lunes, octubre 29, 2012

Coatlicue 2.0 de Daniel Loyola por La Quinta Teatro




Haciendo círculos de jade está tendida la ciudad,
Irradiando rayos de luz cual pluma de quetzal está aquí México:
Junto a ella son llevados en barcas los príncipes;
Sobre ellos se extiende una florida niebla. 
(Canto a Huitzilopochtli)



En los textos precolombinos podemos encontrar la leyenda de las cuatro edades anteriores a esta, y la de los soles que forman parte de la narración que da origen a la vida1: “Luego deliberaron los dioses, dijeron: -¿Quién habrá de morar? / Consolidóse el cielo, se consolidó la Señora Tierra, ¿quién habrá de morar en ella, oh dioses? / Todos ellos se preocuparon. Pera ya va Quetzalcôatl, llega al Reino de la Muerte, al lado del Señor y de la Señora del Reino de la Muerte.” (1981, 68) Relatos constitutivos de una estirpe que aún conserva en la memoria la fuerza de sus palabras. La creación de un mundo, su origen narrado desde una concepción distinta que será luego atravesada por el discurso del conquistador, que tratara por todos los medios borrar de la faz de la tierra su historia y su valor, pero que a pesar del esfuerzo y la lucha mortal contra los hijos del sol, estos guardan como un tesoro inacabado y eterno aquel punto originario que les dio la luz y la vida: “Nacieron los merecidos de los dioses, pues por nosotros hicieron penitencia meritoria.” (1981, 69). La Quinta teatro en la figura del actor Daniel Loyola presenta en el Museo de la Mujer y en un ciclo que involucró temáticas diversas relacionadas con la discriminación, en estructuras teatrales diferentes, una performance que nos traslada a una cultura que parece tan distante y que sin embargo es constitutiva de nuestra identidad latinoamericana. El cuerpo del actor transformado en la Diosa Madre, surge en las calles del Pasaje Rivarola para inundar el aire de sones originarios y construir a partir de la palabra, el gesto, el movimiento, un relato único ante los espectadores habitualmente sentados en sus sillas, y los que oportunamente transitaban por ese espacio de la ciudad. Todos nos trasladamos a un tiempo donde las diosas eran las creadoras de una vida que partía de la fecundidad de su propio cuerpo. Diosas madres, altivas y dadoras de estirpes que poblarían los caminos dibujados con sus manos. Un tiempo arcaico que se manifiesta en la expectativa creada por la diosa Madre (Daniel Loyola) al sólo escuchar su voz, como si el tiempo y el espacio no nos perteneciera, una diosa que tienen el poder de surgir de la nada, pues no fue vedado su ingreso al espacio ficcional y en su desplazamiento fue envolviendo a más de un transeúnte desprevenido. Esta performace pone entre paréntesis de la cotidianidad del Pasaje y siglos de historia se condensan haciendo con su ingreso que el reducido espacio escénico del Museo adquiera un volumen, una densidad muy especial, para dar cuenta que “la miseria sigue viva en este mundo”. En la construcción de este personaje hay una perfecta fusión de varias miradas, tanto desde el vestuario y la fuerza de su máscara como desde la dirección. Además, con profesionalismo el actor pone en escena una corporalidad difícil de definir, ni humana ni animal, con diferentes tonos de voz, ni masculina ni femenina, y, en especial, con la expresividad de sus manos que no solo subraya el discurso verbal sino que responde, también, a su propio discurso gestual. Produciendo en su conjunto un fuerte impacto visual y junto a la música en vivo aportan el lamento arcaico que se actualiza ante la mirada atenta del público. La danza, la canción, la risa, el llanto y la furia en el relato mítico de la diosa Madre, que pare y devora la carne de sus hijos que han muerto, para dar cuenta que la historia se repite una y otra vez. El unipersonal Coatlicue 2.0 tiene un claro color local pero más allá de que podemos desconocer la connotación de algún término esto no es un límite para la experiencia expectatorial sino, por el contrario, produce en cada espectador una identificación hispanoamericana, histórica y social, imposible de ignorar. Los discursos del origen nos pertenecen, nos constituyen, son nuestra raíz y nuestro legado, renunciar a ellas es olvidarnos de nosotros mismos. 


 







Coatlicue 2.0 Dramaturgia y actuación: Daniel Loyola. Dirección: Salomón Santiago. Diseño y realización de vestuario: Julio Sánchez. Composición electroacústica: Alexandra Cárdenas. Museo de la Mujer










Freidemberg, Daniel, (Estudio Preliminar) 1981. Gilgamesh, Chilar Balam y otros textos antiguos.  Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.










1
Por lo que se conoce, las principales divinidades toltecas fueron Tlaloc y Quetzalcôatl, ambas expresivas del mismo principio: el origen de la vida a partir de la unidad de elementos opuestos. Quetzalcôatl es el creador del hombre: expresa, según algunas interpretaciones, la dualidad espíritu – cuerpo, que se resuelve a través del sacrificio, para así unirse a la divinidad. La victoria del espíritu sobre la materia logra que el cuerpo: “brote y florezca” y la guerra florida tan mencionada por la literatura de estos pueblos es un modo de nombrar esa lucha.  (1981, VII)

















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