El Teatro La
Máscara[1]
tiene algo de familiar y de cálido, aunque la capacidad de su sala es de más de
160 butacas, y se desarrollan distintas actividades como el Ciclo de Teatro
Argentino integrado por cuatro espectáculos. Más muertos que vivos es una de las propuestas, también desde el
escenario el clima nos es afable y quizá una cierta nostalgia nos puede invadir
ante el recuerdo de algún querido abuelo. Dos personajes en escena, una mesa
con cinco sillas, marcando las ausencias con la presencia de sus lugares
vacíos, un lugar que parece una oficina con biblioteca estrecha y biblioratos,
y una lámpara impersonal de origen estético indefinido. Así se presenta esta
tragicomedia asainetada, que nos lleva de la ternura a la risa franca para
hablarnos de temas que en otro lugar y otras circunstancias nos moverían a una
aguda reflexión, sin embargo, a través del humor, eso es lo que se propone esta
pequeña pieza de relojería, hablarnos desde lo exterior y caricaturesco de una
problemática que va de lo universal a lo singular: la muerte. No sólo la
específica de cada una de las personas de ese pueblo, sino del pueblo como
entidad viva, que ve como pierde con asimétrica relación entre entierros y
nacimientos cada vez más un espacio en el mapa de los sobrevivientes, o de las
pujantes ciudades que crecen geométricamente como Las Vegas. Desde el título,
“Más muertos que vivos” se juega con el doble sentido de todo, hay más
habitantes en el cementerio que en las casas, o en realidad tanto uno como otro
está cada vez más cerca de sumarse a la lista de los ausentes con aviso. Como
afirmaba Kaiser Lenoir: “(…) la idea que nutre a la tragicomedia es que el mundo
y la vida no son enteramente trágicos ni enteramente cómicos. Lo que hoy es
carnaval, mañana es un valle de lágrimas” (en O. Pellettieri, 2008, 140) Por
eso, los personajes intentan para evadir la realidad, seguir con las mismas
costumbres que ya dejaron de tener sentido, pero que tienen la fuerza de
impedir la muerte definitiva de todo, y lo hacen con una ingenuidad que
despierta la ternura del espectador. Así, la secuencia de la votación por la
compra del carrito, o la idea de escape hacia el futuro, aunque incierto, la
competencia de dominó en Las Vegas. De la felicidad a la miseria, se escapa
como en el sainete de autoengaño con un salto al vacío, cuanto más
irrealizable, o menos potencialmente seguro, mejor. Porque es la manera de evitar
que la razón, la realidad que se cuela por todos los espacios dejados por el
tiempo, se haga cargo de sus vidas. Como en el cuento de Bioy Casares, La reina de las nieves, la repetición
mecánica de los hechos, se piensa, evitará el desenlace fatal, la tragedia. Pero
en la comedia asainetada, la tragedia se detiene justo a tiempo, porque los
personajes se vuelven a pensar a sí mismos como constructores y edificadores de
su futuro; desacralizando la verdad eminente. Es decir, a pesar de ser testigos
de que a todos nos toca las de la ley, siempre hay una esperanza de intentar
algo nuevo, en el mientras tanto, que desplace la amenaza. Ambos actores
construyen a sus personaje con profesionalismo, tanto Emeterio como Justino se
nos presentan como personajes queribles, graciosos pero por demás sensibles. En
un espacio escénico con muy pocos elementos, íntimo y cotidiano, con algunos
desplazamientos sin prisa aunque con muchas gestualidad, con los tonos
apropiados y mediante una partidita de dominó o una rueda de matecitos para urdir
“un acto de rebeldía”. Rebeldía no contra el envejecimiento sino, más bien,
contra aquellas miradas que los reducen a simples “viejitos”. Siguiendo a Le
Breton sobre el tema de la vejez:
Si antes los hombres envejecían con el sentimiento de
seguir el camino natural que los llevaba a un reconocimiento cada vez mayor, el
hombre de la modernidad combate todo el tiempo las huellas de la edad y tiene
miedo de envejecer por temor a perder su
posición profesional y a no encontrar empleo o espacio en el campo
comunicativo. (2006:143)
Con humor y
diálogos simples estos dos entrañables personajes, o mejor dicho grandes
actores, nos enseñaron que todos debemos ir pensando en nuestro viajecito a Las
Vegas o algún otro sito por más insólito que nos parezca hoy. Otro acierto es
la duración real del hecho teatral pues no supera los 50 minutos.
Más muertos que vivos de María Rosa
Pfeiffer[2]. Elenco: Raúl Ramos, José María “Pepe” López.
Escenografía, Vestuario y Realización: Carlos Bustamante. Diseño de
Iluminación: Héctor Oliboni, Trebisacce, Bustamante. Diseño Gráfico y
Fotografía: Ramiro Gómez. Prensa: Laura Brangeri LBB prensa. Producción
Ejecutiva: Claudio Lentz. Asistencia de Dirección: Cristina Sisca. Puesta en
Escena y Dirección: Héctor Oliboni. Teatro La Máscara.
Le Breton, David, 2006 [1990]. “El envejecimiento intolerable: el cuerpo deshecho” en Antropología del cuerpo y modernidad. Buenos Aires: Nueva Visión: 141-150.
Pellettieri,
Osvaldo, 2008. El sainete y el grotesco
criollo: del autor al actor. Buenos Aires: Editorial Galerna.
[1] El Teatro La Mascara, inaugurado el 14 de agosto del año 2000 es una casa de maestros, es el homenaje a los maestros del teatro. Sus padrinos son: Norma Aleandro, Pepe Soriano, Roberto Cossa y Alejandra Boero.
http://lamascara-teatro.blogspot.com.ar/
[2] “Desde el año 1980 hasta la fecha viene desarrollando una intensa
actividad en su país, como actriz, plástica, directora teatral, dramaturga y
docente. Ha escrito más de 30 obras teatrales (para adultos e infantiles), de
las cuales fueron estrenadas 22 y 12 publicadas.”
http://www.alternativateatral.com/persona8901-maria-rosa-pfeiffer
http://www.alternativateatral.com/persona8901-maria-rosa-pfeiffer
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