martes, julio 31, 2012

La Siesta de Mónica Salerno (Intervención teatral)



Quería tan sólo intentar vivir
 lo que tendía a brotar espontáneamente de mí.
¿Por qué había de serme tan difícil? 
(Demian, Herman Hesse)

Hay niños que fingen pactar con el orden adulto.
Pero en los cuentos de Silvina Ocampo, esos niños extreman la argucia.
 (E. Pezzoni, 1982, 21 en Prólogo a La furia y otros cuentos)


Silvina Ocampo construye desde la literatura un mundo que arraigaba en su imaginario, en su clase, y en el surrealismo al que abrevaba para su escritura. Transgresora desde la palabra, en un tiempo histórico donde su ejercicio no era bien visto por su condición femenina y por su pertenencia social. Al igual que su hermana, Victoria Ocampo, eligió la literatura como medio y fin de un sentido que difería del esperado por la sociedad para una mujer. Su mundo, el de la alta burguesía, cuyo caudal cultural era el que podía comprar el dinero, para pasar a ser luego un bien más, un objeto de valor terrenal, un contacto con ese occidente admirado, copiado, punta y lanza del deseo. Las hermanas Ocampo, sobre todo Silvina, encontraron una línea de fuga en las palabras, a ese universo opresivo y decadente que describe tan bien en sus cuentos. Mónica Salerno[1] en su dramaturgia, junto a Tatiana Sandoval y Magdalena Yomha, en dirección y colaboración autoral logran una síntesis perfecta del adentro de ese mundo, sus sueños y sus frustraciones, y ese otro mundo el de afuera que también sueña y lucha por obtener además de un modo de vivir, un grito de dignidad y libertad. Los de arriba y los de abajo, tan diferentes y tan parecidos en la necesidad de encontrarse en el otro, son puestos, a partir de un hecho que pone en abismo las relaciones entre ambos, al límite de sus vidas. El espacio donde transcurren las acciones es naturalmente el que corresponde ya que la vieja casona de la familia Fernández Blanco devenida museo, guarda en sus paredes, sus estucos, sus escaleras de madera trabajada, el espíritu de aquellos años, que exhala su esencia ante el recorrido que por sus estancias hacen los personajes. Entrar en el espacio donde el teatro “interviene” con sus máscaras, es sumergirse como espectadores en un tiempo suspendido, como testigos privilegiados de los interiores y recovecos de una familia “tradicional”. Para descubrir, detrás de sus vestidos, sus joyas y sus privilegios, la desnudez de una humanidad demasiado humana.  Como en el universo de Herman Hesse[2], son los de abajo, los del mundo oscuro y doméstico, los que sostienen con su trabajo la realidad luminosa de los de arriba; por eso la huelga desencadena el nudo de los conflictos que estaban sometidos a la obediencia y al orden que esta suponía[3]. La sala del Museo en la cual se desarrolla la obra es el marco perfecto, porque permite a cada espectador entrar en un mundo algo cercano al que Bajtin llamó “cultura popular” y a su definición “el principio de carnavalización”. Máscaras de la commedia dell’arte, la animalización de algún personaje a través de sus gestos o con una gran cabeza de pez, recuerdos de embriaguez y desenfreno en el Corso de la noche anterior,… Un mundo donde se destaca la importancia de la risa ritual ambivalente que ridiculiza a burladores y burlados, y donde los limites y las jerarquías sociales se confunden e invierten. Límites que también se borran en la sala cuando las coloridas cintas caen sobre el público eliminado las fronteras entre ficción y realidad. La música, la iluminación y el cuidado vestuario contribuyen a esta coexistencia de un mundo suspendido durante el tiempo real del hecho teatral. Los personajes se desplazan con dinamismo por los distintos niveles – las salas contiguas, la amplia escalera, el magnífico primer piso,…, y si cada rincón tiene un atractivo propio los actores con profesionalismo le agregan un plus extra. Con cada gesto, tono y mirada, construyen una atmósfera inusual y de textura más onírica que ficcional, otorgándole un espesor al signo teatral que supera la propuesta según el programa de mano: “La experiencia sensible que genera la intervención integra al espectador al acontecimiento, casi como un elemento más de la ficción teatral”. Universos paralelos y disímiles – la literatura / el teatro, realidad / irrealidad, principio de carnavalización / principio de individualización,….- que se contaminan sin subordinación en un movimiento continuo e interno,  en un texto espectáculo creativo e interesante.
 



La Siesta de Mónica Salerno. Elenco: Julia Catalá (Amalia Borde); Mónica Driollet (Pridiliana); Mercedes Fraile[4] (Madre); Daniel Goglino (Padre); Luciano Kaczer (Tobías); Luciana Mastromauro (Eudora); Fabricio Rotella (Octavio); María Zubirí (Apolonia). Música original: Cecilia Candía. Vestuario y arte: Mercedes Arturo; Iluminación: Ricardo Sica y Leo D’aiuto. Asistente de Producción: Diego Becker. Dirección y colaboración autoral: Tatiana Sandoval y Magdalena Yomha. Museo Fernández Blanco.








Bajtin, Mijail, 1990. La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais. México: Alianza Universidad.

Hesse, Herman, 1979. Demian. Madrid: España.  Alianza Editorial.

Ocampo, Silvina, 1982. La furia y otros cuentos. Madrid: España. Alianza Editorial.






[1] Es guionista y dramaturga. Se formó en fotografía, cine y teatro, y cursó la carrera de Letras en la U.B.A.  Egresó de la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica, (E.N.E.R.C), en la especialidad de Guión. (http://www.wix.com/proyectolasiesta/teatro)

[2] Herman Hesse expone esta situación en su novela de aprendizaje Demian  en su primer capítulo: Dos mundos. “Dos mundos se confundían allí: de dos polos opuestos surgían el día y la noche. Un mundo lo constituía la casa paterna; más estrictamente, se reducía a mis padres. Este mundo me resultaba familiar: se llamaba padre y madre, amor y severidad, ejemplo y colegio. A este mundo pertenecían un tenue esplendor, claridad y limpieza; en él habitaban las palabras suaves y amables, las manos lavadas, los vestidos limpios y las buenas costumbres. (…)  El otro mundo,  sin embargo, comenzaba en nuestra propia casa  y era totalmente diferente: olía de otra manera, hablaba de otra manera, prometía y exigía  otras cosas. En este segundo mundo existían criadas y aprendices, historias de aparecidos y rumores escandalosos; (…) De vez en cuando prefería vivir en el mundo prohibido, y muchas veces la vuelta a la claridad aunque fuera muy necesaria y buena me parecía una vuelta a algo menos hermoso, más aburrido. (Hesse, 1979,13/4/6)

[3] “En aquella ciudad todo era perfecto y pequeño: las casas, los muebles, los útiles de trabajo, las tiendas, los jardines. Traté de averiguar que raza tan evolucionada de pigmeos la habitaban. Un niño ojeroso me dio el informe: Somos los que trabajamos: nuestros padres, un poco por egoísmo, otro poco por darnos el gusto, implantaron esta manera de vivir económica y agradable. Mientras ellos están sentados en sus casas, jugando a los naipes, tocando música, leyendo o conversando, amando, odiando, (pues son apasionados), nosotros jugamos a edificar, a limpiar, a hacer trabajos de carpintería, a cosechar, a vender. (Ocampo, 1982, 227)

[4] http://lunateatral.blogspot.com.ar/2010/11/ofensa1esta-historia-suya-19682010-de.html













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