En la recientemente
premiada Sala Ópalo con una mención en los premios ACE, y con la presencia como
espectadores del mismo autor y su esposa, la actriz Susy Evans, se presentó la
puesta Potestad (1985)1; una pieza que Pavlovsky escribió en un
momento que los juicios a la Junta Militar
que llevó adelante el golpe cívico / militar, se estaban desarrollando en el
país. Es por eso, que su temática se convirtió en una cuestión controversial
para quienes llevaban adelante la defensa de los derechos humanos y la búsqueda
de justicia. La “humanización” del personaje no encontraba en el momento de su
creación un contexto que pudiera interpretar la dimensión en que Pavlovsky se
planteaba la problemática. No era una manera de aligerar su culpa, sino de
denunciar que aquellos que fueron protagonistas de crímenes de lesa humanidad
no eran extraños, sino seres de carne y hueso como todos nosotros, y dar cuenta
así, de lo inquietante de la situación. Con ese mismo registro de análisis, el
autor ya había trabajado a los personajes, Beto y Pepe en El señor Galíndez (1973) Sin embargo, Potestad lleva desde entonces muchas puestas en escena en su haber;
la mayoría de las veces con la composición de Pavlovsky como el médico /
apropiador y Susy Evans en el rol de Tita. La última se llevó a cabo en el
Centro Cultural de la
Cooperación, en el 2010, con la dirección de Norman Brisky,
una dupla, a la que el autor nos tiene acostumbrados. Esta vez la dirección de
Christian Corteza deja en el cuerpo del actor, Jorge Lorenzo todo el peso del
discurso, construyendo el personaje femenino a través de la palabra del hombre.
Su trabajo en el escenario, es muy bueno, sobre todo en la construcción de la
primera parte del texto, cuando debe lograr la empatía del espectador,
condición primaria que Pavlovsky plantea para luego hacerla estallar hacía el
final de la obra. La propuesta de homenaje hace que la dirección respete los
recursos de puestas anteriores que podrían tener sin tocar la textualidad
dramática otras resoluciones. Esto sin desmerecer la labor de Lorenzo, si baja
la tensión, sobre todo para aquellos que ya hemos asistido a puestas
anteriores. Las acciones se desarrollan en un espacio escénico acotado, no solo
por los límites propios de la
Sala sino, además, por la fuerte presencia de El hombre,
quien detrás de las dos sillas interpela al público. Espacio opresivo y agobiante
que la iluminación resalta para un actor que logra el espesor de la “historia
dramatizada en el cuerpo”, pues es el espacio íntimo del relato. Siguiendo con
Matoso:
Las
dramatizaciones resultan, entonces, canales para la simbolización donde la fantasmática
depositada en el cuerpo entra a jugar en el espacio y tiempo, revestida en
personajes y movimientos: va tomando cuerpo. Un cuerpo escénico que se
diferencia y se estructura a partir de la propia imagen corporal. Desde esta
perspectiva, la escena encauza esa sensación, ese texto, en general difuso, que
frecuentemente suele quedar encapsulado en el propio cuerpo. La escena ‘saca
afuera’ esa fantasmática. (2008: 75)
Esta impronta
propia de Lorenzo excede a los personajes, El hombre / Tita, mientras los
límites entre víctima y victimario se contaminan en una conjunción intensa con
el texto dramático.
Potestad de Eduardo Pavlovsky. Actor: Jorge Lorenzo. Efecto sonoro: Matías González. Diseño de luces, fotografía y dirección general: Christian Corteza. Prensa: Silvina Pizarro. Teatro Ópalo.
https://www.facebook.com/pages/El-Opalo-espacio-teatral/336255106481597
Matoso, Elina, 2008. “Cuerpo-territorio escénico” en El cuerpo, territorio escénico. Buenos Aires: Letra Viva: 73-99.
Pavlovsky, Eduardo,
1987. Potestad. Buenos Aires:
Ediciones búsqueda.
1 “Corriendo con Susana Evans en La Paloma, en el verano de 1985, me brotó la imagen de un médico raptor de niños. Escribí el monólogo en tres horas. Se lo dí en Buenos Aires a Norman Brisky. Ensayamos. Tuvo ideas muy creativas. El movimiento de las sillas, la presencia del percusionista en “vivo”, el perro policía en escena, fueron las mejores. El espectáculo duraba treinta y cinco minutos. El estreno en el Teatro del Viejo Palermo pasó inadvertido”. (Pavlovsky, 1987, 15)
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