Un escenario trabajado con profundidad de campo que permite que tres
niveles sean reproducidos por los personajes integrantes de un picnic obrero,
en la patria peronista de 1955. Cuando el espectador llega a ubicarse en sus
sillas, dos esqueletos vestidos con harapos, uno masculino y otro femenino,
manejados por titiriteros, jugando como marionetas nos reciben en una gélida
sala oscura. En contraste, van apareciendo hombres, mujeres y una niña que con
el entusiasmo y el vestuario de la época lleno de color dividirán el espacio,
entre el proscenio: los manteles del picnic y su infaltable comida; y más
atrás, por delante de los esqueletos, los hombres jugando también el
inconfundible picadito. Tres niveles, dos de vida y futuro posible, uno en el
fondo recordándonos de la fragilidad de la misma, y de la muerte latente en ese
día aciago donde para un sector de la sociedad, fue el principio del fin. El
programa de mano, con un diseño de boleta de comicios, une el presente con el
pasado cuando las dos fechas 1955/2012, aparecen junto a la ficha técnica en un
formato sábana. Nuestra elección será para que votemos finalmente por un
porvenir alejado de la violencia ya que la consigna es “Contra todas las
bombas”. La cotidianidad deviene entre buñuelos y milanesas, vino y soda, entre
compañeros de la fábrica y sus familias, hasta una abuela en su silla que
tendrá su momento en un sueño donde la verdad que acecha la atravesará. El amor
posible, los celos, las cargadas al diferente, el cabecita negra, que quiere
ser uno más entre todos, y que oculta un secreto, las ilusiones simples de gente
de trabajo; en ese espacio bucólico los sonidos de los aviones son indicios de
un porvenir trágico, los bombardeos del 16 de junio de 1955 por los aviones de la Armada.1
Memoria y teatro son dos conceptos que intentan en el
presente teatral reconstruir desde las secuencias mínimas de la vida particular
del hombre común, el relato histórico que habitualmente escapa al documento
oficial, aún aquel que establece una relación revisionista con él. En el amplio
espacio escénico del Payró hay lugar para la música, la distracción y también
para la militancia; una gran caja negra donde “el sol” y “los árboles” faltaron
a la cita, tal vez asustados por la humanización de la muerte. Cuando los
personajes comienzan a sentir frío después de la acostumbrada siestita ya el
espectador experimenta frío desde su interior, porque el saber está focalizado
en nuestra memoria colectiva y sólo nos resta esperar horror y muerte. La muerte
nos ha recibido al ingresar desde su lugar central, como espectros que observan
y luego se desplazan acechándonos sin piedad. Hay dos personajes ajenos al
ámbito laboral pero infaltables en cualquier picnic obrero, la niña y la
abuela, ambas aportan desde una perspectiva distinta humor, ternura y cierta
ingenuidad. Quizá el hecho que después del caos, del feroz bombardeo, sólo
escuchemos la voz en off de la niña
sea un recuerdo para esos pequeños que en 1955 habrían salido de su Provincia
con la ilusión de ver al general Perón. Como espectadores del hecho teatral
dejamos nuestro sitio sin hablar, porque no hay palabras que contengan a los añicos
de nuestra memoria que desde el juego ficcional hicieron estallar.
Picnic 1955 de
Diego Kogan y Solana Landaburu. Elenco: María Patricia Barberis, Pablo Bocanera, Juan Carrasco,
Mariana Ciolfi, Antonia de Michelis, Valentina Díaz Díaz, Javier Maestro, Mora
Magnone, Norberto Portal, Andrea Marina, Natalia Villena, Marcelo Cruz Ruiz,
Marisa Nuñez, Isadora Plateroti, Bayardo Loredo. Osjar Navarro Correa: Asistencia
de dirección y dirección de títeres. Carolina Pingitore: Asistencia de dirección.
Ricardo Ache: Música. Santiago Carlomagno: Proyecciones. Juan Carrasco: Diseño
gráfico. Antonia de Michelis: Vestuario. Fernando Castillos: Maquillaje: Pablo
Bocanera, Diego Kogan: Espacio escénico. Ignacio Spaggiari: Iluminación.
Mariana Ciolfi: Entrenamiento físico. Luchy Kogan: Cocina. Solana Landaburu,
Diego Kogan: Dramaturgia. Diego Kogan: Idea y Dirección.
1 Señala Salvador Ferla en
“Mártires y Verdugos” (Editorial Revelación, 3ra. Edición, Buenos Aires,
octubre de 1972, páginas 24 y 25: “… La oligarquía ambiciona el regreso al
poder total, la restauración de su régimen y la anulación del proceso
revolucionario iniciado en 1943. Conoce los obstáculos porque los ha palpado y
reiteradamente se ha roto las narices contra ellos. Son el pueblo politizado,
presente, activo; y el ejército, colocado en su exacta ubicación nacional. Al primero planea
anestesiarlo mediante el terror; al segundo desarticularlo y reestructurarlo en
milicia partidaria a sus órdenes. La primera y potente inyección de anestesia
la recibe el pueblo el 16 de junio de 1955. … Es el primer castigo, la primera
dosis de castigo administrada al pueblo. Es el fusilamiento aéreo, múltiple,
bárbaro, anónimo, antecesor de los que luego realizarían en tierra firme con
nombres y apellidos (se refiere a la masacre de José León Suárez en la
represión del levantamiento cívico-militar del 9 de junio de 1956, a los mártires y
verdugos que le dan título al libro). Entre este grupo de aviadores (entre los
que estaba el capitán Cacciatore, que después del 76 cobraría fama y fortuna
como intendente porteño) que mata desde el aire a una multitud, y los agentes
de la Policía
de la Provincia
de Buenos Aires que “fusilan” a un núcleo de civiles en un basural, tirándoles
a quemarropa sin previo aviso, solamente existe una diferencia de ubicación.”
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