Quería tan sólo intentar vivir
lo que tendía a
brotar espontáneamente de mí.
¿Por qué había de serme tan difícil?
(Demian, Herman Hesse)
(Demian, Herman Hesse)
Hay niños que fingen pactar con el orden adulto.
Pero en los cuentos de Silvina Ocampo, esos niños
extreman la argucia.
(E. Pezzoni,
1982, 21 en Prólogo a La furia y otros
cuentos)
Silvina Ocampo
construye desde la literatura un mundo que arraigaba en su imaginario, en su
clase, y en el surrealismo al que abrevaba para su escritura. Transgresora
desde la palabra, en un tiempo histórico donde su ejercicio no era bien visto
por su condición femenina y por su pertenencia social. Al igual que su hermana,
Victoria Ocampo, eligió la literatura como medio y fin de un sentido que
difería del esperado por la sociedad para una mujer. Su mundo, el de la alta
burguesía, cuyo caudal cultural era el que podía comprar el dinero, para pasar
a ser luego un bien más, un objeto de valor terrenal, un contacto con ese occidente
admirado, copiado, punta y lanza del deseo. Las hermanas Ocampo, sobre todo
Silvina, encontraron una línea de fuga en las palabras, a ese universo opresivo
y decadente que describe tan bien en sus cuentos. Mónica Salerno[1] en su dramaturgia, junto a Tatiana Sandoval y
Magdalena Yomha, en dirección y colaboración autoral logran una síntesis
perfecta del adentro de ese mundo, sus sueños y sus frustraciones, y ese otro
mundo el de afuera que también sueña y lucha por obtener además de un modo de
vivir, un grito de dignidad y libertad. Los de arriba y los de abajo, tan
diferentes y tan parecidos en la necesidad de encontrarse en el otro, son
puestos, a partir de un hecho que pone en abismo las relaciones entre ambos, al
límite de sus vidas. El espacio donde transcurren las acciones es naturalmente
el que corresponde ya que la vieja casona de la familia Fernández Blanco
devenida museo, guarda en sus paredes, sus estucos, sus escaleras de madera
trabajada, el espíritu de aquellos años, que exhala su esencia ante el
recorrido que por sus estancias hacen los personajes. Entrar en el espacio
donde el teatro “interviene” con sus máscaras, es sumergirse como espectadores
en un tiempo suspendido, como testigos privilegiados de los interiores y
recovecos de una familia “tradicional”. Para descubrir, detrás de sus vestidos,
sus joyas y sus privilegios, la desnudez de una humanidad demasiado
humana. Como en el universo de Herman
Hesse[2],
son los de abajo, los del mundo oscuro y doméstico, los que sostienen con su
trabajo la realidad luminosa de los de arriba; por eso la huelga desencadena el
nudo de los conflictos que estaban sometidos a la obediencia y al orden que
esta suponía[3]. La
sala del Museo en la cual se desarrolla la obra es el marco perfecto, porque
permite a cada espectador entrar en un mundo algo cercano al que Bajtin llamó
“cultura popular” y a su definición “el principio de carnavalización”. Máscaras
de la commedia dell’arte, la
animalización de algún personaje a través de sus gestos o con una gran cabeza
de pez, recuerdos de embriaguez y desenfreno en el Corso de la noche anterior,…
Un mundo donde se destaca la importancia de la risa ritual ambivalente que ridiculiza
a burladores y burlados, y donde los limites y las jerarquías sociales se
confunden e invierten. Límites que también se borran en la sala cuando las
coloridas cintas caen sobre el público eliminado las fronteras entre ficción y
realidad. La música, la iluminación y el cuidado vestuario contribuyen a esta
coexistencia de un mundo suspendido durante el tiempo real del hecho teatral. Los
personajes se desplazan con dinamismo por los distintos niveles – las salas
contiguas, la amplia escalera, el magnífico primer piso,…, y si cada rincón
tiene un atractivo propio los actores con profesionalismo le agregan un plus
extra. Con cada gesto, tono y mirada, construyen una atmósfera inusual y de
textura más onírica que ficcional, otorgándole un espesor al signo teatral que
supera la propuesta según el programa de mano: “La experiencia sensible que
genera la intervención integra al espectador al acontecimiento, casi como un
elemento más de la ficción teatral”. Universos paralelos y disímiles – la
literatura / el teatro, realidad / irrealidad, principio de carnavalización /
principio de individualización,….- que se contaminan sin subordinación en un
movimiento continuo e interno, en un texto
espectáculo creativo e interesante.
La Siesta
de Mónica Salerno. Elenco: Julia Catalá (Amalia Borde); Mónica Driollet
(Pridiliana); Mercedes Fraile[4]
(Madre); Daniel Goglino (Padre); Luciano Kaczer (Tobías); Luciana Mastromauro
(Eudora); Fabricio Rotella (Octavio); María Zubirí (Apolonia). Música original:
Cecilia Candía. Vestuario y arte: Mercedes Arturo; Iluminación: Ricardo Sica y
Leo D’aiuto. Asistente de Producción: Diego Becker. Dirección y colaboración
autoral: Tatiana Sandoval y Magdalena Yomha. Museo Fernández Blanco.
Bajtin, Mijail,
1990. La cultura popular en la Edad Media
y en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais. México: Alianza
Universidad.
Hesse, Herman,
1979. Demian. Madrid: España. Alianza Editorial.
Ocampo, Silvina, 1982.
La furia y otros cuentos. Madrid:
España. Alianza Editorial.
[1] Es guionista y dramaturga. Se formó en fotografía, cine y teatro, y cursó la carrera de Letras en la U.B.A. Egresó de la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica, (E.N.E.R.C), en la especialidad de Guión. (http://www.wix.com/proyectolasiesta/teatro)
[2] Herman Hesse expone esta situación en su novela de aprendizaje Demian en su primer capítulo: Dos mundos. “Dos mundos
se confundían allí: de dos polos opuestos surgían el día y la noche. Un mundo
lo constituía la casa paterna; más estrictamente, se reducía a mis padres. Este
mundo me resultaba familiar: se llamaba padre y madre, amor y severidad,
ejemplo y colegio. A este mundo pertenecían un tenue esplendor, claridad y limpieza;
en él habitaban las palabras suaves y amables, las manos lavadas, los vestidos
limpios y las buenas costumbres. (…) El
otro mundo, sin embargo, comenzaba en
nuestra propia casa y era totalmente
diferente: olía de otra manera, hablaba de otra manera, prometía y exigía otras cosas. En este segundo mundo existían
criadas y aprendices, historias de aparecidos y rumores escandalosos; (…) De
vez en cuando prefería vivir en el mundo prohibido, y muchas veces la vuelta a
la claridad aunque fuera muy necesaria y buena me parecía una vuelta a algo
menos hermoso, más aburrido. (Hesse, 1979,13/4/6)
[3] “En aquella ciudad todo era perfecto y pequeño: las casas, los
muebles, los útiles de trabajo, las tiendas, los jardines. Traté de averiguar
que raza tan evolucionada de pigmeos la habitaban. Un niño ojeroso me dio el
informe: Somos los que trabajamos: nuestros padres, un poco por egoísmo, otro
poco por darnos el gusto, implantaron esta manera de vivir económica y
agradable. Mientras ellos están sentados en sus casas, jugando a los naipes,
tocando música, leyendo o conversando, amando, odiando, (pues son apasionados),
nosotros jugamos a edificar, a limpiar, a hacer trabajos de carpintería, a
cosechar, a vender. (Ocampo, 1982, 227)
[4] http://lunateatral.blogspot.com.ar/2010/11/ofensa1esta-historia-suya-19682010-de.html
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