldas
al público. ¿Por qué a la vista?, porque es un personaje más, en ese mundo onírico
de la noche y el insomnio resulta casi lógico que la música se corporice porque, la música es
quien sustenta la acción dramática. Los poemas nos llegan a través de la música
y el canto y si alguno “se dice”, ese tránsito de la palabra cantada a la palabra
hablada se llena con otro ritmo, con
otro tono, más íntimo, fascinante, sugerente.
Sin embargo, si bien es cierto que la música está elaborada a partir de
la esencia de lo que el personaje enuncia, y si ese trabajo nos llega, nos
conmueve, porque se percibe en toda su fuerza, no podemos dejar de preguntarnos por qué Twardy
sólo recurrió a la música lírica. Es verdad que la voz de Malala González se
ubica cómodamente en ella pero, alguien musicalmente tan dúctil por qué no recurrió a otros ritmos, por
ejemplo: al tango, la milonga, el bolero … San Telmo, sus calles, una antigua y hermosa
casona reciclada, una sala pequeña, íntima, y por supuesto, la poesía de estas
autoras, latinoamericanas y predominantemente rioplatenses, daba con el tono
justo para que sus problemáticas se cantaran desde esos ritmos ( tan acostumbrados
a los conflictos del alma), en una feliz fusión de la música clásica con la
música popular.
Malala González genera, con sus desplazamientos, su gestualidad y la gran
expresividad de su rostro, un espacio dinámico a partir del cual el espectador percibe imágenes
plenas, que dan “grosor” a la palabra. La actriz da forma a la historia que se
organiza a partir de una excelente selección de poemas, y cuenta cantando: la
soledad de esa mujer, el desamor, la sombra de la muerte, la necesidad de
rearmar su propio yo, de volver a ser, de quererse. Finalmente, con la llegada
del día, el último poema marca la esperanza de un nuevo amanecer. La
interpretación de “Nada” de Alfonsina Storni, en un tono que caricaturiza a la
cantante de ópera y el momento en que desde la cama canta “Me he casado” de
Susana Thenón, marcan, en el caso de la primera, un momento de mucha gracia y
simpatía y en la segunda, la actriz logra transmitir con suma intensidad la
irreverencia de quien está hablando con tanto desparpajo y dolor ante lo que
pudiera haber sido la peligrosa disolución del yo.
Una excelente puesta que concreta el placer que produce la poesía cuando
viene de la mano de dos grandes intérpretes que conjugan felizmente actuación y
música.
Dirán
que fue la noche. La Scala de San Telmo, Pasaje Giuffra 371 (alt.
Defensa al 800). Reservas 4362-1187.
Funciones: Domingos 18 hs. Elenco: Actriz/Cantante: Malala
González. Piano: Gustavo Twardy. Música original: Gustavo
Twardy. Escenografía: Alejandro
Alonso. Iluminación: Alejandro
Alonso y Alfredo Martín. Operadora de
luces: Silvana Fernández. Vestuario:
Ana Revello. Asesoramiento artístico:
Marcelo Bucossi. Puesta en escena y
dirección: Alfredo Martín.
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