Cuando reconocernos duele tanto
“A mis oídos llegan voces distantes, resplandores pirotécnicos,
pero yo estoy aquí solo, agarrado con mi tierra de miseria con nueve pernos”
(Roberto Arlt, El juguete rabioso, 1926)
María de los Ángeles Sanz
En un espacio construido por las luces, la música, y los objetos que identificamos claramente con el viaje, se nos introduce como espectadores en varios mundos desde la cocina de un barco que navega por las aguas de la historia de quien narra, y que nos va llevando en círculos concéntricos hacia los relatos que nos constituyen. Los vaivenes del agua que posibilitan la llegada a playas conocidas o exóticas de una nave, vientre de ballena que todo lo transforma, para la vida de todos, tiene varias lecturas posibles, y una que se impone. Desde la mitológica, el viaje como concepto del tiempo del hombre sobre la tierra, viaje de iniciación, de maduración y aprendizaje hacia un término que es simplemente la llegada y la despedida. Desde la histórica, relato que nos involucra como sociedad, con una identidad construida como tantas, con la llegada de aquellos que quieren un horizonte más claro, más próspero, más feliz, es decir, con aquellos que sueñan con hacerse Lamérica. Si el relato inmigratorio dentro del teatro tuvo en el sainete y el grotesco sus más firmes expresiones hasta la década del treinta; es hoy con los nuevos arribos, que la temática toma forma ante la necesidad de explicarlo y explicarnos. Giampaolo Samá con maestría y sensibilidad va desenvolviendo un mapa que atraviesa no sólo nuestras playas sino el mundo, y nos abisma en su lectura en las glorias y miserias de los hombres. La principal, no reconocer al otro como el prójimo, como un igual, y a la tierra, ese planeta azul, como el territorio que nos pertenece a todos. Las mezquindades, el egoísmo, el engaño, y el autoengaño van cayendo en la olla de esa comida siempre a preparar, que el actor utiliza como intermezzo entre historia e historia. Los seudos diálogos, sólo momentáneamente rompen con la unidad causal, al mismo tiempo, construyen un discurso que sigue a pesar de la fragmentación su lógica temporal, y mantienen la tensión dramática ante la riqueza de su expresión. La metáfora perfecta del sueño, en donde el soñador pasa de ser aquel que se encuentra en la disyuntiva entre él y el otro, a ser el otro; es una síntesis de la semántica de una puesta donde cada elemento cierra en su funcionalidad y que se une al relato del “Sirio”, y a la carta del minero. Lamérica es entonces, no un espacio físico sino un concepto que nos abarca y se reproduce en los otros, y el lugar, que en el imaginario colectivo, es definido como el paraíso de las posibilidades; pero al mismo tiempo es una ilusión que se quiebra en el espejo de la realidad, que enfrenta al sueño con la discriminación, el individualismo feroz, la desidia, la ineficacia, y el desamor. El desfile de personajes que se van sucediendo a través del relato, el humor, la fascinación de una voz que construye con recursos mínimos un continente y un contenido, el uso del espacio, le dan a la puesta una espesura semántica que conmueve y lleva a la reflexión. Lamérica es un sueño colectivo, y en el inconsciente de nuestra sociedad, un pasado que nos constituye, en sus fantasías de progreso infinito y en la crueldad de señalar al diferente como el culpable de nuestro mutuo fracaso.
Lamérica, unipersonal de y con Giampaolo Samá. Voz en off: Miriam Odorico. Musicalización y vestuario: Giampaolo Samá. Asistente de dirección: Elisenda Ibars. Dirección: Lorena Barutta. Teatro Timbre 4.
1 Hoy como ayer, otros rostros, otras ilusiones son las que alberga la ciudad, y el país todo en cuanto a la búsqueda de un horizonte pleno, de felicidad completa. La Argentina tuvo a la inmigración como un proyecto necesario ya desde las reuniones del Salón Literario allá por 1837, luego conformó la dimensión de nuestra Constitución unitaria de 1853, y fue fuente de controversia cuando la generación del ’80, aquella que consolidó el país a su imagen y semejanza, pensó que el desierto que nos albergaba sería el lugar deseado por todos los hombres de buena voluntad. De la utopía a la realidad, mediaron mil y un conflictos, y hoy como ayer no cesan, ya no son en su mayoría contingentes de europeos los que sueñan hacerse la América, sino hombres y mujeres de nuestros países vecinos, o habitantes lejanos de las costas africanas, los que emigran; sin olvidar que las diferentes crisis y dictaduras más recientes nos convirtieron a la vez en emigrantes a nosotros mismos. Nuestra historia está, entonces, teñida del dolor del desarraigo, nuestra música ciudadana, nuestro folklore, nuestro teatro y nuestro cine, dan cuenta de la nostalgia que nos envuelve como en sueño, del que aún parece ser, no hemos despertado. Hijos de inmigrantes, hijos de emigrados, nos constituye el exilio.
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