Valeria Lois1 es una actriz de cuerpo pequeño, que desde un rincón y ya en personaje nos recibe en la sala a nosotros, que en un espacio semicircular, somos los espectadores de un relato que se dice en las palabras pero que se expresa con toda su fuerza en ese cuerpo femenino. El cuentito como diría Mauricio Kartun, es la historia de una mujer que se cruza con su madre en el instante de la muerte de la primera para tener a partir de ese no encuentro una marca de por vida. Vida y muerte, metáfora de todos en la tierra, se da en ese instante en donde se convierte de nacida en huérfana; entonces su obsesión a partir de allí será la búsqueda de una imagen de contención; no cualquiera sino la de Dios, en una aparición que confirme su pureza y su santidad futura, presencia que le confirme el sentido de su vida. Ser pura, merecedora de una visión divina, es su afán, y por conseguirlo no hay proceso por más cruel que parezca al que no se exponga. Poseedora de nada propio, sólo se tiene a sí misma, por eso será la ofrenda para esa reunión con el Padre, con aquél que está en todas partes menos allí, donde su alma lo necesita. Por debajo de esa primera narración que Loza instaura, está la confrontación con dos significantes, religión y religiosidad; una objetiva y externa, hecha de ritos y disciplina sobre cuerpos y almas, la otra que crece en la subjetividad, está marcada por el deseo de encontrarse con la trascendencia. La actriz da cuenta de ese vacío que las religiones convencionales dejan cuando su relato no coincide con la realidad, cuando sus valores son huecos, fríos y no conllevan ni la paz, ni la ternura, ni la igualdad que proponen. “La nada, a veces pienso que vos y la nada son lo mismo”, afirma la cansada presencia del personaje, cuando siente que su entrega es completa, y la respuesta nula. Santiago Loza2 como dramaturgo construye desde el lenguaje climas profundos con la sencillez en las palabras, nada es altisonante ni solemne en su escritura, pero todo lo dicho no puede ser dejado de lado, o escuchado con indiferencia. La conjunción de la actriz con su dramaturgia es una explosión de expresividad, que deja al espectador en estado de suspensión, atravesado por el cuerpo y la voz de una mujer que nos cuenta como nacida con un estigma debe afrontar la vida buscando una verdad revelada, un anuncio de la beatitud. El conflicto se establece entre la creencia y el desconsuelo, entre lo narrado y lo sentido, entre lo prometido y lo entregado, y entre la interpretación del amor universal y la pobreza de espíritu. Y el lugar de la mujer, que necesita en una sociedad de legado patriarcal, donde el verbo y la ley son masculinos desde la divinidad en adelante, ser objeto del deseo, del placer del otro, ese otro: mudo, sordo y ciego. El relato íntimo y profundo tiene su correlato con el reducido espacio escénico: en la tarima una silla y un mesa pequeña, algunos utensilios, un envase de crema y la imagen del Sagrado Corazón. Un espacio diminuto e iluminado por una parrilla con numerosas lamparitas, es el espacio de la opresión y de los números límites impuestos por un “otro” arbitrario pero, sumamente, iluminado como está naturalizado el sometimiento y la degradación que va sufriendo el personaje. La particularidad de que cada espectador tome una silla y se ubique según su criterio no es azarosa sino, por el contrario, es el comienzo de una participación mayor a medida que transitamos el relato. Porque, necesariamente, el texto primero – la obra dramática - y el texto segundo – la obra teatral - requieren de un espectador atento, y Valeria Lois nos incluye sin resistencia en el mundo ficcional a través de la mirada directa. La actriz con profesionalismo le da cuerpo y textura a su personaje, con pocos movimientos y sentada en su silla casi inmóvil logra numerosos matices, con ductilidad puede encontrar en cada intersticio del lenguaje verbal distintos y contradictorios sentimientos. La mujer puerca es un hecho teatral breve e intenso, sin fisuras, un relato que estalla en pequeños pedazos y, a veces, puede provocar risa pero otras, como un vidrio, puede hurgar en el interior de cada espectador dejando de tal forma una marca que no desaparece una vez finalizada la obra.
La mujer puerca de Santiago Loza. Actúa: Valeria Lois. Escenografía y Vestuario: José Escobar, Lisandro Rodríguez. Diseño de Luces: Matías Sendon. Producción: Natalia Fernández Acquier, Elefante Club de Teatro. Cia. Fundamental: Mariano Villamarin. Prensa: María Sureda. Diseño Gráfico: Lisandro Rodriguez. Fotos: Nora Lezano. Asistencia de Dirección: Camila Gómez Grandoli. Dirección: Lisandro Rodríguez. Elefante Club de Teatro.
1 Valeria Lois se formó
con Pompeyo Audivert, Ciro Zorzoli, Alejandro Catalán y Paco Giménez entre
otros. Participó de los proyectos "Muestra Marcos" y "Museo
Soporte" dirigida por Pompeyo Audivert. Desde 1999 hasta el 2007 formó
parte de Grupo Sanguíneo con quienes estreno "Capitulo XV",
"AFUERA" y "KUALA LUMPUR"estas dos últimas dirigidas por
Gustavo Tarrío y el "Laboratorio Tarrío Sanguíneo", experimento que
se realizó en el 2007 en el Centro Cultural Ricardo Rojas durante 8 semanas. En
2004 actuó en "Crónicas" con dirección de Ciro Zorzoli y participó
como actriz invitada en "DECIDI CANCION" dirigida por Gustavo Tarrío.
En 2007 actuó en "Dos Minas" dirigida por Alejandro Catalán y también
en "Mi joven corazón idiota" dirigida por Gonzalo Martinez. En 2009, dirigida por
Matias Feldman, actuó en "Eufemos, una merienda de negros" dentro del
Ciclo Decálogo del Centro Cultural Rojas.
2 Santiago Loza es un dramaturgo y
guionista de cine de origen cordobés, que trabaja sobre temas que abarcan lo
social y lo íntimo: la soledad, la violencia, la muerte, son temáticas
recurrentes en sus textos. El dolor pero no físico o también pero sobre todo el
que se produce en las heridas del alma, un dolor metafísico que se pregunta por
su causa, y que atraviesa el cuerpo de criaturas que no pueden llegar a comprender
su significado. En el cine tiene una trayectoria con filmes como: Cuatro mujeres descalzas (2004), Rosa Patria (2008), Los labios (2010); en teatro su obra
anterior Nada del amor me produce
envidia, tuvo una importante repercusión de público y crítica. “Elefante Club de Teatro” es un espacio cultural
inaugurado en 2009 por Santiago Loza y Lisandro Rodríguez, junto a otros
colegas y amigos de teatro, donde presenta obras de su autoría, entre otras
actividades.
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