La propuesta de Un nudo en la nunca resulta difícil de
asir, siendo una propuesta llevada adelante a través del trabajo de
investigación desarrollado durante aproximadamente dos años y a partir de la premisa
de no utilizar ningún texto sino sólo el cuerpo. En el despojado espacio
escénico, los cuatro actores apenas pronuncian alguna sílaba pero los numerosos y
bruscos desplazamientos tienen una lógica interna que escapa a nuestra
experiencia espectatorial. “Como un juego de chicos hecho por adultos”[1] y
donde el único partenaire posible para
cada personaje es una silla, lo que no impide que la situación dramática tenga
un dinamismo especial. La explícita violencia que ejerce cada personaje sobre
sí mismo, sobre el otro y, en cierto modo, sobre el público puede resultar abrumadora
o cómica según la edad del espectador. Porque construye una corporalidad que
produce un lenguaje incierto, como si el sujeto cartesiano escindido estuviese
invertido: ya no es la supremacía del pensamiento (cogito) sobre la
materia corpórea (res extensa), sino
que es un cuerpo que se revela contra la racionalidad, contra el lenguaje
hablado. Estos cuerpos golpeados y arrojados no son fragmentados pero sí son
cuerpos sometidos, alienados, a través del otro y de su mirada significativa
que vigila constantemente. Quizá nos sea dificultoso aprehender esta
corporalidad provocadora pues los límites son muy débiles entre el actor y su
personaje, más allá del esfuerzo y dedicación de cada integrante, y del alto
nivel de exposición de los mismos. En nuestra cotidianidad, el cuerpo adquiere
cierta transparencia y sólo parecemos tomar conciencia de ese cuerpo cuando
surge alguna dificultad (por ejemplo, una enfermedad); pero desde el espacio
escénico se nos recuerda que el cuerpo tiene su espesor y su volumen. Esta
relación gestual, con su ritmo iracundo da cuenta que, siguiendo a Le Breton, “situar
el cuerpo a través de las pulsaciones de la vida cotidiana es insistir en la
permanencia vital de las modalidades propias, en el carácter mediador entre el
mundo exterior y el sujeto.” (2006: 100). Otra cuestión son los ruidos que
producen cada caída o cada golpe al estar éstos amplificados por el parquet de la Sala, pues, como individuos
urbanos estamos acostumbrados, en determinados ámbitos, a no enfrentarnos a la saturación sonora del
tránsito, de la publicidad,…. En el teatro, en el cine y en nuestros hogares,
nos encontramos resguardados y esta situación nos otorgaría una sensación de
seguridad particular y que algún espectador podría sentir invadida. Además, el
juego lumínico, en especial al inicio y al finalizar el hecho teatral, remarca
la individualización de los cuatro personajes, mientras que el vestuario los
sumerge en el anonimato. Con la respiración entrecortada, principalmente desde
el espacio lúdico pero también desde la platea, la obra cumple su objetivo: poner
en escena el cuerpo como lugar de experimentación, un cuerpo único e
indivisible. Y, si buscamos en el título, Un
nudo en la nuca, algún punto de anclaje nunca lo encontraremos, nada es
azaroso, nada es realidad sino pura ficción.
Un nudo en la nuca
de Creación Grupal. Elenco: Ricardo Artipini, Sergio Di Crecchio, Mariano
Del Río, Tino Vera. Prensa: Claudia Mac Auliffe. Prod. Ejecutiva: Sebastián
Saslavsky. Objeto Sonoro: Lorena Colmenero. Fotos: lamordidafotos@yahoo.com.
Dirección: Claudio Pereira. Centro Cultural Latinoamericana.
Le Breton, David. 2006. “Una estética
de la vida cotidiana” en Antropología del
cuerpo y modernidad. Buenos Aires: Nueva Visión: 91-119.
[1] Tomado de la entrevista realizada a Sergio Di Crecchio
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