domingo, septiembre 01, 2013

Gordas de Natalia Marcet


Natalia Marcet junto a Ana Woolf llevan adelante una puesta, -una única función que además contó con la presencia de especialistas para el posterior debate con el público-, que cumple un camino en dos direcciones: en la línea de estatización de un problema social, ya que lo es ocurre en la sociedad y porque la sociedad lo genera; y luego demostrar como se puede ayudar desde lo estético a una ruta de sanación. El despliegue escénico se inicia con un enorme vestido que asemeja a una gran torta de merengue y flores de mazapán, pendiendo de unos hilos: vestido/ marioneta, igual a cuerpo manejado, sujeto a la adicción. De él se genera el nacimiento de la actriz /persona / personaje, como bebé, niña, adolescente hasta transformarse en esa mujer conflictuada por la imagen distorsionada de su propio cuerpo. Si bien el problema es individual, cada paciente tiene su propia manera de expresarse sintomáticamente y hace de forma particular su recorrido por el horror de tratar de invisibilizarse; las causas no sólo hay que buscarlas en el entorno familiar, y la respuesta que dan a la problemática del desorden alimentario sino por el contrario no dejar de tener presente el contexto donde se desarrolla, porque la sociedad de consumo y sus estereotipos estéticos están absolutamente ligadas a la enfermedad. Anfetaminas, el té milagroso, dietas insostenibles en el tiempo, restricciones de comida y de frecuencia del hábito de comer que lleva inevitablemente a la compulsión desenfrenada, son el producto de la internalización de la mirada del otro sobre nuestro cuerpo, al mirarnos con los ojos de los demás nos vemos sólo en ese exterior que quiere cumplir el mandato de ser delgadas hasta lo imposible, para sentirnos bellas y deseadas. El colapso de la mujer real en estos últimos años, hace consciente a teatristas y cineastas de que algo hay que hacer para niños y adolescentes, mujeres pero también hombres,  que se ven a sí mismos solamente atravesados por un discurso discriminatorio y feroz que los obliga a no tener más pensamiento, ni encontrar otro sentido en sus vidas que lograr el cuerpo perfecto. A esta encrucijada que el consumismo nos lleva, llegamos tanto del lado del pecado como de la sanación. Porque para mal de todos es un negocio fabuloso; y un mecanismo de control de las conciencias que ha dado y sigue dando junto a otras adicciones los mejores resultados. La cosificación de la persona se establece ya no sólo con un registro sobre su ideología, sino que se hace praxis con el dominio que se logra sobre su voluntad. Si el Manual de la buena esposa era la norma en el siglo XIX y principios del XX, donde el “deber ser” nos decía como actuar supeditadas al mandato patriarcal, desde una lectura de género, la estética del cuerpo es una nueva y eficaz forma de llevar adelante el ejercicio de sometimiento: ayer y hoy a un sistema que aún discrimina y víctimiza desde la violencia física a la mujer, pero también que sutilmente a encontrada en lo estético un arma poderosa. Natalia Marcet logra en escena a través del registro de su voz y de su corporalidad dar cuenta de ese cuerpo que es a la vez signo y estigma. Es interesante como el despojado dispositivo escénico da cuenta de los conceptos de colapso, encrucijada y cosificación, pues debajo del descomunal vestido se encuentra el límite interno: una caja o quizá una jaula. El “hambre buey” y todos los “no” a partir de la mirada de los otros y, en especial, de la propia mirada van produciendo una cierta animalización en el personaje. A partir de la historia íntima y del doloroso tránsito la situación dramática nos involucra de un modo u otro, ya que pertenecemos, inevitablemente, a la sociedad de consumo y estamos atravesados por las mil formas de la dependencia, en particular, en el sometimiento a la imagen corporal construida mediáticamente. Un círculo vicioso o un  espiral, como el que dibuja en un momento en el piso, de una fuerza centrípeta muy difícil de controlar mientras canta el estribillo incompleto de Qué será, qué será, qué será / Qué será de mi vida, qué será. Natalia va construyendo un cuerpo femenino que lucha entre el acto creador y su propia realidad. Este límite es borroso e incompleto y fue un camino difícil, en primer lugar, para la actriz y, en segundo, para su directora. La propuesta escénica construye un entramado entre la palabra y el cuerpo, siguiendo a Elina Matoso:

Este tramado se constituye en la imagen corporal, es decir que el cuerpo que encaramos es aquel que constituye la subjetividad que lleva la piel de la propia historia, que guarda en cofres vulnerables o herméticos las marcas vividas. Es el cuerpo que atesora secretos, miedos y misterios, que goza y se deshace en un abrazo. Es la corporeidad bordada por los otros y en nosotros desde el aliento que nos dio vida. Es un cuerpo escrito. (2006: 220)

El unipersonal Gordas busca el distanciamiento del espectador y, a su vez, pone en cuestionamiento un tema que hemos naturalizado e invisibilizado sus feroces consecuencias. Una historia de vida, lamentablemente como muchas otras, que logró romper la auto discriminación y el auto encierro dejando su centímetro de modista en desuso para siempre.   






Gordas de Natalia Marcet con dramaturgia y dirección de Ana Woolf. Intérprete: Natalia Marcet. Música original, arreglos y adaptación: Juan Suardi. Diseño y realización de vestuario: Marianela Di Santo, Alejandro Di Santo, Cecilia Nadaszkiewicz. Diseño escenográfico: Marcet – Woolf. Realización escenográfica: Atelier Privado. Prensa: Marisol Cambre. Andamio 90.




http://www.nataliamarcet.com.ar/gordas.html









Matoso, Elina, 2006. “Zurcido invisible”, en El cuerpo In-cierto. Arte / Cultura / Sociedad. Buenos Aires: Letra Viva: 213-233.








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