sábado, abril 30, 2011

Vientos zumban entre ladrillos (2010/2011) de Diego Faturos


Cuando el discurso es el único mundo deseable.
El hombre se comporta como si fuera el creador y el dueño del lenguaje. Mientras que el lenguaje, es, por el contrario, el que es, y se impone como su soberano.

(Heidegger)

María de los Ángeles Sanz


Siempre me sorprende como espectadora el poder de concentración de los actores en el espacio del teatro de cámara; mientras el público se acomoda en sus asientos, y va observando y sorprendiéndose con el espacio escénico, dejándose introducir en el clima necesario a partir de la música y la luz, procedimientos que van creando la atmósfera de la puesta, ellos ya en sus roles, ajenos al ajetreo, fieles a la piel de sus personajes, mantienen la constante que irrumpirá segundos después, como si allí, sólo estuviera el mundo construido por el discurso teatral. Esta fue la primera reflexión que me produjo las imágenes de Vientos que zumban entre ladrillos; antes de dejarme llevar  por la construcción de un imaginario del absurdo de amenaza, que con su propio verosímil se fue desplegando ante nuestros ojos. La excelente coordinación de los actores hizo posible la simultaneidad de secuencias que el género requiere, en un juego con la gestualidad y la voz que provocaba sensaciones múltiples desde la risa al desasosiego, por unas criaturas llevadas al límite de sus posibilidades, encerradas por el miedo al mundo exterior en una doble instancia; la del espacio material de una habitación de la que hace un tiempo indefinido que no salen, y por el límite impuesto por el discurso de los otros, desde la inclusión de Ionesco1, como uno de los personajes, (Lisandro Penelas) referente del absurdo europeo, o Marx, Kropotkin, Rosa Luxemburgo, o Bertold Brecht; palabras ajenas pero que son la memoria de un mundo tal vez perdido para siempre,  o que aparecen como sustituto de lo real, ante el temor de ser sólo los sobrevivientes de una catástrofe. Lo onírico, los sueños que se convierten en narración diaria, son también la manera de encadenar una posibilidad de vivir sin ser atravesados por el afuera. El uso de una pantalla que señala un tiempo cíclico, donde todo parece pertenecer al ayer o a un presente continuum, da paso hacia el final a imágenes más felices de los integrantes de ese extraño clan, donde la tierra era firme, y el sol estaba como siempre en su sitio. Desde el lugar del no lugar, desde la ausencia de sentido, sin sentido que conduce la humanidad al desastre, desde la palabra o la falta de ella en el personaje de la hija (Manuela Amosa) quien lleva adelante desde el cuerpo un inteligente recorrido lingüístico que no necesita de la palabra, hasta el humor en el tercer personaje (Francisco Lumerman) que construye un  tierno personaje afectado entre la visión real y la hipocondría, cuyo parentesco es la sobrevivencia, la pieza encuentra una significación desde la fragmentación unida por el cuarto personaje. La asistente social, (Ana Scannapieco) que afirma lo incomprobable, que aparenta huir del entretejido de la narración, pero que al mismo tiempo vuelve, en un rito de iniciación que no termina, ingresa la posibilidad del amor. La puesta, rompe con el juego indefinido y en una posible lectura, nos habla del temor en un futuro atravesado por la incertidumbre, el desconocimiento, la tragedia, la violencia, pero sobre todo por una individualidad que intenta la salvación manteniéndose al margen de la vida, un sálvese quien pueda que intenta en el refugio en el espacio o en el discurso, evadirse de la realidad; y lo hace a través de un género como el absurdo2 que es funcional a aquello que se quiere expresar, con todos sus elementos conjugados como una pieza de relojería.





Dramaturgia y dirección: Diego Faturos3 Intérpretes: Manuela Amosa, Francisco Lumerman, Lisandro Penelas y Ana Scannapieco. Escenografía: Sofía Rapallini y Mariana Samman Iluminación: Ricardo Sica Música: Mariano Pirato Mazza Asistencia de escenario: Ignacio D' Olivo. Producción: Laura Lértora. Sala: Timbre 4, Boedo 640.







1 El título de la pieza también nos remite a Ionesco, en cuanto a que en su primer obra La cantante calva, el título no es índice de la trama sino una referencia al pasar de uno de los personajes. El título en Vientos… cumple la misma función,  es una manera de señalar desde el título el sin sentido.



2  El absurdo habla de la imposibilidad de la comunicación, de un lenguaje que encubre la verdad en vez de develarla, de esa manera los personajes de Vientos…juegan entre la palabra del otro y el propio relato para no decir, para no recordar; el límite es el personaje de la hija que lleva la comprensión de la inutilidad del lenguaje hasta la mudez. Ionesco fue integrante, junto a otros representantes del surrealismo europeo, del movimiento cultural de la patafísica, cuyo nombre provenía de la obra Gestas y opiniones del doctor Faustroll; ciencia dedicada al “estudio de las soluciones imaginarias y las leyes que regulan las excepciones”, basado en la unidad de los opuestos, es un medio de descripción de un universo complementario, constituido de excepciones.

3 Diego Faturos, es actor y el autor que invirtió seis años en procesar su propuesta, destacada en los premios Teatro del Mundo 2006, y publicada en el libro “Poéticas de iniciación”, al cuidado de Jorge Dubatti. “La obra está repleta de sueños, y de sueños dentro de otros sueños. Ellos viven así, y se alimentan de los sueños, y quizá su vida no sea más que un sueño repetido y envolvente. Para mí los sueños son vientos que viajan dentro nuestro” agrega el autor. (Franco Torchia, en Revista Ñ, 22/10/10 - 18:18 / “Soñar, soñar (con Ionesco)”





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