«No me mires, que miran que nos miramos,
miremos la manera de no mirarnos,
no nos miremos y cuando no nos miren,
nos miraremos...»(Seguidilla limeña que recitaba Trinidad Guevara)
Trinidad Guevara no fue una actriz más en la
convulsionada Buenos Aires de los años 20 del siglo diecinueve; fue una de las
mujeres transgresoras de su época, vilipendiada por la buena sociedad que sin
embargo la aplaudía y la elogiaba todas las noches de función en el Coliseo
Provisional; atacada por la institución eclesiástica desde la figura y la voz
del no menos controvertido padre Castañeda, amiga de Luis Ambrosio Morantes y
Juan Aurelio Casacuberta, protegida del gobierno de Bernardino Rivadavia,
admirada por Alberdi y Sarmiento, por sus maneras mesuradas propias del teatro
neoclásico francés, tan diferente a las otras a Francisca Ujier, y Ana
Campomanes. Nacida en Uruguay, hija de un padre que también estaba unido al mundo
del teatro, viene a Buenos Aires escapando de los males de la política que
terminaban siendo los de todos en un Río de la Plata que comenzaba a construir su propia
historia. Cecilia Cósero, la actriz que ingresa en su cuerpo el cuerpo de
Trinidad, es también uruguaya como aquella, y también tiene una trayectoria en
ambas márgenes del Río color marrón.1 Sobre un
escenario despojado, sólo iluminado con un tacho rojo, haciendo contraluz con su
pregnancia, la figura de la actriz invade el escenario y se acerca a proscenio
para entablar desde el discurso, desde un monólogo que se despliega en otras
voces, una relación con el otro; el público, sus hijos, sus detractores, sus
amantes. Marianella Morena, construye un texto dramático con profundidad
subjetiva, y una textualidad escénica que desborda de la pasión del personaje y
de la actriz que lo interpreta. El cuerpo trabajado rítmicamente con las manos,
inicia el viaje de contar desde sí mismo un relato que trasciende el histórico
oficial, construido por datos y fechas. La Trinidad que surge de la escena es visceralmente
humana, y nos cuenta su vida en un equilibrio entre el deseo de ser amada en el
mundo cotidiano y de la transfiguración de serlo arriba de las tablas. Nunca
más libre que cuando es ella y las otras u otros sobre el escenario. Nunca más
necesitada, más auténticamente sola y despojada, menos ella misma que cuando
debe enfrentarse a un mundo que le cierra el camino de la palabra. Camino que
debe atravesar a pura arrogancia, y valentía, rompiendo cánones y deberes,
mostrando con su desmesura la hipocresía del silencio de los otros. La autora
de esta Trinidad construida desde el verbo, voz que rescata su subjetividad y
su potencia afirma: “El teatro te salva. Ese estallido y ese incendio que la
vida no perdonan, la escena sí, y es en ella donde puedo colocar mis infiernos
y mis cielos sin separación. (…) Se trata sólo de eso: de encontrar tu lugar.”
Un lugar, que Trinidad buscó para ella y sus hijos a contrapelo de todos,
herida de muerte por eso mundo de doble moral, de intenciones inconfesas y de
sexo culpable. Lamentablemente, una puesta que suma la fuerza de la
actuación a la potencia de la textualidad dramática, en una sala como La Scala de San Telmo, sitio de
encuentro de la cultura, que sin embargo debería cuidar más sus propuestas de
la falta de respeto de algunos espectadores.a
Aunque fue tal la fuerza expresiva de la actriz que nos permitió superar este
malestar rápidamente. Con profesionalismo Cecilia deja hablar a su Trinidad, a
otros personajes, a la chusma que la envidiaba y la maldecía. Un cuerpo que se
transforma sin intermediarios en una caja de resonancia, visceral y genuina,
pero y por sobre todo viva más allá del tiempo, en un espacio escénico desnudo
e íntimo, donde sus únicos aliados son el dispositivo lumínico y el sonoro. La
iluminación recorta la figura de la actriz y de su Trinidad en un acto de
contención, mientras en todo el espacio del público resuenan el golpeteo de sus
manos y el taconeo de sus botas como una fuerza centrífuga, huyendo de su centro en el
escenario y al cual parece no poder abandonar. Más allá del discurso verbal, es ese movimiento originado
desde lo más profundo del ser, de la actriz, el que se va propagando hacia el
espacio exterior, al espectador; por ello existe en toda la obra un
diálogo tónico-emocional que se expresa y vive a través de su cuerpo. Una
corporalidad femenina que se asume como un escenario histórico,
social y cultural, en si misma, porque tiene espesor y volumen propio. Cecilia
puede desde ese punto casi fijo, sin desplazamientos, transmitir con sus tonos,
sus miradas y sus gestos una intensidad más allá de las palabras. El texto
dramático de Marianella Moreno[2] no
solo tiene pasión creativa sino también rigurosidad histórica, sumado a la
avasallante personalidad que Cecilia Cósero pone en escena son de una
responsabilidad tal que permiten a ambas mujeres cerrar el texto espectáculo sin
fisuras y con una impronta desafiante y femenina.
Trinidad
Guevara de Marianella Morena. Actriz: Cecilia Cósero. Diseño y tratamiento
sonoro: Maia Mónaco. Diseño de iluminación: Claudia Sánchez. Diseño gráfico: Ce
Dulce. Producción y Prensa: Universo Vincular. Spot audiovisual. Mateo
Chiarino. Colectivo Teatro La Morena.
Dirección: Marianella Morena. Fotografía: Claudia Sánchez. Teatro La Scala de San Telmo.
1 Trinidad Ladrón de Guevara Cuevas fue una actriz uruguaya de teatro que nació el 11 de mayo de 1798 en la Banda Oriental del Virreinato del Río de la Plata, más precisamente en la casa de los Marfetán ubicada en Villa Soriano, en calle Ituzaingó y Lavalleja, y falleció el 24 de julio de 1873 en Buenos Aires luego de una extensa carrera artística. Era hija del actor y archivero de la Compañía Cómica de Montevideo, Joaquín Ladrón de Guevara y de la criolla Dominga Cuevas. Vinculada al arte escénico desde su más temprana juventud, hizo debut a los 13 años. La actriz Cecilia Cósero, se formó actoralmente en la E.M.A.D de Uruguay, completando su formación con Marisa Bentancur y Roberto Suárez en Uruguay y con Ricardo Bartís, Jorge Marrale, Osvaldo Santero y María Figueras en Argentina. En su carrera profesional actuó en varias obras de teatro independiente destacándose en Mi Muñequita (La farsa) de Gabriel Calderón, en el Teatro Circular de Montevideo. Ya en Buenos Aires en Nada de Dios sobre la poesía de Idea Vilariño. En cine trabajó en El Paisito, coproducción argentino- española- uruguaya, y en 2011 en Verdades Verdaderas, sobre la vida de Estela de Carlotto. También intervino en varios programas televisivos.
a
En la noche que asistimos tuvimos la desagradable sorpresa de encontrarnos con
algunos espectadores a quienes se les permitió ingresar a la sala una vez
empezada la puesta, que no dejaron de
murmurar durante el desarrollo de la actuación y que además dejaron la sala en
mitad de ésta golpeando la puerta como si nada. Eso tuvimos que sufrir las que
suscribimos esta crítica, y el resto de los espectadores cuando asistimos a ver
la puesta que estábamos disfrutando por su calidad artística.
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