“Todo el mundo sonrió y tomó el té sobre la roca, en el funesto
crepúsculo, mientras aguardaban a Maldoror que había prometido venir con su
nuevo perro. Entretanto, la muerte cerró
los ojos, y tuvieron que reconocer que dormida quedaba hermosa”.(1990, 25)
En el espacio de la UPB (Universidad Pública de
Belgrano) se lleva adelante la puesta de la única pieza teatral que escribiera
la poetiza Alejandra Pizarnik. En una versión que produce una interesante
síntesis del mundo alucinado de la autora, y su problema con el afuera de la
vida cotidiana, su director Alejandro Acuña devela el interior de una psique
que temerosa de mostrarse crea en la literatura un ambiente de refugio pero
también de creciente sofocación. De los cuatro personajes que componen el texto
dramático, Acuña, reduce a tres actores la tarea del desdoblamiento de los
personajes. Sólo Carl (Ana Palacio) es siempre ella misma, ya que Segismunda es
a la vez Futerina, y Macho cumple su rol y también es el muñeco, -muñeca en el
texto original- .Esta economía que también se expande al espacio escenográfico,
construye una mirada que hace pasar su punto de vista por la lucha de
Segismunda por retener a Carl pero sobre todo por lograr conectarse con la
multiplicidad de seres que la habitan. La ventana que conecta al personaje con
la vida real, no es suficiente para calmar la ansiedad de Segismunda ni para
permitir que Carl deje de pensar en huir, en realidad irse de la cabeza de la
primera con quien mantiene un duelo estético. El caballito de madera que
sustituye al triciclo mecano erótico, participa de ese juego de oposiciones, ya
que el personaje tiene las características físicas de una amazona, -botas de
montar, pantalones, camisa y chaleco- pero conlleva en sí la dificultad de
moverse ya que es también la otra, la que apenas luego del accidente puede
movilizarse ya que no tiene piernas. La actriz Ana Pasulevicius logra dar
cuenta con sus movimientos y su autoritaria manera de expresarse de esta
contradicción, que desde lo físico señala la imposibilidad psíquica del escape.
La reducción de secuencias que tiende a concentrar la intensidad dramática, no
alcanza sin embargo para que en algunos momentos la tensión decaiga, aunque las
actrices en su dueto logran nuevamente tomar el impulso necesario para la
explosión expresiva. Pizarnik fue una poetiza compleja con un mundo onírico
subyugante que daba cuenta de la fragilidad de su vida pero también de la
fuerza de imágenes que poblaban un alma conflictuada como la suya, que buscaba
a través de la palabra explicar el mundo y su propia intimidad. El espacio
escénico, con muy pocos elementos, y la iluminación, que va recortando según lo
requiere la situación dramática, crean el clima claustrofóbico y oscuro que del
texto primero emerge. Tres personajes, seres que parecen estar por fuera del
mundo cotidiano y que se desplazan en un no lugar, como en un laberinto que mientras
se camina por él se va construyendo y destruyendo en el mismo acto. Las paredes
y el piso de color negro, también, dan cuenta de un presente incierto, muñecas
dispersas que actualizan un pasado quizá feliz y, a su vez, anuncian un futuro
negado al común de los mortales. Un acierto de esta puesta en escena es
alcanzar esa tensión entre la vida que retrocede y la muerte que avanza, tan
propia del estilo poético de Pizarnik: “Carl:
he vivido entre sombras. Salgo del brazo de las sombras. Me voy porque las
sombras me esperan. Seg, no quiero hablar: quiero vivir” (1990, 115)
Poseídos entre lilas de Alejandra Pizarnik. Elenco: Ana Palacio, Ana Pasulevicius, Jorge García. Asistencia: Tamara Arce. Dirección y Adaptación: Alejandro Acuña. Auditorio UPB
Pizarnik, Alejandra, 1990. Alejandra Pizarnik. Obras completas. Buenos Aires: Corregidor.
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