Un espacio en un
tono neutro, que se divide en tres posibilidades, un rompecabezas que no tiene
todas las piezas necesarias, un costurero que une el desgarro, revistas y
cartas que suturan las ausencias, el juego con el muñeco que pretexta la
esperanza del instinto y una limpieza de calzado que muestra el orden, la
disciplina y el cuidado de guardar aquello que no se usa; símbolos de una
relación que guarda más de un secreto. Señales de la relación de cuatro
hermanas atrincheradas en una casa, que es ellas mismas, refugio de los
peligros de un afuera amenazante que sin embargo pareciera no tenerlas en
cuenta. Contrastes de tonalidades, blanco y negro, el primero la pureza y el
deseo reprimido, el deseo que se escapa por cada resquicio de cuerpos
inmaculados, y respira humanidad en cada uno de los detalles controlados; el
segundo, la trasgresión, lo no permitido herido por el atrevimiento del dejarse
llevar por el deseo, la garrapiñada o el dedo de Tito. Las cuatro actrices
llevan adelante un texto fragmentado, que juega con el espacio, los cuerpos y
el tiempo; que comienza por el desenlace del relato, y vuelve sobre él para
darnos la justa medida de su final. Un final inesperado, pero que fue
construyéndose con los retazos de las historias reales o fingidas desde el
sueño. Desenlace que fue creciendo desde
la extraescena hacia el centro del espacio escénico tejiendo verdades cruzadas
por el prejuicio que se sostiene por la mirada del otro. Desde lo actoral el
trabajo es exquisito, delicado, los cuatro personajes son construidos con
cuidado y sin olvidar detalles, desde los nombres, cuyas iniciales las une como
una marca más de pertenencia, un vestuario pensado desde el calzado hasta la
manera de sujetar el cabello, la gestualidad, la postura corporal. Los nombres,
Janet, Jennifer, Jane y Jezabel, además, las hacen diferentes al espacio
geográfico, un pueblo rural de la provincia de Buenos Aires y una prehistoria
de un tiempo dorado atado a una clase que deviene decadente e inoperante; y
juegan con las afinidades en parejas: Janet y Jane, Jennifer y Jezabel1. Las primeras custodias del orden y de
la moral, las otras envueltas en la vorágine de un deseo desatado. Jennifer y
sus sueños recurrentes con la sexualidad, mientras Jezabel es quien ha
concretado finalmente el deseo de todas, la que lo reprimen y aquella que
“paga” para oír el relato. El clima que van creando a través de las secuencias,
se ve delineado por un buen uso de la iluminación y el sonido. Nunca sabremos bien quienes son esas criaturas
que pasan de ser frágiles a tomar decisiones irreversibles. La dirección de
Mónica Bruni1 deja fluir a los cuerpos
en escena, ya que cada uno aporta lo suyo, desde una textualidad que se siente
escrita desde la actuación. El quinto personaje, necesario para que el
conflicto se desate en tragedia, como en la clásica, no está en escena y como
en una bacanal dionisiaca, será devorado. Ante el espacio que es ahogo y
protección sólo queda la relación con el afuera a partir del espejo, que se
atraviesa sólo cuando es necesario, o cuando finalmente el personaje se despoje
de su máscara para lograr volver el tiempo atrás, después de consumar el
sacrificio. Los versos de Alejandra Pizarnik que acompañan el programa de mano,
forman parte también de ese camino de huellas que los personajes va dejando
caer sobre el espectador para que como un detective aficionado, pueda unir los rastros e involucrarse en ese
exterior amenazante que mira lo que desea y no desea ser mirado. “Y mi corazón está loco / porque aúlla a la
muerte / y sonríe detrás del viento / a mis delirios.” (A. Pizarnik) Una puesta
inquietante que trabaja desde el centro del corazón femenino, donde la mirada
del otro está en el brillo luminoso del espejo.
1 Según la Biblia, Jezabel fue
la encarnación misma del mal. El arquetipo de la mujer liviana y ambiciosa que,
movida por sus propios intereses, causa la perdición de todo aquel que cae en
sus redes. Sin embargo, la historia y la arqueología hablan de una mujer
enérgica y culta, una princesa fenicia que dejó su país para cumplir el
mandamiento de su padre y llevar la paz entre Fenicia e Israel. Una mujer fiel
a sus propios ideales, que quiso instaurar el culto de sus dioses en su nuevo
país, a la que no le importó luchar contracorriente, ni enfrentarse a los
sectores más tradicionalistas de Israel. Jezabel fue una esposa leal y la mano
derecha del rey. Jezabel también muestra el perfil de mujer cruel, dispuesta a
asesinar para conseguir sus objetivos.
2 Mónica Bruni: es
profesora de actuación de la
UBA Centro Cultural Ricardo Rojas. Maestra de taller de
iniciación teatral Escuela de Alejandra Boero. Actriz y docente se formó con
reconocidos maestros como Alejandra Boero y Carlos Gandolfo.
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