domingo, septiembre 12, 2010

Mirando pasar los trenes de Daniel Dimeco

Susana Llahí

La pieza pertenece a Daniel Dimeco, joven dramaturgo argentino radicado en España. Ganadora del sexto concurso de autores nacionales organizado por el teatro “El buho”, Mirando pasar los trenes, es una clara metáfora de lo que puede provocar la soberbia y el abuso de poder, temas de permanente actualidad.
La historia plantea el viaje de Ofelia Takeda, una fotógrafa profesional ciega, que acompañada de su hija, Anna Harper, arriba a un perdido pueblito ubicado en medio del desierto, se supone que del interior de Estados Unidos, ya que las mujeres vienen de New York Allí, en el bar de la estación, serán atendidas por Rodrigo Jiménez, el joven cantinero.
Ya desde el comienzo varios elementos plantean la absurdidad de la situación: cómo puede ser fotógrafa famosa quien sólo fotografía lo que la mano y el gusto de otro enfoca. No se sabe a ciencia cierta por qué la fotógrafa eligió ese lugar, si lo conocía con anterioridad. Por qué caen muertos los pájaros cada vez que pasa un tren. Quién es el dueño del lugar, aquel a quien espera la fotógrafa, aquella persona que parece innombrable. Si hay una guerra, cuál es el motivo. Estos elementos tan confusos están marcados por la incoherencia de los diálogos, donde cada personaje parece hablar para sí, ya que lo que dice no tiene correspondencia con lo dicho por el otro, de esta manera, el diálogo se muestra absolutamente ambiguo. La acción gira en círculos, círculos que se arman con situaciones fragmentadas que aparecen yuxtapuestas: la joven pregunta y la madre no responde y la maltrata, el joven cantinero de estación también pregunta a la mujer pero no cuenta lo que sabe. Mujer y cantinero esconden algo: la mujer su pasado y el joven el presente de ese pueblo, la candidez de Ana es lo único que remite a un discurso sincero. Se oyen tiros, los personajes se esconden y luego la joven introduce el afuera narrando lo que ve: gente que cae muerta. Los jóvenes paulatinamente se van enamorando Un adentro que parece seguro, si no fuera porque Ofelia Takeda es un personaje temible. Un afuera escalofriante, allí se perderá Anna Hasper (la más inocente). Así, cíclicamente se repiten siempre las mismas situaciones, lo cual nos hace pensar que estamos ante una pieza estructurada totalmente desde el absurdo. De pronto, casi hacia el final, los personajes comienzan a explicitar los por qué: la fotógrafa famosa había nacido en el lugar y sabía lo que allí estaba sucediendo, su llegada obedecía simplemente al deseo de fotografiar el horror, ya que “el horror siempre vende”. El joven cuenta que el artífice de esa guerra es el dueño del lugar (aquel a quien Ofelia Takeda busca), él es quien ordena matar y envía los cuerpos a que se pudran en el desierto. Es decir, se agiliza la acción, se intensifican los núcleos de esclarecimiento verbal y se incorporan una serie de procedimientos propios del realismo: predominio de los enfrentamientos (que ya no se eluden), se definen los personajes positivos y negativos y Ofelia Takeda incorpora su historia personal. Finalmente, se metaforiza la destrucción: la joven que por amor salió a buscar al cantinero, no regresó y las aves, sinónimo de libertad, caen muertas cuando pasa el tren del terror. La victimaria, Ofelia Takeda, se transforma en víctima, la muerte de su hija será el castigo a su ambición y soberbia. De esta manera, la hipocresía y el abuso de poder resultan denunciados y castigados.
El ritmo se sustenta con el buen manejo de los silencios, cargados de sentido generan el clima que alimenta el agobio y el suspenso. Se destaca la actuación de Julieta Fernández, con su gestualidad y manejo del cuerpo, marca con precisión los estados anímicos que genera la situación y la evolución de un personaje que crece hasta romper las barreras impuestas por el autoritarismo materno.
La escenografía, absolutamente realista, complementa todos los elementos que ubican estéticamente la pieza de Dimeco.
Es decir, el desenlace nos pone ante una puesta que por sus procedimientos pertenece al realismo crítico, línea estética que en nuestro país tiene como referente modélico la textualidad de Griselda Gambaro: La malasangre (1982) y Real envido (1983).


Ficha Técnica
Mirando pasar los trenes de Daniel Dimeco. Teatro “El Buho”. Tacuarí 215. T.E. 4342-0885. Elenco: Cristina Dramisino. Miguel Ángel Villar. Julieta Fernández. Efectos de sonido y operación: Damián Turke y Ariel Giordanengo. Filmación: Mariano Minestrelli. Diseño y realización escenográfica: Natalia Méndez Huergo. Diseño y operación de luces: Pablo Curto. Asistente de dirección: Ariel Giordanengo. Diseño gráfico: Silvana Sabetta. Prensa: Silvina Pizarro. Dirección general: María Esther Fernández

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