miércoles, septiembre 11, 2013

Blasfemia de Vicente Zito Lema



¿…Todo el furor del alma herida /calmará la hiel de la garganta?

¿Alcanza un grito? ¿Qué has hecho Dios / con estos pobres cuerpos tuyos…?


Nada de lo que podamos decir puede dar cuenta de las sensaciones en el cuerpo que la puesta dirigida por Zunilda Roldán1 e interpretada por Claudia Cárpena2 nos produjo. Hubo junto al fuerte texto de Zito Lema3 una conjunción que reunió la excelencia de una sincronía de elementos. La dirección logró explorar toda la maravillosa sensibilidad de la actriz, que se transformaba en cada nuevo movimiento y nos transformaba atravesando con su decir y hacer nuestros cuerpos sujetos a su voz. Blasfemia es un texto de una dureza necesaria, que pone en acto una verdad que el uso y las buenas costumbres no quieren escuchar. Una madre puede aspirar a la justicia y luchar por derecha durante más de treinta años para que ésta finalmente llegue, pero no puede dejar de sentir desde las vísceras todo el dolor y la furia que la tragedia provocada le produjo. Cómo perdonar a los que no piden nunca perdón y se jactan de que volverían a hacer lo mismo con sus hijos, y los hijos de sus hijos. Como afirma Horacio González en el prólogo al libro del autor que recoge algunas de sus obras: Lengua sucia. Escenas de poder, servidumbres y muertes (2000):

El teatro de Vicente Zito Lema surge del movimiento interior de la blasfemia, que tiene una cara de injuria provocativa y otra de restitución sagrada. No se trata de un teatro de acciones o de situaciones cuyas tensiones se van acumulando o aplazando según un régimen narrativo convenido. Se trata de un grado de expiación con el lenguaje que lleva a practicar una lengua “del diablo”. La teatralidad es entonces la huella interna que queda cuando aparece el sentimiento de que ya nada más se puede purificar.

Ambas caras de la blasfemia recorren el texto, ambas construyen la puesta. La dureza de una acusación directa, sin filtros ni tamices, es una forma purgativa de una tragedia que merece expulsar sus demonios, arrojándose a viva voz en los rostros de los culpables, y de todos aquellos que no quieran oír. El silencio siempre fue cómplice de todo genocidio, el teatro siempre fue el vehículo que rompió con todo pacto de invisibilidad de las víctimas y de los victimarios. En los recovecos de nuestra historia no nos podemos permitir bajar los brazos, y menos pensar que todo ya está dicho sobre el tema de la dictadura militar, y de su mecanismo de tortura y desaparición de los cuerpos. En el espacio escénico unos pocos elementos pero de fuerte connotación – las imágenes de las Madres de Plaza de Mayo, las máscaras blancas en el piso formando un semicírculo,…- en un doloroso homenaje a nuestras Madres y a nuestros Desaparecidos. Al inicio una voz en off interactúa con el personaje femenino, personaje que irá tomando una corporalidad muy expresiva y visceral a partir de su gestualidad, sus tonos y sus miradas, con una fuerza interna que excede los contornos físicos de la actriz. Una mujer escindida, no entre alma y cuerpo sino entre el amor y la desesperación de una madre y el dolor de un hijo / hija que es torturado. Por momentos, pareciera que ambas voces se superponen, poniendo en escena una corporeidad que no tienen límites precisos sino que es “carne historizada” e “imagen inasible”[4] que gime y se arrastra, una hembra que se animaliza ante tanto horror: una madre / todas las madres. Necesariamente, dejamos el final de esta nota en las palabras de Elina Matoso, pues a pesar de la pura teatralidad que exige el unipersonal nos resultó imposible mantener cierta distancia expectatorial:

Recién desde los últimos años estamos recuperamos un cuerpo propio y cuerpo social, en dibujos borrosos “agujereados”. Agujeros de nuestra sociedad, memoria de años terribles, agujeros en la carne de cada uno, como desaparición y muerte tatuada, sellada en nuestra corporiedad y sobre todo ausencia de representación, vaciamiento de imagen. Memoria activa de cuerpos ausentes en nuestros propios cuerpos. (2007: 190)






Blasfemia de Vicente Zito Lema. Intérprete: Claudia Cárpena. Voces en off: Miguel Ángel Solá, Rita Terranova, Luciana Ulrich, Sebastián Pozzi, Renata Marrone. Asistente: Ricardo Lami. Música Original: Martín Bianchedi. Dirección: Zunilda Roldán. Teatro La Máscara.










Matoso, Elina, 2007. “Memoria colectiva, cuerpos ausentes, cuerpos desaparecidos” en El cuerpo, territorio de la imagen. Buenos Aires: Letras Vivas: 189-190



Zito Lema, Vicente, 2000. Lengua sucia. Escenas de poder, servidumbres y muertes. Buenos Aires: Ediciones fin de siglo.








1
Zunilda Roldán

2 Claudia Cárpena


3 Vicente Zito Lema


[4] Ambos términos son utilizados por Matoso en “Cuerpo y corporeidad” (2007: 21).


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